Crónicas y delirios | Maestros para la vida noble
29/09/2023.- En anterior crónica comentamos el libro Clásicos para la vida del pensador italiano Nuccio Ordine, en el cual refiere su experiencia de lectura de los clásicos a alumnos universitarios, e incluye valiosas reflexiones sobre la educación en general, sus trascendentes fines, el tipo de apoyo cibernético y la decisiva función del maestro en la formación de los niños y jóvenes, entre otros aspectos que sacuden paradigmas.
Hoy nos referiremos, partiendo de la palabra y los ejemplos de Ordine, a cómo un verdadero maestro, mediante la enseñanza, puede cambiar la vida de sus educandos para transformarlos en seres humanos cabales y pensantes. Ilustra el tema con el suceso existencial del escritor Albert Camus.
Cuando Albert Camus supo que había ganado el Premio Nobel de Literatura (1957), le escribió una emotiva carta de agradecimiento a Louis Germain, su maestro en Argel, quien lo había orientado y luego preparado, con ánimo generoso, para que obtuviera una beca de bachillerato del liceo argelino Bugeaud. En aquella época, el pequeño Albert, huérfano de padre por causa de la guerra, tenía once años, su núcleo familiar era menesteroso y subsistía por los esfuerzos de su madre (casi sorda y analfabeta) y de su abuela, quien lo presionaba para que en vez de estudiar encontrara un trabajo.
En la carta de agradecimiento, Camus asienta:
Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto.
No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello, continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido. Lo abrazo con todas mis fuerzas y lo invito para que me acompañe a Suecia en la oportunidad de recibir el Premio.
Albert Camus.
El corolario de Nuccio Ordine es que sin Louis Germain y los otros maestros de Camus en su trayectoria, este no habría sido el intelectual que valoramos y exaltamos. Pero no es preciso que tales "encuentros" estén destinados a formar premios Nobel: "La vida de un joven estudiante puede transformarse de muchos modos: educando a los alumnos en la legalidad, la tolerancia, la justicia, el amor al bien común, la solidaridad humana, el respeto a la naturaleza y al patrimonio artístico". ¡Sabio mensaje de Ordine que todos debemos tomar en cuenta!
El ejemplo de Camus y Louis Germain nos hace evocar la fecunda vinculación educativa de Simón Bolívar con su maestro Simón Rodríguez, y la influencia que las enseñanzas de "Samuel Robinson" (como este se hacía llamar) tuvieron sobre nuestro Libertador.
Recordemos, al efecto, algunas circunstancias conocidas: Carlos Palacios y Blanco, tutor del niño Simón Bolívar, decidió enviarlo a vivir en la casa-escuela del maestro Simón Rodríguez para que este le impartiera la debida educación, pero el niño se escapó, "asilándose" en la morada de su hermana María Antonia. Luego de algunas diligencias ante la Real Audiencia de Caracas, el tutor recobró la custodia de Simón y lo mandó por la fuerza con un esclavo a la escuelita de Rodríguez. En dos ocasiones el niño abandonó la humilde residencia escolar, y al fin se necesitó una orden tribunalicia para que volviese. Ya en paz, el infante Bolívar iniciaría con su maestro perennes lazos de formación y espíritu.
A los 22 años, Simón Bolívar, joven rebelde y de ideas libertarias, efectuó un decisivo viaje a Europa en compañía de Simón Rodríguez, que tenía 34. Después de París, visitaron distintas ciudades de Italia (Milán, Venecia, Bolonia, Florencia) hasta llegar a Roma. En cada lugar, el maestro realizaba acotaciones históricas y culturales que hacían meditar íntimamente al futuro liberador venezolano del yugo español. Fue así como en agosto de 1815 llegaron al Monte Sacro, sitio que consagra las luchas de la plebe romana.
Ya ahí, Simón Bolívar, todo lleno de emoción y énfasis liberador, pronunció ante el maestro su célebre juramento:
Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español.
En 1824, luego de concretada la independencia americana, Bolívar le escribe a Simón Rodríguez con afectivo y profundo reconocimiento:
Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto, aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos intelectuales, las he seguido como guías infalibles.
Los maestros, de carácter formal, grupal o familiar (para hacer extensivo el concepto) resultan decisivos en la consolidación ética y eidética del ser humano, y los ejemplos a vuelo de artículo de prensa surgen desordenadamente: Sócrates fue maestro de Platón y este de Aristóteles en una saga de tiempos eternos; Charles Darwin trasladó las hondas pistas investigativas a sus discípulos; el escritor Javier Marías se nutrió de la palabra paterna del filósofo Julián Marías; Sigmund Freud, aun en las diferencias, compartió incógnitas psicológicas señeras con Jung; Leonardo Da Vinci fue aprendiz en el taller de Verrocchio, quien a su vez fue alumno de Desiderio da Settignano.
En Venezuela, tenemos ejemplos de compatriotas célebres a quienes la saga histórica les ha conferido el correspondiente título: el maestro Andrés Bello (también preceptor de Bolívar); el maestro Prieto, activo en las aulas, la política y el Ministerio de Educación; y el maestro Gallegos, docente, novelista insigne y Presidente del país en años azarosos.
Recuerde usted, amigo lector, quién fue su distinguido maestro/a de la infancia o primera juventud, y dedíquele algún tiempo de silencioso reconocimiento. ¡Será un acto justiciero!
Igor Delgado Senior