Tinte polisémico | Fractales y administración

06/10/2023.- Los científicos sociales, en su afán de poder explicar la naturaleza de los complejos fenómenos y procesos que atañen a las organizaciones en general, se han dedicado a la aplicación de esquemas conceptuales propios de las ciencias duras, tales como la física, la química y las matemáticas, entre otras disciplinas, en la búsqueda de enfoques teóricos que clarifiquen, a través de metáforas y analogías, aspectos tan particulares y propios del campo administrativo.

Así, un físico de origen franco polaco, Benoît Mandelbrot, quien trabajaba para la IBM, introdujo el concepto de fractales (1977), cuyo término deriva del adjetivo latino fractus, que significa "roto" o "quebrado". Los fractales son objetos geométricos en los que se repite el mismo patrón a diferentes escalas y con diferente orientación. Estos patrones de formas se han identificado en la conformación de las nubes, montañas, costas, ríos, plantas, galaxias, cerebros, entre tantos otros elementos de la naturaleza.

Los fractales permiten analizar la complejidad de objetos y fenómenos físicos y procesos que no pueden ser explicados o evaluados por la geometría euclidiana tradicional, la cual permite abordar las formas simples, como los polígonos y sólidos regulares que todos conocemos.

Son figuras contenidas en otras de diferentes dimensiones, sucesivamente, autosemejantes, hasta integrar un sistema definible. En otras palabras, un microcosmos similar al macrocosmos.

Son propiedades de los fractales la autosimilitud y la autoorganización.

En contraposición al modelo taylorista de inicios del siglo XX, —fundamentado en el centralismo, la fragmentación y el individualismo, cuya estructura vertical, basada en los preceptos de jerarquía y control, que concentra la información, las decisiones y la gestión, que ya no responde a la realidad actual—, se recrean las condiciones que abonan el terreno para que una nueva dirección y conducción plantee la búsqueda de alternativas ágiles que den respuesta a la rigidez, lentitud e inercia frente al cambio, para poder adaptarse a la nueva complejidad socioeconómica y política contemporánea que debe ser gestionada.

Surgen así enfoques gerenciales basados en la naturaleza, a través de los cuales las organizaciones pueden considerarse organismos vivos, sistemas que se adaptan, sobreviven y se acoplan a un entorno cambiante y dinámico. El economista Michel Henric-Coll, quien introduce el concepto de equipos fractales, y bajo las premisas de autosemejanza y autoorganización, plantea que los diferentes niveles organizacionales, estratégicos, tácticos y operativos poseen las mismas estructuras y propiedades de los objetos y procesos ordenados por la geometría fractal.

La empresa fractal, por tanto, se fundamenta en tres pilares: autonomía, sentido y reciprocidad.

En primer término, la información distribuida de igual manera en todos los niveles posibilita la autorregulación y responsabilidad, y en consecuencia mayor compromiso y descentralización en la toma de decisiones, lo que le dota de mayor flexibilidad para su adecuación al entorno. En segunda instancia, la horizontalidad del equipo fractal hace posible que todos sus miembros compartan el sentido entre ellos mismos, con los demás y con la propia organización; se da, por tanto, una identificación con la misión y visión. Por último, el éxito y el logro institucional se retribuyen a todos los miembros e instancias, que han sido los responsables de su consecución.

En el paradigma fractal institucional, las unidades constitutivas corporativas tienden a replicarse a sí mismas, como si se tratase de una célula de trabajo elemental. Considerando un enfoque holístico, las organizaciones, con todos sus elementos, procesos intrínsecos y extrínsecos, en todos sus niveles, se ordenan bajo estructuras de propósitos, objetivos, estrategias, políticas, cultura, filosofía y valores, y muestran autosimilaridad en cualquier nivel de observación. Los comportamientos institucionales o corporativos, divisionales, gerenciales, departamentales e individuales también tienden a una elevada similitud, como condición de sus características de pertenencia al sistema.

En virtud de lo expuesto, en las tres primeras décadas del siglo XXI, para los profesionales de las ciencias sociales en general, y en este caso, en particular, para la administración y la gerencia, se gestan cambios en el marco de la transdisciplinariedad y lo complejo; también en los acelerados avances tecnológicos, que demandan adaptaciones y aplicación de nuevos modelos, como estrategia para entrar en sintonía con los novedosos paradigmas que impactan en todos los ámbitos que de forma radical apuntan a transformaciones institucionales profundas, que abarcan desde el funcionamiento y los procesos hasta las estructuras de los Estados y el orden geopolítico global, del cual no escapan las organizaciones de toda índole.

Sin embargo, el mantenerse a la vanguardia, comprender y asimilar los avances de la ciencia, la tecnología y la innovación, no implica que dejen de aplicarse criterios de pertinencia y un enfoque decolonial, en particular para los que formamos y hacemos vida desde el sur global. Esto con miras a no caer en la tentación de seguir ciegamente las modas gerenciales o la influencia de los "gurúes" del momento, que trabajan en función del marketing inmediatista, de recetas cargadas con el pragmatismo del sistema capitalista y que resultan ajenas a nuestras realidades contextuales y cosmovisiones.

 

Héctor E. Aponte Díaz

tintepolisemicohead@gmail.com


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