Marlon Zambrano, un rescatador de la memoria de los pueblos
Las historias de vida son su pasión y las plasma en crónicas. Por algo ganó el Premio Naci
Marlon Zambrano es un escarbador de historias que se tropezó con el periodismo. Pero, más allá de la noticia, su esencia es ofrecer relatos de vida, a modo de crónica, con una sencillez, sensibilidad y buena onda bien particulares.
Por algo, también le da a la poesía con destreza y sin tabúes.
Sin mayores esfuerzos se dedicó a escribirle a los distintos amores en medio de una pandemia y también a la "resistencia culinaria de las guatireñas" en un libro que ganó este 2022 el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca, mención crónica.
— Es una especie de resumen cronicado del ejercicio de resistencia, de memoria, de sostener en el tiempo las recetas que son históricas en Guatire en materia de dulcería. Ese es un tema muy particular porque Guatire está ahí mismo, a 33 kilómetros de Caracas.
Guatire fue centro de producción de caña dulce. Todo lo que tenga que ver con azúcar, melaza, papelón, aguardiente, todo ese zumo de sabores está allá, en ese territorio pequeñito donde llegó a haber hasta 90 haciendas productoras de caña de azúcar a principios del siglo pasado.
¡Imagínate el obreraje, la cantidad de trabajadores, descendientes de esclavos, producto de todo un mestizaje, de vinculación étnica, cultural e histórica! Todo eso generó que, en el tiempo, las mujeres se dedicaran, entre otras cosas, a recibir esa ñapa que le daban los dueños de las haciendas, que era el resto del azúcar, la melaza. De ahí se genera toda una tradición de producción dulcera bellísima que, además, tuvo un impacto en la parte central y centro occidental.
— ¿De allí viene la resistencia culinaria?
— Fíjate que hasta mediados del siglo pasado la conserva de cidra, por ejemplo, era una de las más reconocidas en todo el país. También está almidón que se queda pegado en el paladar, que son unos tabaquitos riquísimos... Todo eso es producto de la inventiva guatireña: la conserva de cidra, la pelota, el carato de acupe. Esa inventiva tiene que ver con el esfuerzo de las mujeres del pueblo de resistir junto a la memoria culinaria. Eso es muy identitario nuestro.
Por ejemplo, las merideñas fueron las que resguardaron la papa nativa. Resguardaron las semilla en cuevas y la mantuvieron en el tiempo hasta que las rescataron hace unos 30 años, fue muy reciente. ¡Hay un esfuerzo de memoria bellísimo!
Entonces yo quise rescatar esa idea de la resistencia de los pueblos a partir de la alimentación y, sobre todo, la dulcera que nos da alegría y felicidad en el marco de estos dos años de pandemia y cinco años de golpiza económica, a partir del bloqueo.
— ¿Durante cuánto tiempo hiciste esa investigación?
— Yo diría que 25 años. Yo estoy hablando de una tradición que tiene más o menos 200 años.
Yo simplemente he sido testigo como periodista, hablando con las mujeres, compartiendo con ellas, viéndolas vivir y viéndolas morir... Te podría decir que 50 por ciento de esas mujeres que me echaron esos cuentos cayeron en el camino, bien sea por la edad, por enfermedades o por el propio efecto del coronavirus. En fin, son 25 años recopilando estas historias.
No se trató de un ejercicio de todos los días. Me refiero a la vida cotidiana, pues yo me fui a vivir a Guatire hace 25 años y, a partir de ese momento, me hice amante de la idiosincrasia de un pueblo.
Independientemente de que yo soy caraqueño, nací en Catia y mi familia es andina, yo me casé con esa comunidad. Ese refrán mal sano de que Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra podría decirse al revés, incluso.
— ¿Por qué? ¿Cómo ves a Caracas?
— Caracas son los restos de una ciudad conventual.
Todo esto que está a nuestro alrededor y un poquito más allá eran conventos.
Estamos apenas saliendo del cascarón.
Caracas no es esa ciudad cosmopolita que uno se imagina. Nosotros todavía somos muy ortodoxos en muchos aspectos.
Hay gente que viene de afuera y se asombra porque todavía tenemos esa herencia de que todos somos pueblo todavía.
Estamos recogiendo esa memoria ancestral que genera esto que somos hoy día.
Caracas es absolutamente incoherente; es realismo mágico: es imposible describir lo que uno vive en el metro o en el transporte público, por ejemplo. Hay miradas, contactos, enamoramientos, rabia, odio. Hay de todo. Entonces que tú logres percibir eso y de alguna manera transmitirlo es una vaina extraordinaria.
— ¿Tus relatos en este libro son secuenciales o son independientes?
— Son 10, 12 historias que se van intercalando. Sí, son independientes. Cuento historias de mujeres, historias de castas de mujeres, o sea, familias enteras que todas producían. Por ejemplo, las que hacían la conserva de cidra, un producto que ya no se elabora prácticamente pero que está en el imaginario del pueblo. Hay una estrofa de la parranda de San Pedro que dice: "Dos cosas tiene Guatire que no tiene otro pueblo, la rica en conserva de cidra y la parranda de San Pedro". Eso indica que hay un amor y un afecto por ese dulcito que parece una cosa insignificante pero que recoge los sentimientos y la inventiva de toda una comunidad.
— ¿Qué otras historias te atraparon?
— Está la del carato de acupe, que es una bebida que ya no se hace y es simplemente de maíz.
La gente de Guatire se sostenía a partir de las ventas de dulcería. Vendía en San Jacinto, en los mercados populares de Caracas; se iban para Maracay. Recorrían medio país y con eso se levantaron familias enteras.
Se menciona por encima otra cosa muy curiosa que no es de la dulcería, pero es de la gastronomía, que es muy típica: la sopa de acure, un invento del guatireño con restos de los vegetales y verduras del corral.
Era muy buscada por Rómulo Betancourt, nacido en Guatire y, a pesar de que se fue cuando era chamito, él siempre regresaba a comer su sopa que se la preparaba una matrona Guatireña muy famosa, que es Rosita Rondón...
— ¿Te faltó algo por contar?
— Sí, vale, ¡ahora es cuando faltan historias! Tengo chance y eso me emocionó mucho: los del premio Stefanía Mosca me dieron dos o tres meses para que yo termine de completar la información.
Hay dos o tres recetas que son columna vertebral de la dulcería guatireña que tengo que desarrollar. Mientras iba escribiendo el trabajo, me faltó tiempo de abordar e indagar acerca de eso porque, te repito, mucha de esa gente ha muerto. Esa es una memoria que se ha ido perdiendo.
— ¿Por qué te vas por las historias de vida?
— Yo realmente quería ser psicólogo o sociólogo. La emoción de la gente me parece una cosa fascinante. Escribir sus emociones y sacarle una sonrisa... Saber que la gente disfruta lo que uno escribe y sacarle un gesto de felicidad es un logro extraordinario.
— En la Feria del Libro de Caracas también presentaste el libro digital "La pandemia no puede con el amor" ¿Qué nos traes allí?
— Son 22 crónicas que son puras jodederas (risas). Lo viví o me lo contaron, y dije: "tengo que escribirlo".
Eché esos cuentos de relaciones que fueron naciendo o que murieron o cómo se vivió la sexualidad en la pandemia. En marzo de 2020, cuando sale el decreto de cuarentena nacional, se trastocó la familia, el hogar y, a partir de ahí, se trastocaron los amantes, los cachos, las parejas que quedaron pendientes, los que estaban flirteando.
Hubo una dinámica increíble que generó una energía sexual virtual: todo el mundo quería tener sexo de alguna manera por esa vía y yo lo cuento en el libro.
— En la presentación de ese libro también tuviste una experiencia que pudieras contar en una crónica...
— He sido el único escritor robado en las trece ediciones de la Feria del Libro de Caracas (risas). Tenía mi bolso detrás de mí, cosa que no suelo hacer nunca, porque me sentía en confianza.
Más de uno dirá no que yo andaba borracho, pero justamente ese día no había bebido. Tenía dentro del bolso media botella de ron para brindar al final con los panas. Fue el día más sobrio en la feria, el día más bonito.
Fue un acto bello con los panas, en la presentación de mi libro y la de los panas de la editorial de Ciudad CCS y, de repente, desapareció el bolso en circunstancias muy extrañas, muy absurdas. Casi que uno diría que imposible porque estábamos puros amigos, puros lectores, pero también estábamos en un espacio público donde podía pasar cualquier cosa. Entonces eso me da un toque de locura necesario también para poder seguir escribiendo. Parece absurdo pero puede pasar y me pasó a mí.
— ¿Qué otros proyectos tienes?
— Publicar en físico "La pandemia no puede con el amor" para que pueda llegar a las manos de más gente, porque en físico se sostiene más en el tiempo. Lo digital yo siento que se pierde mucho. Para la gente que escribe sigue siendo importante la idea de publicar.
Uno siempre está escribiendo. Mi pasión es por la crónica, aunque tengo un par de libros pendientes de poesía que en algún momento publicaré.
ROCIO CAZAL / FOTOGRAFÍA: BERNARDO SUÁREZ / CIUDAD CCS