Retina | Revolución del libro digital
04/09/2023.- Cuando mis abuelas y abuelos nacieron, en Venezuela no había electricidad y eran muy pocas las personas que sabían leer. Envidio la maravilla y la perplejidad que deben haber sentido frente a la velocidad con la que fue cambiando el mundo. Asistieron a la aparición del telégrafo, la radio, los autos, las grandes carreteras, los diarios, los tocadiscos, la fotografía en color, la telefonía y la televisión.
A mi generación, sin percatarnos, le ha correspondido vivir revoluciones de estos objetos, pero se nos ha escapado el momento de maravillarnos cuando los televisores pudieron prescindir de antenas para depender de cables y los teléfonos se desprendieron de los cables para depender de antenas. Si hablamos solo de nuestro consumo de música, no hemos podido registrar cómo fue que pasamos del disco de acetato a los cassettes, de los cassettes a los discos compactos y de los discos compactos a los pendrives, para prescindir de inmediato de cualquier objeto contenedor de música.
Algo similar nos pasa con la aparición del libro electrónico. Entendemos que se trata de cierto tipo de revolución, pero la menospreciamos porque sabemos que el libro ya ha conocido muchas otras revoluciones.
Precisamente desde esta óptica, el profesor francés Roger Chartier aborda el tema del libro digital, en su texto Las revoluciones de la cultura escrita. En este nos dice que cuando se aborda este cambio, nuestra tentación es comparar con la adaptación de las técnicas de impresión desarrollada por Gutemberg en 1450. Hasta ese momento, los libros había que copiarlos a mano. La imprenta de tipos móviles disminuyó el costo del libro, acortó el tiempo de reproducción del texto, amplió las posibilidades de llegar a los lectores y hasta contribuyó a democratizar los contenidos de los libros.
Sin embargo, también nos hace notar que “un libro manuscrito (sobre todo en los últimos siglos del manuscrito, en los siglos XIV y XV) y un libro posterior a Gutenberg se basan en las mismas estructuras fundamentales: las del codex. Ambos son objetos compuestos por hojas dobladas cierta cantidad de veces, lo cual determina el formato del libro y la sucesión de cuadernillos”.
Chartier dice que hay continuidad entre lo manuscrito y lo impreso y que lo escrito copiado a mano sobrevivió hasta el siglo XIX. Afirma que la imprenta se impuso más lentamente de lo que en general se imagina.
Para lo que ocurre hoy, Chartier sostiene que se requiere de una palabra radical para definir lo que presenciamos con el libro. Propone verlo como una falla o una ruptura, y nos explica que “el objeto escapa al modo de abordar y definir el libro que tenía antes la historia material. Además, resulta difícil continuar empleando el término objeto. El despliegue secuencial del texto en la pantalla, la continuidad que se le ha dado, el hecho de que sus fronteras ya no sean tan radicalmente visibles como en el libro que encierra en el interior de su encuadernación o de sus tapas el texto que transmite, la posibilidad que tiene el lector de mezclar, entrecruzar, reunir textos que están inscriptos en la misma memoria electrónica: todas estas características indican que la revolución del texto electrónico es tanto una revolución de las estructuras del soporte material de lo escrito como de las maneras de leer”.
Para Chartier, el lector de libros digitales se parece al lector de la Antigüedad: el texto que lee se desenrolla ante sus ojos, se despliega verticalmente. También es como el lector medieval o el lector del libro impreso, que puede utilizar referencias tales como la paginación, los índices, las divisiones del texto. Dice que es a la vez estos dos lectores y también un lector más libre, porque en el texto digital le permite otras dinámicas de lectura de menor demanda corporal, que se suma a la misma libertad que ya había disfrutado quien escribe, pues ya había superado la era de la pluma, que producía una grafía directamente asociada a sus gestos corporales. El uso de computadoras, la mediación del teclado, desde la máquina de escribir, ya había entregado esta libertad a quien escribe.
“La nueva posición de lectura -explica Chartier- entendida, bien en un sentido completamente físico o corporal, bien en un sentido intelectual, es radicalmente original: reúne, y de una manera que aún haría falta estudiar, técnicas, posturas, posibilidades que, en la larga historia de la transmisión de lo escrito, se mantuvieron separadas”.
Por si fuera poco, el profesor Chartier también subraya que esta revolución comprende, además, el proceso de producción y reproducción de los textos. “Los conceptos de autor, de editor, de difusor, solo fijados desde una época bastante reciente que coincide con la industrialización del libro, corren el riesgo de quedar pulverizados”.
Al respecto nos advierte que en el mundo del texto digital todo puede ser una sola actividad. El productor de un texto puede ser su propio editor, tanto en el sentido del que da una forma definitiva al texto y a la vez en el sentido del que lo difunde entre un público de lectores y, gracias a la red electrónica, esta difusión es inmediata.
Hace muchos años que leo libros casi exclusivamente en formato digital. El primero fue El Quijote, quise aprovechar la fiebre de la lectura digital para pagar esa deuda enorme que me tenía con la obra de Cervantes. Hoy disfruto de la inmediatez y de la gratuidad con la que accedo a cientos de libros y me maravillo de solo imaginar cómo se habrán maravillado mis abuelas y abuelos cuando escucharon por primera vez una radio.
Freddy Fernández
@filoyborde