Letra fría | Nuestro querido Aquiles Báez

Siempre fue una de las primeras figuras de aquel bello proyecto

Definitivamente Aquiles Báez fue y seguirá siendo un espíritu superior.  Aunque no hay palabra para resumir tanto talento, tanta belleza y frescura de alma, su bonhomía, su bondad o sus bondades porque no era una sola, además de ser un jugador de palabras, era el gordo más simpático y la mejor persona del mundo.

Lo conocí en mis tiempos de la Escuela de Antropología a través de su prima Enoé Texier y su mamá Ana María Reyes, una extraordinaria antropóloga, madre de gemelos y defensora de La Vela de Coro, terruño originario de la familia.

Desde pequeño mostró gran talento musical y su hermano Gustavo en el área audiovisual. Mi afición por el estado Falcón y por la Fiesta de los Locos en la Vela, me vinculó a Mamá Toya y Ana María, en aquella hermosísima Casa Azul, aunque a Aquiles lo seguí viendo en cuanta guataca ocurriera en Caracas, sobre todo, en la pizzería Delia de la avenida Las Acacias, en Sabana Grande, en La Menta de la Plaza Venezuela o en el propio templo del jazz, Juan Sebastián Bar, en El Rosal.

Sin embargo, fue muchos años más tarde nuestro reencuentro, cuando trabajé con su otra prima, Carmen Elena Maciá, en la coordinación del Proyecto Cultural Mavesa, dedicado a la guitarra clásica. Allí llegó el gran Aquiles con su manera sublime de tocar la guitarra y destacó entre aquella pléyade de jóvenes que logramos formar, al vincularlo con los mejores guitarristas del mundo, en clases magistrales, conciertos, en festivales y el inolvidable encuentro guitarrístico en Choroní durante los primeros días de varias Semanas Santas, de finales de los 80 y principios de los 90.

Nuestro querido Aquiles siempre fue una de las primeras figuras de aquel bello proyecto, aventajado discípulo de los maestros Rodrigo Riera, Alirio Díaz, Leo Brouwer y muchos de otros países que no me llegan a la memoria en este momento.

Hubo un episodio muy cómico, pero hasta cruel, de un participante muy “fisno” o que se las echaba porque era, además, un adulador de oficio, y pretendía descalificarlo como ejecutante de guitarra sancochera. No creo haberle contado aquel pobre comentario, pero estoy seguro de que me habría contestado: “También y a mucha honra”, porque era buenísimo para aquellas tenidas rocheleras, en las que hacía gala de su humor magnífico. Años más tarde, los directivos del Berklee College of Music le aplastarían el piojo en la cabeza al envidioso patiquín, de quien no supe más nunca, cuando lo pasaron directo de estudiante a profesor.

Un cuento más… fue el de la vez que lo nombré director musical del CD Lara-Soto-Riera, que me valió un regaño de Rodrigo, porque puse al discípulo dirigiendo al maestro, ja, ja, ja. Yo que no sé un carajo de esas vainas –como dice Chuchito Sanoja con cariño hacia mí, en un reciente texto de Facebook–, ¡qué me iba a imaginar yo que iba a herir la susceptibilidad del maestro Riera! Pero el cuento es que ya en el estudio de grabación, cuando descorché la primera botella de whisky, el dueño del estudio dijo que no se podía beber, y Soto dijo: “Si no hay trago, no hay disco”, y yo todo chorreado porque había pagado por adelantado, no me quedó otra que envalentonarme y decir: “Habrá disco, pero en otro estudio”, y le piqué el ojo a Aquiles. “¡Vaya y resuelva su peo, señor director!”, ja, ja, ja, y hubo grabación.

Son solo cositas que recuerdo hasta con pena, porque después de los textos de Aquiles Machado, la extraordinaria reláfica de Xariell Sarabia sobre la obra del virtuoso hermano Aquiles, lo de Chuchito y tantos otros, solo quería recordar al adorado amigo. Abrazos a las hermanas Maciá, mi comadre Carmen Elena, Morelita (su madrina), Claudia y a las primas Texier, Coromoto y Enoé.

¡Gracias, hermano querido, por tan bella vida! ¡Ah!, y no sigas echando el cuento de Choroní, que ya me enteré que se lo contaste a Bemba, ja, ja, ja… ¡Te quiero burda, gordo bello!

Humberto Márquez


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