La miss Celánea | Juguemos en el bosque mientras el lobo no está
12/08/2023.- Uno de los encantos más notables de Caracas es ese verdor voluptuoso que ni siglos de desarrollo han logrado marchitar. Hace unos días escuchaba una entrevista que cierto comediante venezolano le hiciera a dos colegas suyos argentinos que estuvieron de visita por estas tierras recientemente, y ambos coincidían en lo sorprendente que les resultó encontrarse con eso que ellos llamaron “una ciudad en medio de la selva”.
A muchos de quienes hacemos vida acá, y especialmente si tenemos unas cuantas décadas presenciando el constante crecimiento que, a pesar de tanto asedio económico, ha protagonizado la capital venezolana, nos preocupa que algún día la ambición capitalista —que es transversal a las formas de organización que conoce el mundo occidental, independientemente de lo que soñemos los perseguidores de la utopía—, se lleve por los cachos las todavía abundantes áreas boscosas que hacen de Caracas la ciudad del clima perfecto, incluso en tiempos en que el cambio climático y sus estragos amenazan con hacer de la tierra un lugar inviable para la vida humana tal como la conocemos.
Discúlpenme, lo dije al revés: los estragos de la vida humana han generado cambios tan dramáticos en el clima, que este podría llegar a hacer inviable la vida de la tierra tal como la conocemos. El cambio climático no es un ente que quiere destruirnos: somos nosotros y nuestra incapacidad para disfrutar con moderación.
Y he aquí el tema al que voy: ¿qué significa, si no una falta de moderación tremenda, el hecho de que en el municipio Baruta se esté amenazando un bosque muy apreciado por la comunidad, con el fin de instalar un complejo deportivo para la práctica de un deporte que se puso de moda recientemente y que no juegan sino los tres pelagatos que pueden comprarse una raqueta, cuyo valor ronda los cien dólares?
Y digo falta de moderación porque ya bastantes canchas de pádel hay instaladas en la ciudad, y dudo que estén todas ocupadas las veinticuatro horas del día. Entonces, ¿para qué se necesitan más? ¿En serio necesitamos más canchas de pádel en áreas boscosas donde todavía encuentran refugio fresco los pájaros, las ardillas, las chicharras, las guacharacas de la ciudad, e incluso nosotros mismos? No. No es más necesaria una cancha de pádel que eso.
Pero entonces pasa que uno se indigna y se pone a investigar y descubre cosas.
Cosas como, por ejemplo, que para destruir un área protegida se necesitan permisos. Y estos permisos solo pueden otorgarse si el daño se disfraza de bienestar ciudadano. Y el deporte sirve de excusa para decir que se está generando bienestar. Y hay alcaldes con la cara tan, pero tan dura que no les importa que el pádel sea un deporte exclusivo para las minorías pudientes, excusa es excusa y con eso es suficiente para mandar las excavadoras a destruir un bosque como, digamos, ese que llaman La Alameda, en Bello Monte (revisen el caso por redes sociales).
Y entre tanto descubrir y descubrir, descubre uno también que, una vez acabado con el bosque, en unos poquitos años los permisos para construir con fines comerciales salen facilito, aunque haya que acabar con unas canchas de pádel.
Porque, además, ¿qué importa?, si ese deporte no lo juega nadie.
Malú Rengifo