Retina | La muerte de Isabel

Si uno lo mira bien, fue afortunada

Isabel, la Isabel de la que hablo, se fue en silencio hace poco más de un año. Por ella no hubo 99 salvas ni banderas a media asta. A su sepelio no pudo ir nadie. Se fue sola, muy sola, sin su Juan Pedro, que se había ido veinte años antes.

No se merecía ese silencio mi Isabel. Ella aguantó para criar sus nueve descendientes directos y vio como se multiplicaron en nietos, bisnietos y hasta tataranietos. Vivió 99 años para amarles.

Me gusta recordarla en ese único cigarro diario que ella fumaba con puntualidad y lentitud a las cinco de la tarde. Sentada bajo la mata de uva de playa, mientras planificaba con Juan Pedro el almuerzo del día siguiente. Después de ese cigarro se ocuparía de preparar la cena que serviría exactamente a las seis de la tarde.

Nació sin palacios, en una casa de bahareque de la Mucuy, cerca de Tabay, cerca de Mérida. Sin mayordomos ni damas de compañía, le tocó aprender a recoger café, pilar maíz, cortar cilantro y verduras desde los cuatro años.

A los 16 se fue a Maracaibo con Juan Pedro, allí tuvieron cinco hijas y cuatro hijos. Imagino que desde ese momento adoptó la rutina que le conocí toda la vida. De pie a las seis para preparar el desayuno. A las nueve barría y limpiaba todo el piso de la casa. A las 10 venía Juan Pedro con las cosas para el almuerzo. Desde ese momento Isabel se dedicaba a la cocina. A las doce ponía la mesa. A la una dormía la siesta. A las dos hacía café y hablaba con quienes estuvieran en la casa. El cigarro de las cinco. La cena a las seis. Un poco de televisión hasta las ocho. A las nueve se iba a dormir.

Si la rutina no cambió, a Isabel se le fueron metiendo adentro todos esos años. En los últimos tiempos hacía siempre todas sus tareas, pero sus hijas, Nancy e Isbelice, iban tras de ella cuidando los detalles que obviaba, cada año más numerosos. Aún así, tomaba todas las decisiones cotidianas de la casa hasta el último día.

Ella se nos apagó un día de 2020, en pleno encierro por la pandemia. La lloramos en varias regiones del planeta. Esta Isabel no ocupó ni una línea de ninguna noticia del mundo. Nos comunicamos nuestra pérdida por mensajes de teléfono.

Si uno lo mira bien, fue afortunada. Ella no vio morir a ninguno de sus hijos ni sus nietos. Nos abrazó siempre a todos con el mismo amor que nos mostró desde que tenemos memoria.

Es muy grande la nobleza de esta Isabel, Isabel Moreno, la esposa de Juan Pedro Torres, mi abuela. Su nobleza tiene toda la misma altura como la que conocemos de todas nuestras abuelas de barrio popular, de amor desmedido con todo lo que se tiene, aunque todo lo se tiene nunca haya sido mucho.

 

@filoyborde

 


Noticias Relacionadas