Letra fría | Los 80. Parte VI

14/07/2023.- A todas estas, yo estaba medio enamoradito (digamos que era mi amor platónico, para no entrar en detalles, je, je) de una muchacha separada de su marido, que estaba temporalmente en Venezuela... ¡pero tenían un carro! No creo que fuera fácil, pero, cuando le contamos a Delfina, su gran amiga, fue una de esas "ideas cohete". Ya teníamos dinero, carro, pero faltaba dónde llegar (nosotros, porque ellas tenían su hotel seguro gracias al stand de Venezuela).

¡Mierda! Le dije a Nelson que me dejara ubicar a una amiga millonaria, de los tiempos de la Javeriana, Silvia Abudei, dueña de la tienda Fin de Siglo, que quedaba al principio de la avenida Baralt, la misma donde viví con mi padre, en casa de los abuelos. A Silvia la había encontrado con "Dandúa", un viejo medio tostado, que le quería dar la vuelta al mundo en su velero. Cuando pasó por Venezuela, compartimos momentos muy ricos con Dilcia, unos días sensacionales en la rada venezolana del Sheraton, creo. Recuerdo fotos de mucha felicidad.

Bueno, el cuento es que la pana me ofreció una granja de flores y un tráiler en Antibes, muy cerca de Cannes, y ahí sí matamos la liga. Lo terrible del asunto es que mis 600 euros se los tragó el peaje "mardito", porque por nuevo y por atorado no supe que si me iba por los pueblitos, que hubiese sido fascinante, me habría ahorrado una fortuna. Total que, limpio otra vez, elevé los ojos al cielo y dije: "Dios mío, tú sabes lo que haces". ¡Y lo hizo!

En fin, ya estábamos en esa verga, ¡uno de los grandes festivales de cine del mundo! ¡Ja, ja, ja! Uno, que siempre ha sido voluntarioso, y el Nelson, también, estábamos atentos en lo que se pudiera ayudar en el stand de Venezuela. ¡Hay unos cuentos buenos! Los mejores fueron que entrevisté al Gabo, por el estreno de Eréndira, y a Carlos Sauna, por el estreno de su Carmen. Pero ocurría un episodio diario, que solo puedo atribuir a Irene Lemaitre, esposa de Huáscar Castillo, jefe de la delegación de Venezuela en el Festival de Cannes, que había sido compañera nuestra de Letras, y le habría dicho, seguramente: "¡Apóyame a esos poetas!". Todas las mañanas el Huáscar me metía cien francos en el bolsillo de la camisa. ¡Coño! ¡Ven, salvación! Ja, ja, ja.

Por esos días ocurrieron vainas simpáticas, como que una tarde andaba yo en un bar tomándome una cerveza, como descansando de tanta película del coño, porque eso es un maratón de proyecciones. ¡No alcanzabas a verlas todas! Me tomé un respiro con esa cerveza en uno de esos bares maravillosos, y de pronto llega un italiano, fascinado por una chaqueta fucsia que decía "Corazón guerrero" y que, según recuerda mi hija Ligeia, me la regaló Willie Colón en un canal de televisión. Como le decía mi pana Earle a Roberto Malaver: ¡de verdad eran vainas que parecían de película!

 

Humberto Márquez


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