Pedro Calzadilla, historiador de barrio adentro

La oposición no pudo triturarle su imagen mientras presidió el CNE.

 

Una de sus grandes líneas de trabajo es la referida a la microhistoria, a los anales de las pequeñas comunidades, en particular los barrios

20/09/23.- Pedro Calzadilla, por los cargos que ha desempeñado, tiene una historia digna de ser contada. Pero él no es de los que andan por ahí buscando figuración pública. En todas las responsabilidades que ha tenido en Revolución ha mantenido su bajo perfil, incluso en la que concluyó recientemente, presidente del Consejo Nacional Electoral, un cargo ubicado justo en el ojo del huracán de la notoriedad.

¿Cómo hizo para pasar por esa función pública sin que la potente trituradora de imágenes y reputaciones de la oposición radical y mediática lo hiciera pedazos? Es una buena pregunta que ojalá él responda en algún momento. Quizá lo haga cuando escriba su propia historia.

Especulando, tal vez su secreto sea que siempre ha desempeñado esas funciones públicas con la mentalidad de quien está prestado a tales actividades, no como alguien que va desarrollando una carrera política. Y eso es así (pura lucubración de uno) porque su auténtica vocación es la historia y la academia, ambas volcadas hacia la cotidianidad, hacia la gente, hacia el pueblo.

Historiador egresado de la Universidad Central de Venezuela y profesor titular de su alma mater, Calzadilla fue primero ministro de Cultura (mayo 2011-abril 2013) y luego de Ciencia, Tecnología y Educación Superior (entonces agrupadas en un solo despacho, abril 2013-enero 2104).

Luego de esas experiencias volvió al campo de su especialidad, como director fundador del Centro de Estudios Simón Bolívar, que está desarrollando una labor fundamental de investigación, divulgación y debate del conocimiento histórico. Y en eso andaba, en 2021, cuando lo requirieron como rector del CNE, es decir, para que se sentara en una de las sillas más calientes del Estado venezolano.

Allí sustituyó a Indira Alfonzo, quien encabezó una directiva provisional que sucedió a la dirigida por Tibisay Lucena. Al directorio liderado por Calzadilla le correspondió conducir la elección de gobernadores de noviembre de 2021.

Unos cuantos del entorno del historiador tuvieron grandes dudas sobre el paso que aceptó dar. Su personalidad discreta, su perfil de intelectual comprometido no cuadraban mucho con ese cargo en pleno foco del candelero político. Pronosticaron que no saldría ileso de la experiencia. Pero –vaya usted a saber cómo– lo logró y ahora podrá mirar los procesos electorales que vienen desde la tranquilidad del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg), su nuevo puesto de trabajo. Se quitó de encima el protagonismo histórico que le hubiera correspondido en 2024. “¡Uf!”, dirían muchos en su lugar.

Calzadilla ha sido protagonista de acontecimientos de otro orden. Por ejemplo, fue parte del equipo fundador del Centro Nacional de Historia, en 2007,  y tuvo a su cargo los actos de celebración del Bicentenario de la Independencia, en 2011, una tarea de gran peso, habida cuenta de la importancia que siempre le atribuyó el comandante Chávez al conocimiento de la historia patria.

En su nuevo cargo, al frente del Celarg, podrá volver a ejercer una de sus vocaciones que es la investigación.

 

Más allá de sus cargos, destacan los méritos de Calzadilla como historiador. Una de sus grandes líneas de trabajo es la referida a la microhistoria, a los anales de las pequeñas comunidades, en particular los barrios.

 “No hay un ser humano aislado que solo produce ni uno que solo piensa ni otro que solo ama. Todo está junto y esa unidad tiende a perderse cuando parcelamos el conocimiento. Por eso este es un esfuerzo muy valioso que tiene conexión y coherencia con el Proyecto Nacional Simón Bolívar, en el sentido de darle unidad a la nación alrededor de los procesos de la identidad colectiva, que son como el nervio central de ella”, dijo Calzadilla en una entrevista.

La iniciativa popular ha ayudado al historiador en el esfuerzo de avanzar en este campo de investigación. “Fueron unas personas de Antímano a la Escuela de Historia a pedir asesoría para escribir la historia de su barrio. Un colega que los atendió quedó un poco desconcertado y me dijo que me encargara yo de hablar con ellos. Supongo que pensó que por ser chavista podía entenderlos. Me pusieron un desafío inédito. Eran parte de un comité de tierra urbana y, como un requisito casi burocrático, tenían que elaborar la Carta del barrio, una especie de levantamiento físico y cultural, geohistórico, de su localidad. Les recomendaban ir a las universidades a solicitar apoyo. Entonces comenzamos a formularnos la pregunta de cómo se hace la historia de un barrio. Abrimos varios seminarios y se creó una línea de estudio sobre la reconstrucción de la historia de la pequeña localidad”, relató con humildad.

De esa experiencia piloto surgió la idea de generar la historia de las comunas, no sólo la de los hechos que ya ocurrieron, sino la de los acontecimientos que están ocurriendo, la de la historia viva. “Es necesario registrar lo que está pasando, para el futuro y para darle vitalidad, fortaleza, raíz. La comuna no debe ser un decreto administrativo o para la producción económica, sino que el lugar donde se está desarrollando tiene un recorrido, un proceso histórico e identitario que requiere atención”. Y así explica cómo fue que se convirtió en un historiador de barrio adentro prestado a asuntos más solemnes.

La profesora Nelly Guilarte lo llama “combatiente de la otra historia” y es un título que le calza perfectamente porque ha sido siempre un guerrillero en eso de investigar y contar la historia nacional. En los títulos de sus libros y trabajos de ascenso se observa ese carácter insurgente: El Negro: La presencia ausente; Negro y esclavitud; El siglo de la pólvora; Fiestas patrias, memoria y Nación en la Venezuela guzmancista 1870-1877 y Las ceremonias bolivarianas y la determinación de los objetos de la memoria nacional en Venezuela son algunos de ellos.

Oidor de locos

La periodista Taynem Hernández, amiga y colaboradora, pinta al personaje: “Le dicen ‘Pillo’, un sobrenombre familiar, que adoptaron sus amigos. Su característica principal es la humildad. Como jefe, no manda, es más un maestro que te da líneas, reflexiones y alimenta tu motivación para dejarte hacer”.

“Es de un absoluto respeto por el otro. Lo vi articular acuerdos con maestría y altura. Pero también puede ser muy duro y sorprender con decisiones filosas si alguien falta a su palabra. Es extremadamente tolerante, un experto en escuchar a locos apasionados e intensos. Tiene un amplio sentido de la solidaridad: ayuda a quien sea, no importa su postura política o ante la vida”.

“Pedro es austero con sus cosas. No le gusta ostentar poder. Siempre echa el mismo cuento: en la entrada de Miraflores, un guardia no reconoció en él a ‘ninguna personalidad’, preguntó quién era. Le dijeron ‘el ministro de Cultura’. Entonces ordenó levantar la barrera y gritó: ‘Llegó el ministro de Agricultura’”. 

“Es poeta y un gran, gran enamorado de su esposa (una mujer hermosa y muy moderna a la que él llama ‘Vieja’); de sus hijos; de su familia y de sus amigos. Él y su esposa son como los ‘padres adoptivos’ de un montón de gente”.

Y finaliza su semblanza con un detalle deportivo: “Le encanta jugar bolas criollas. No es muy bueno y no le gusta perder, así que siempre anda pidiendo revancha”.

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS

 


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