Palabras... | Día del amor final
Si fuese todo lo perdido solo lo que se pierde,
todo cuanto se gana, lo único que se gana.
Jasmil Mendoza
20/07/2023.- Un día la invité a un sueño y me dijo: Venecia. Yo recordé las góndolas y al gondolero llevándonos a mirar aquella poética de casas mojadas en belleza. Hasta empezar a caerse la luz en pedazos de oscuridad. Y sobre la barca se miraban desteñidos y enloquecidos colores, resbalando hondo sobre la falda azul del horizonte. Todo desapareció ante nuestros ojos, menos las estrellas. Un fuego desde una lámpara abrió aquel festín de universo.
Ciertamente, llegamos a parecer un sueño. Nada pudiese haber sido más hermoso para estos comunes mortales, pero ni, por lo menos, se han vuelto a ver, de agradecimiento.
El equipaje retardaría un poco, al prefigurarnos un concepto ajeno al destino. Nunca como el dinero, que permite el lujo de llegar cada vez que queramos adonde sea, pero no precisamente adonde era. No es igual partir gritados, recogiendo los pasos como ropa interior bajo la lluvia, a no haber llegado nunca, incluso llegando, porque llegar no contiene por obligación lo que intuimos. Menos ese lugar, donde una vez consensuados abrimos la puerta para entrar con necesidad de quedarnos cálidos, en otra manera de vivir.
La ternura en camino, bajo el follaje del aliento final de un elefante, ya está signada. Disímil a como cuando se ha dejado abierta con humildad la puerta del que se fue, como un poder. Mas si nos despojamos, incautos, de lo más bellamente excelso que nos vive, para distribuirlo en ese poder de quien ignora el valor de acompañar, estamos desquiciados de una manera inútil. Sobre todo cuando lesivamente atenta contra los que tienen la facultad de refrescar con sombra, mientras se va fortaleciendo la extinción de la intimidad de sus incendios.
El amor es un concepto que no tiene capacidad de ampararnos, sino de poseernos. Aquí no hay medias tintas, de ser posible de llevarnos a rastras hasta la cruz. Toma más en cuenta el individualismo de a dos, que ya son un colectivo más, por lo que no sirve su análisis visto desde lo personal como toda historia en curso. Qué pensar y hacer contra esa torpe incisura.
Quién subestima la vuelta ingenua del día a día, de aquello que nos ama como planeta. Necesitamos saltar los sentimientos que se egocentran engolosinados en sí mismos. Más bien, que mueran o padezcan por un dolor social globalizado como fuente de lucha, para que se pueda entender por qué no vuelve a servir el inútil concepto de humanidad.
El amor, en su reiterado trabajo de plusvalía, obliga a calzar una receta imprudente como si habitara las aceras donde se oferta el fracaso de una moral. En complicidad, firmada eclesiásticamente, acuerda servir en bandeja de plata el corazón a los poderes trasnacionales de las emociones.
Por todo ello, haré un nido aparte de su sueño. Eventualmente, morir de usted, que es lo mismo morir de otros latifundios diversos de la querencia, a fuerza de alimentarse de fluidas teorías ajenas, que no dicen de los sufrimientos enlatados que nos poseen.
No traiciono los abrazos con llanto y ni siquiera al enemigo. Preciso, sí, a este mundo, cada vez más pobremente económico contra la gente, casi en todo. Fatal y ridículo con los que siempre pulieron con cementos grises las frías alegrías de la reinventada exquisitez.
En esta horada, a cuarenta de fiebre, mide la mano solitaria puesta de costado al cuello donde reposó un cariño.
El delirio de grandeza traba la comprensión de seres que alguna vez se amaron y no fueron capaces de saberlo. El amor en el sistema también tiene su día de consumo masivo y sus días contados.
Cuánto costará una lágrima de otrx en la registradora de una taquilla de hotel. Qué será del fervor perdido y humillado que no tiene vuelta atrás, de los montones de besos vino tinto que fueron ocultos, borrados y botados en servilletas como desperdicios, tornados en evidencia detrás del espejo.
Quizás complementan, tras el postigo, una puerta falsa que da a la noche de los días feriados.
Nadie puede ser libre si un deseo, mediocre o no, lo esclaviza hacia ninguna parte. Sin una idea que sirva para emanciparnos de lo mismo en lo que hemos sido siempre reclinados por amor, a qué se vino a vivir en este mundo. Y por qué se insiste en complacer sufriendo esta insolencia...
Dejen solo el mundo con la poesía si es posible, que a pesar de exigir lo imposible, no ladilla tanto como un mal amor. O será que necesitamos otro mundo posible para ir a joder, porque este ya no sirve para lo que estamos dispuestos a destruir.
Hoy vino la muerte a verme, acompañada con fiebre y mucha tos. Semeja haberme tocado dolosamente con sus rabietas emocionales y su enrarecido desplante, dándose aires de sabiduría. Tristeza, este elemento prestándose a sumar para abatir, pero solo no vale la pena ir a la vida a malgastarla cuando hay tanta mala muerte siendo asesinada.
Por ahora, rememoro mi condición de clase, que también lucho por no negarla. Aquella brutal historia, transformada en solidaridad y fiesta antigua de nosotros los pobres, que celebrábamos juntos y de vernos, sin más.
Igual el desamor y la hambruna eran viejos hartos conocidos que respetábamos, pero la verdad es que muchas gentes aquí, por estos días de tanta bonanza todavía, no los conocían. Y ahora que saben en carne propia quiénes son y qué son, les tienen mucho miedo, en vez de ir a la causalidad imperial de nuestro empobrecimiento político.
Hacíamos gallinas de papel basura y luego jugábamos a que comíamos. Las freíamos con arepas de cartón rellenas de carne esmechada hecha de aserrín. Hasta que llegaba Reny el domingo, después de llevar el kilo de huesos para hacer la sopa, a continuar preparando la acción y dirección contra el asadero de pollo del portugués, que ya estaba de moda por toda la ciudad, allá por los años sesenta.
Esa vez nos juntamos todos y todas y nos fuimos organizados con Reny, que pasaba por debajo de cualquier mesa, y nos detuvimos exactamente al frente de la acera a tragar saliva, mirando los pollos dar vueltas, atravesados por una cabilla 3/8. Mientras tanto, estudiábamos las coordinaciones, en exceso simples, de lo que sería comer sin pagar contra otra guerra que ya nos habían declarado hacía mucho tiempo, y por la que no estábamos prestos, en lo más mínimo, a dejarnos matar de hambre. Eso no lo sabíamos, pero en el fondo fue lo que hicimos.
Se dieron las instrucciones y salimos corriendo hacia un solar abandonado donde nos repartiríamos el botín, casi envolviéndonos como en papel de bodeguero en la oscuridad que traía la tarde detrás de nosotros. Al mismo tiempo, Reny se bajaba de la acera que estaba frente al asadero y salía disparado como una bala hacia la otra acera a fregarle una arepa dura en las gotas que se deslizaban y caían en las brasas, levantando humo y olores, a pollos exquisitos. Regresaba más veloz que una victoria en la palma de la mano y nosotros lo recibíamos con orgullo y admiración y a la espera de que repartiera en partes iguales lo que habíamos diseñado con certera perfección; pero no todo lo que se desea en la vida, al tenerlo, es igual a lo que se soñó. El vidrio por donde se resbalaba el hambre de aquellos pobres que éramos, que no sabíamos nada de Marx, del proletariado, de si nos clasificaban como clase baja o ricos, corría exclusiva y protegida por dentro del vidrio, y no por donde tanto lo imaginamos.
Pudiera decir que la única vez que comí carne en la infancia fue cuando me mordía la lengua, pero también he tenido días increíbles de belleza. Digamos que el momento más hermoso que he vivido hasta el día de hoy fue cuando Iraima me dijo, al final de la primaria, que le llevara los cuadernos. Forradas de verde las libretas, con etiquetas de lujo, perfectamente pegadas y geométricamente centradas a la altura de la exigencia, la acompañé hasta la puerta de su casa. De ahí me costó, de pena, dar la vuelta para regresar, espantando perros que jamás me habían visto y por los remiendos en el trasero de los pantalones que no quería que ella me viera. Nunca el miedo en mi existencia valió la pena como aquella vez. Los demás temores que se me han empegostado en los nervios, sin compasión, no llegaron a tal trapo en la percha ni al riesgo para alcanzar tanta belleza.
Considero que hay amores que tienen principio y final definitivo y ya no habrá otro igual, ni en películas. Y eso fue Iraima, debut y despedida, al saber que se había mudado quién sabe a dónde. Lo platónico vino después como salvación. Nunca será alegre un amor imaginado, pero habrá que seguir buscando equivalencia por las calles azules de sus cuadernos, sin descuidar la realidad.
Yo, a pesar de todos esos avatares, seguí activo, pero lejos ya de las ofrendas ociosas a los abismos. Feroz, mientras pueda, en el verso que desmonte la pérdida de aliento. Andando voy, trastabillando quizás, desfalleciendo a lo mejor, vencido y desolado en ocasiones, pero claro en que nuestro país tendrá que volver a volar de bonitura para llevar la lluvia de lo posible adonde hemos abierto los surcos, siempre nosotros mismos, cada vez que ha sido necesario. Y con las similares manos que ya han hecho realidad manojos de victorias increíbles.
No escatimaremos el lugar ni el momento donde izaremos de nuevo la bandera de aquella fresca alegría que exportamos para aquellos pueblos que no sabían ni que existían. Y que ojalá, yo tal vez vuelva a ver este país en su total recuperación con la fuerza hermosa con la cual siempre quise volver a ver a Iraima. Incluso no importa si no los veo, pero que vuelva a tener el fervor de aquellas marchas apretadas de querencias. Esencialmente comprendiendo que no es igual injerencia que perder una revolución, pueblo querido.
Carlos Angulo