Crónicas y delirios | Concurso sobre el final de este cuento

21/07/2023.- El matrimonio vivía entre chubascos. La contienda estaba a la orden de los extremos verbales. La agenda diaria (un cúmulo de obligaciones huecas) se repetía por voluntad pasiva. De noche, a veces, Romelia lo arrinconaba en la cama y Damián cumplía con la emergencia. Acuerdo de hembra y caballero, contrato sin rugido de palabras. No siempre fue así: los años aderezan los entuertos.

Como la vida parodia a las telenovelas, aunque algunos sostengan lo inverso, Romelia y Damián se conocieron en una estación de metro cuando la energía eléctrica, discontinua y aleatoria, se largó por quince minutos. La muchacha, quizás con fingido nerviosismo, soltó dos gruesas lágrimas no exentas de rímel Revlon; y el joven, quizás con tramposa cortesía, se le acercó para ofrecerle un pañuelo. Romelia, que en esa época no usaba lentes, lo precisó a través de unos ojos nítidos y amarillos; y Damián, que en ese momento esgrimía un bigote fértil, le sonrió como el D´Artagnan de la estación Capitolio y la invitó a un café. "No sé si pueda porque es tarde", dijo ella en tono de duda afirmativa; "Un rato nada más y te suelto", respondió él, pensando estrictamente lo contrario.

Romelia se tomó el café y se tiñó la boca a fuerza de pan con mermelada, mientras Damián le contaba que era estudiante de administración y que trabajaba en un banco. Romelia, por vergüenza o por cálculo, eludió decirle que no estudiaba ni trabajaba y que su primordial interés residía en casarse. Como el diálogo se explayaba, ella miró el reloj de sus argucias y se despidió con un beso frágil, pero quedaron en verse al día siguiente.

La cita se efectuó ese día y todos los del mes y el año. Ambos verificaron gustos comunes al estilo de las revistas de farándula: caminatas y ejercicios aeróbicos, las hamburguesas con papas, la TV por cable, las merengadas y las cotufas. El noviazgo también se nutrió de incesantes arrumacos, dos anillos de compromiso y un jolgorio semanal en cualquier hotel de parejas. Para Romelia y Damián, la felicidad era un horóscopo de domingo o una vasta certeza o la evidencia de la providencia (o la última Coca-Cola del desierto).

La boda se realizó según las pautas de la antigua clase media estándar. Por ello, después del acto religioso, hubo un agasajo con whisky, bocaditos fríos y tequeños calientes, grupo musical y baile hasta las 4:00 a. m., hora en que los novios partieron de luna de miel hacia la isla de Margarita.

Conforme a esas mismas normas no escritas, los esposos esperaron tres años para tener el primer hijo (Damián júnior), y tres más para que naciera Romelia Rosalinda. Y también, al pie de las expectativas, compraron un carro en buen estado y alquilaron un apartamento con balcón hacia el porvenir. Mientras Damián ya ocupaba la gerencia del banco, Romelia se aplicaba a los menesteres hogareños. Él vestía trajes de lino, para sentirse menos formal, y ella se ponía ropas amplias que le disimularan sus nuevos mofletes.

Como la vida ocurre por sendas diferentes a las que planificamos (John Lennon lo dijo), Damián empezó a llegar tarde a la casa. Las razones sobraban en beneficio de la exculpación: una junta de gran importancia, el cierre de nómina, unas cifras equivocadas… Romelia viraba los ojos hacia el Altísimo y rezaba para que le concediera la gracia de que su marido no trabajara tanto, pero el Todopoderoso tal vez no la escuchó y Damián siguió llegando tarde. Hasta que Romelia, en parodia de las telenovelas, le descubrió la camisa manchada con pintura de labios. Rojo intenso, carmín que lógicamente no le pertenecía, lápiz labial de perra-zorra.

La furia de Romelia, a muchos estruendos por segundo, colmó el cuarto de los niños y la azotea del edificio. Parpadeaba rayos de odio, lloraba, gemía, se lamentaba. Una sola interrogación emergía de la escena: "¿Por qué? ¿Por qué?". Damián lo negó todo: el evento no era obra de ninguna mujer ni el tizne era de maquillaje femenino: "Quizás se debió a una pared recién pintada...".

Romelia por fin se calmó, aunque dentro de sus instintos presintiese supremos descalabros. Y no estaba equivocada. Damián retomó el papel del cónyuge único que ella admiraba, pero con prontitud volvió a las tardanzas y justificaciones.

Las tragedias, cuando poseen honda sustancia, toman un curso veloz. Y de tal forma le ocurrió a Romelia: veía en diapositivas cerebrales el derrumbe del matrimonio; agigantaba o minimizaba los atributos de Damián; repasaba las evidencias de la traición y, en algunas oportunidades, ella misma las impugnaba ("Soy una paranoica, Damián me quiere, tendremos otros hijos, otro carro y otro futuro"). Aquella noche, Romelia lo arrinconó en la cama y Damián tuvo que cumplir con la emergencia (acuerdo tácito entre hembra y caballero). Al finalizar el revoloteo sensual, el hombre cayó en las equivocaciones: "¡Aaaah, Fanny, mi Fanny!".

Entonces Romelia, silenciosamente, se levantó de la cama, tomó el primer teléfono celular a la vista y se encerró en la cocina para comunicarse…

Concurso: ¿a quién llamó Romelia en ese trance casi de Transén?

  1. A su mamá (la de ella, por supuesto), pero solo escuchó un mensaje de voz: "Comunícate después, porque ahorita voy en vuelo entre nubes para Mayami, sin ningún retorno".
  2. A Televén, con el objeto de que Demónica Fernández le espetara a Damián en el siguiente programa: "¡Se ha dicho que usted es un bicho!", y arreglase lo del divorcio.
  3. A Pollos Riviera, a fin de que le enviasen por delivery uno con hallaquitas y doble guasacaca, pues no aguantaba el hambre ni las lágrimas.
  4. Al jefe de Damián, en el banco, para enterarlo, porsia, de los muchos fondos y fondillos que su marido acostumbraba gastarse.
  5. Especialmente marcó el número o el numerazo de Fanny, para gritarle la clase de palabras que usa mucha gente sin clase, pero la mujer tenía una grabación repetida: "¡La tuya, que es mi comadre! ¡A palabras malévolas, oídos sórdidos!".
  6. Llamó a todos los anteriores o a otro cualquiera que el lector sugiera.

¡Anímense ya! ¡Esperamos su participación comunal y descomunal! Hay grandes premios en divisas para dividirse entre los 10 000 primeros concursantes. Después, ¡será tardísimo!

 

Igor Delgado Senior


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