Punto de quiebre | Cuando la justicia enceguece

Vidas que penden de un milagro

15/08/2023.- Un GNB lleva casi dos meses preso por un crimen cometido por un agente policial (ya preso) durante las guarimbas de 2017 en Anzoátegui, pero lo trasladaron para una cárcel de Caracas, allí lo depositaron y parecen haberse olvidado de él.

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Cuando el Estado es tu verdugo, ya no queda santo a quien pegarte y solo resta aferrarte a la posibilidad de un milagro. Pero eso pasa después de muchas lunas, porque, en las primeras de cambio, en principio, no lo crees. Luego, imaginas que debe tratarse de un error, piensas que las personas que deben saber por lo que estás pasando aún no se han enterado. Después, te sobrevienen algunas pequeñas esperanzas, pero se van esfumando con el pasar de los días. Posteriormente, caes en la incredulidad: no te pasa por la cabeza que ese Estado que te formó, te quería y se sirvió de ti, hoy se vuelva en tu contra o tan solo te dé la espalda, se haga el loco, seas o no culpable, seas o no inocente; nada más te ignora. Al principio, eso duele, sobre todo si amabas lo que hacías, pero luego comienzas a entender, a darles forma a las cosas y los conceptos, a asimilar, y te das un poco de ánimos con ideas como "a otros les ha ido peor", "a mí, al menos, no me hicieron tal cosa", "en algún momento, alguien se dará cuenta del error" o "a lo mejor, alguien le comenta a mi general".

Pero cuando comprendes, porque en algún momento te detienes y tomas conciencia, varios meses de tu vida se te han escurrido y comienzas a soñar con el mundo exterior. Otros empiezan a arrepentirse de lo malo que hicieron y eso los hace sentirse mejor y hasta juran que no volverán a hacerlo más nunca. Sin embargo, tú estás peor, porque no tienes nada que lamentar, porque nada hiciste o, en algunos casos, hiciste lo que te ordenaron hacer o lo hiciste sin querer o quisiste hacerlo bien, pero te salió mal.

La mayoría de los que están allí, presos contigo, albergan pequeñas esperanzas, porque, por lo menos, sus "causas" están siendo ventiladas, pudieron nombrar un abogado y los llevan de vez en cuando al tribunal, dependiendo de si hay agua, si el aire acondicionado del tribunal está bueno, si la jueza o el juez no están enfermos, de si hay vehículo para el traslado y de si ese vehículo está bueno y tiene gasolina. Sin embargo, tú solo debes conformarte con la alegría de ellos y celebrar sus pequeños triunfos. Los días continúan pasando, con lentitud, pero siguen y, en medio de todo ese torbellino, viene la depresión. Todas las noches lloras, aunque debes llorar quedito, porque tus compañeros no se pueden enterar de que te estás doblegando. Comienzas a llorar por tus hijos (cuando cumplen años es peor) y te imaginas corriendo en un parque con ellos o correteando por la casa o, simplemente, regañándolos por el desorden que dejaron. También te acuerdas de tu esposa, sus besos, sus caricias y hasta extrañas las peleas cotidianas.

En medio de tantas memorias bonitas y lloriconas, recuerdas que te llamas Álex Alfredo Rivas Contreras y que perteneces a la Guardia Nacional Bolivariana, donde tienes el rango de sargento. Comienzas a rebobinar. Quieres saber qué pasó. Piensas que lo que ocurrió aquel día tiene que ver con lo que te está pasando ahora. Y llegas hasta el 2017: había estallidos violentos en varias ciudades del país y por doquier se escuchaba el "Maduro, vete ya". Te ves en una unidad de la GNB. Ibas armado con un fusil; tus compañeros también. Había un camión de cajas CLAP volcado en la vía. Todo ocurría entre Píritu y Clarines. Había quienes gritaban: "Abajo el gobierno", "Abajo la dictadura", "Maduro, vete ya"; pero no todos exclamaban, muchos estaban allí por las cajas de comida. Un piquete de policías uniformados intentaba contenerlos. Algunos tenían revólveres y otros llevaban pistolas, mas la cosa estaba a puntico de írseles de las manos, pues la multitud se acercaba cada vez más.

En eso llegaron ustedes e intentaron calmar a la gente y hablaron con varios de ellos, aunque querían apoderarse de todas las cajas de alimentos. Ya tú habías recibido la orden de proteger esa sagrada mercancía y trataste de explicárselos. Ellos no entendían. Algunos de verdad se veía que tenían hambre y eso te daba rabia. En medio del embrollo, salió a relucir una piedra y luego otras más y luego vinieron botellas. Tú cargaste tu fusil e hiciste un disparo al aire, tus compañeros hicieron otros tantos. La confusión reinó y viste como uno de los policías sacó su pistola y no la apuntaba hacia arriba, sino hacia el grupo de los violentos. Sonaron los disparos y al menos dos de ellos cayeron al piso. Ahí la cosa empeoró, porque ahora no querían comida. Pero nada que llegaban los refuerzos. Había un solo camino, había que salir de allí. Como pudieron, salieron, y los policías también. Luego vino una comisión del Sebin y se llevó esposado al policía que disparó. Ustedes redactaron un acta y los uniformados también.

Aparentemente, todo estaba solucionado y el policía causante de la muerte de un joven y de heridas a otro ya estaba detenido. Pasaron los meses y nunca te dijeron nada, ni allanaron tu casa ni te enviaron oficio alguno. Luego quisiste salirte de la GNB, pero no te dieron la baja y decidiste no regresar más. Tu esposa embarazada se había ido del país junto con otro de tus hijos que recién había cumplido un año.

Un día, hace ya más de un mes, intentaste venir a Caracas y unos policías, a la altura de Caucagua, detuvieron el autobús donde venías y le pidieron la cédula a todos los hombres. Tú entregaste la tuya y al rato te informaron que quedabas detenido porque estabas solicitado por el Tribunal Séptimo de Control del estado Anzoátegui. Sin embargo, no te llevaron para una cárcel de allá, sino para Caracas. Tú no entendías nada. Desde entonces, nunca más volviste a ver el sol. Te metieron en un calabozo en un comando de La Yaguara y luego te trasladaron a un centro de reclusión en Boleíta (Zona 7). A partir de ese momento has estado durmiendo en el suelo y comiendo cualquier cosa que, por caridad, te regalan los otros presos. Después, te enteraste de que estabas solicitado por el caso del joven aquel que mató el agente uniformado Edward Arellán, quien fue detenido. Pero, desde entonces, no te han dicho más nada y, como el tribunal queda lejos, no te pueden trasladar para allá. A tu abogado se le hace difícil venir a Caracas y eso ellos lo saben, y saben que eres inocente, pero, aun así, te mantienen tras las rejas, alejado de tus seres queridos. Tus jefes en la GNB nada han hecho y todo indica que nada harán. Te da miedo porque los años que te quedan de vida, que pueden ser veinte, treinta, cuarenta, cincuenta y hasta sesenta, los puedes pasar allí, porque a nadie parece preocuparle.

Hace quince días hubo una fuga y dos días después un motín en la cárcel. Los presos comunes querían meterse para los calabozos donde se encuentran detenidos los funcionarios para joderlos, pero no ocurrió. Se dijo que había en la cárcel una comisión interministerial con miembros del poder Judicial, del Interior y de Justicia, Fiscalía, Derechos Humanos, Defensoría y Defensa Pública, que iban a analizar los casos y el estatus de cada uno. Tú creíste que iban a conocer del tuyo y allí vendría la solución. Anotaste el número de tu causa en un papelito (EP01-P-2-017-0007873) y se lo diste a uno de tus carceleros para que lo hiciera llegar a la comisión. Él te dijo que lo entregó. Pero nadie te llamó, nadie preguntó por ti ni te fueron a buscar. Ni siquiera te miraron. Los de la comisión se fueron porque la cosa se aplacó. Tú volviste a tu colchoncito que te prestaron unos amigos y por las noches continuaste con el lloro quedito y sigues aferrado a la posibilidad del milagro, que, en casi dos meses, no llega.

 

Wilmer Poleo Zerpa


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