Medio siglo del zarpazo gringo contra Chile

Salvador Allende. 

 

El golpe significó el asesinato de miles de chilenos y dio inicio a uno de los períodos más nefastos de la historia del autoritarismo latinoamericano.

11/09/23.- Cada vez que alguien diga que Estados Unidos nos sanciona porque quiere elecciones libres, una voz debería mencionar a Salvador Allende. Porque si alguien creyó a rajatabla en la vía electoral fue el gran líder socialista chileno, cuya vida concluyó hace 50 años, igual que el Gobierno legítimamente electo que encabezó durante apenas dos años y diez meses.

Allende fue electo de manera incuestionable por la mayoría de los votantes chilenos, pero Estados Unidos y la oligarquía local se agavillaron en un plan absolutamente antidemocrático hasta abortar el Gobierno e instaurar una dictadura brutal que sometió al país austral por 17 años.

En otras palabras, si la elección libre no le gusta al imperio y a la clase dominante nacional, se borra al elegido y se designa a alguien que ellos, libremente, escojan. ¿Resulta familiar?

No fue la primera vez ni tampoco la última que Estados Unidos lo hizo. Ya antes habían derrocado a presidentes electos libremente: Jacobo Árbenz, en Guatemala; Joao Goulart, en Brasil; Juan Bosch, en República Dominicana… Y después, lo han seguido haciendo o al menos intentando, como nos consta a nosotros por estos lados.

El golpe de Estado contra Allende fue, eso sí, particularmente cruento, criminal, desprovisto de todo límite en cuanto a respeto por los derechos humanos más elementales. Más allá de los acontecimientos bélicos del día (el palacio presidencial, La Moneda, fue bombardeado), una vez consumado el derrocamiento, se desató una ola de represión política que significó el asesinato de miles de chilenos y dio inicio a uno de los períodos más nefastos de la historia del autoritarismo latinoamericano, lo que es bastante decir.

Allende y su coalición gobernante, la Unidad Popular, fueron sometidos, antes del golpe definitivo, a una intensa guerra económica que incluyó paros patronales, boicots al transporte, desabastecimiento de productos básicos, acaparamiento, especulación feroz y una sostenida campaña de odio, de tinte anticomunista, a través de los medios de comunicación de la época, encabezados por el diario oligárquico El Mercurio.

Papeles divulgados hace tiempo dejaron en evidencia que la Agencia Central de Inteligencia, el entonces secretario de Estado, Henry Kissinger, el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon y la empresa de matriz estadounidense ITT fueron piezas fundamentales en la guerra económica previa y en la conspiración con los mandos militares que ejecutaron el golpe del 11 de septiembre.

Ahora, medio siglo después, se han desclasificado parcialmente algunos documentos que no hacen más que confirmar lo que ya estaba muy claro.

Tal como había ocurrido antes y como ha ocurrido después, la primera pradera que agarró fuego fue la de la clase media. Los llamados “momios” (equivalente a los escuálidos de acá) salieron a las calles a protestar contra un Gobierno que, según el discurso dominante, estaba afectando sus privilegios, al favorecer a la mayoría pobre. Ese grupo fue el foco inicial de la agitación, que luego se hizo más fuerte debido al malestar inducido en toda la población.

En los momios, igual que en cierta parte de la clase media venezolana, afloraron los peores sentimientos de discriminación racial y económica. Ese segmento social sirvió de sustento a la dictadura y aún hoy siguen defendiéndola, por considerarla un excelente Gobierno que rescató a Chile de las garras del comunismo.

El zarpazo militarista no fue para nada sorpresivo. Una serie de acontecimientos previos lo venían anunciando. Ante esa situación, muchos dirigentes y cuadros de la UP, en especial líderes obreros, estudiantiles y comunales plantearon la necesidad de armarse para no enfrentar indefensos la acción golpista. Allende y la alta dirección política resolvieron no hacerlo, para evitar una guerra civil.

Tristemente, sí hubo un baño de sangre, pero completamente unilateral. Las Fuerzas Armadas, un ejército de raigambre prusiana, así como los cuerpos de seguridad de Estado civiles, llevaron a cabo una matanza despiadada, con la asesoría de los expertos estadounidenses en guerra sucia.

El emblema de ello fue la detención masiva de “comunistas”, que fueron llevados a instalaciones deportivas, como el Estadio Nacional de Santiago, donde muchos fueron torturados y asesinados.

Ícono de ese terrible trance es el cantautor Víctor Jara, mutilado y ejecutado, en una abominable acción criminal destinada a sembrar el terror entre todos los cultores que habían respaldado la revolución pacífica y democrática de Allende.

Hace unos días se anunció la condena a 25 años de prisión para siete oficiales (que ya son septuagenarios u octogenarios) acusados del vil asesinato de Jara. Uno de ellos, el brigadier retirado Hernán Chacón, se suicidó el martes 29 de agosto, antes de ser trasladado a la cárcel.

“La dictadura les sembró el miedo a los chilenos muy profundamente, hasta en el ADN”, dice José Quinteros, quien para entonces era un joven trabajador de una fábrica de equipos eléctricos bajo control estatal y debió partir al exilio, radicándose en Venezuela.

Estudios de politólogos y antropólogos demuestran que esa visión tiene respaldo en la realidad. Diecisiete años de terrorismo de Estado, de asesinatos, torturas, desapariciones y destierro han amedrentado a varias generaciones y eso queda en evidencia en sus preferencias políticas.

La más reciente demostración en ese sentido fue el fracaso de la reforma constitucional, a la que, ciertamente, ayudó la indefinición ideológica del presidente Gabriel Boric, un izquierdista millennial. En consecuencia, y como una afrenta a sus víctimas, a medio siglo de la infamia, sigue vigente la Constitución pinochetista.

Discurso de despedida

“Trabajadores de mi patria: Quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.

Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición".

[Extracto del último discurso de Salvador Allende, mientras La Moneda era atacada por aviones de combate]

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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