Letra veguera | El viejo y nuevo Chile
Creo que caímos en una trampa bien elaborada de la derecha
Recién en febrero de este año, manifesté que Boric logró expresar con su victoria una aspiración de la mayoría chilena y lo grafiqué al modo de un ejemplo didáctico y explicativo de la física, cuando se pasa la materia, el hecho en sí, por el cernidero de la ley de Newton: ese peso (crítico) de la agitada historia chilena que atrajo a un país golpeado, apesadumbrado por su propia historia de frustraciones, desapariciones, torturas, muertes masivas y heridas de la dictadura pinochetista, hacia la "insoportable" gravedad del tiempo actual, formándose así la conversión de la figura de un afianzado y tenaz dirigente estudiantil, en masa abrumadora y con tanto entusiasmo, que podría pensarse traía en sus manos el cerrojo de La Moneda para dejar en el pasado a los pretenciosos fantasmas fascistas que, trajeados de civiles y todopoderosos empresarios, y en nombre de la ley y el orden, han pisoteado la memoria de Allende, la historia y la dignidad de los trabajadores chilenos.
También dijimos que la historia de Chile, desde la muerte del dictador Augusto Pinochet, ha sido en las últimas décadas un laboratorio del neoliberalismo promovido por EE. UU. y la UE: una especie de maquinaria para fijar en la región un fuerte engranaje sofisticado, aplicando múltiples "técnicas" de guerras psicológicas y de persuasión, y hacer de Chile un nido de maquillajes estructurales y atajos socioculturales, para de ese modo pasar agachado en el mapa latinoamericano, donde se cuece una guerra de cuarta generación desatada en América Latina, el Caribe y, particularmente, en Venezuela.
Boric, en fin, siete meses después, está viviendo un nuevo episodio entrecruzado, donde queda plantado como un enigma el destino del país, entre el poder del capital, nacional y transnacional, y una fragmentada colectividad, con una clase a la expectativa y algo incierta, "disminuida en su fibra más combativa: la clase obrera", escribí textualmente.
Pese a que la clase media anida en su memoria el pasado cruento de la dictadura, suficientes datos para ni siquiera soñar con un gobierno ideológicamente identificado con Allende, y siendo tan notoria e influyente la tradición "progre" de los intelectuales de la izquierda española en sus homólogos chilenos, Boric gana ampliamente. Emerge Boric. Pero este –decíamos– no luce hasta ahora atento a la existencia prolongada del verdadero paquete chileno: las Fuerzas Armadas, su ejército, y más aún, al padre del totalitarismo: Diego Portales, fuente inspiradora de Pinochet y objeto de invocación de muchos chilenos que, por esa casi fervorosa resonancia, votaron por el rechazo.
Nos preguntábamos si Boric iba a dar los primeros pasos para destrabar a Chile y pulsear con el FMI –o los clubes de Roma o de París–, y así demostrar la necesaria desprivatización de su economía, porque no sería la primera vez que el imperio estira sus garras hacia Chile, o la CIA, como lo hizo el binomio del Pentágono en el 73, Nixon-Kissinger.
Esta vez Boric no tomó en cuenta el fantasma de Portales habitando los hogares chilenos; los mismos que lo llevaron en hombros al Palacio de La Moneda, hoy le dan la espalda a favor del rechazo, manteniendo intacto ese conservadurismo que representa muy bien Bachelet en la OEA para desgastar el estímulo de Chávez a la integración antiimperialista de la América Latina y el Caribe.
No hay mayores dudas: hay una grave grieta. La dirigencia política ha cometido una falla cuyo costo aún está por contarse.
No obstante, si a ver vamos, creo que hemos sido duros con la "nueva izquierda" que Boric lideriza. Yo no sé de dónde se originó la esperanza de reformar la Constitución sin ni siquiera haber mostrado una actitud clara de querer irrumpir con el modelo establecido. Creo que caímos en una trampa bien elaborada de la derecha.
La "nueva izquierda" en el contexto que se movía tenía muy difícil la coyuntura: una economía totalmente privatizada, medios de comunicación en su mayoría de "derecha" con amplia cobertura y profundidad en la población, el conflicto con las poblaciones indígenas, especialmente mapuche, no iba a despejar en un mes el camino, más aún con unas Fuerzas Armadas y cuerpos de seguridad profunda y sólidamente adoctrinados y sin fisuras (visibles por lo menos) para dar el salto cualitativo con los trabajadores como aliados fundamentales.
Era muy fácil infundir temor, tal como lo hizo la industria mediática, como ocurrió en Venezuela a propósito del proyecto de Reforma Constitucional con Chávez al frente. Miedo no solo al cambio, sino a las consecuencias del cambio.
Se quiso tomar el cielo por asalto, cuando apenas empezaba a caminar.
Queda mucho por recorrer en ese largo trecho que separa lo viejo de lo nuevo en Chile.
Federico Ruiz Tirado