Estoy Almado | Sembrar el agua

Lo que hacen las escuelas de cuencas es memorable, ojalá se masifique aún más 

15/07/2023.- Es más fácil haber escuchado la frase “sembrar el petróleo” que "sembrar el agua". La primera la acuñó en 1936 Uslar Pietri cuando sugirió invertir el abundante dinero proveniente de la renta petrolera en crear una vigorosa producción nacional no petrolera. La segunda siembra se refiere a una obra comunitaria actual, increíblemente anónima, promovida por colectivos venezolanos para educar a niños y niñas en armonía con el medioambiente.

Para más señas, "sembrar el agua" es plantar semillas de árboles en las laderas o cerca de los ríos, manantiales o cuencas hídricas. El fin es que las plantas sirvan como canales naturales para infiltrar las lluvias al subsuelo y también preservar los mantos acuíferos ya existentes. Eso, precisamente, es lo que hacen las “escuelas de cuencas” en Venezuela, conformadas por profesores, conuqueros y defensores de la Pachamama. 

La labor de las “escuelas de cuencas” no se asemeja a la seudocausa ambientalista de regar los helechos guindados en el porche de la casa o cuidar el pequeño tomate sembrado en el balcón del apartamento. Estas escuelas preservan la práctica milenaria de la "siembra del agua" para que las comunidades puedan darle un uso social al líquido, proveniente de ríos, riachuelos, quebradas y manantiales. 

Según pude enterarme, los integrantes de este colectivo están divididos en bioregiones denominadas escuela de saberes Turimiquire, en el estado Sucre; escuela Cumbe Adentro, en Yaracuy; escuela Karive, en Miranda; escuela Andina, en Mérida y escuela Valle de Momboy, en Trujillo.

Lo que hacen las escuelas de cuencas es memorable: le enseñan a los estudiantes, con edades entre 6 y 12 años, a localizar “ojos de agua” cercanos al colegio. Les explican a los niños la importancia de respetar la naturaleza; de convivir con ella sin necesidad de exterminarla en nombre de la extractiva racionalidad moderna, en la cual estamos entrampados sin darnos cuenta. 

Luego de que los niños entienden que no deben arrasar con nuestro entorno natural para “progresar”, entonces proceden a plantar tallos en un vivero escolar. Después, esos mismos escolares los trasplantan cerca del río o manantial (ojo de agua) seleccionado. 

Todo el proceso de escogencia de la semilla, siembra, germinación y traslado lo supervisa un “libro viviente” que, generalmente, es un conuquero, una campesina o agricultor con plena conciencia sobre cómo cuidar las cuencas hídricas. 

Aunque la "siembra del agua" no es algo nuevo en la región (en el altiplano suramericano lo practican), no es usual —cuentan sus promotoras— que sea impartido en estudiantes jóvenes para que estos en el futuro sirvan de multiplicadores de una conciencia más humana, más comunitaria, con nuestro planeta. Parece que lo “normal” es sembrar el agua por afán de lucro, como lo hace, por ejemplo, la agroindustria que se surte de grandes volúmenes de agua natural reduciendo costos en sistemas de riego.  

Si en la actualidad las escuelas de cuencas venezolanas son desconocidas es porque no responden al marco cazabobo del capitalismo verde, que promueve la moda de que todos podemos ser más ambientalistas porque en el Día Mundial del Medioambiente nos grabamos en las redes sembrando unas plantas en el Waraira Repano o recogiendo plásticos en las playas. 

Lo valioso de las escuelas de cuencas para "sembrar agua" es que rescatan una relación más sana no solo con las fuentes de agua, sino con el planeta, tal como lo hacían nuestros aborígenes. 

Por ello, desde estas líneas me permito hacer un reconocimiento a Neris Barboza, Luisa Sequera, Nancy Brito, Nury Cayama y al fallecido Livio Rangel, a quien, por cierto, homenajearán en un “Encuentro nacional de escuelas de cuencas que siembran agua, desde la cultura ancestral konuquera”, a realizarse del 23 al 27 de julio en Palmarejo, Yaracuy. 

Ellas como “libros vivientes” merecen el apoyo público, notorio y comunicacional del país porque son verdaderas sembradoras de vida. No es exagerado decir que su sabiduría acumulada debería ser considerada para expandir la iniciativa de las escuelas de cuencas en más instituciones educativas donde existan ojos de agua aledaños. Porque si en casi un siglo no pudimos "sembrar el petróleo", al menos deberíamos intentar "sembrar el agua".  


Manuel Palma


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