Letra fría | El moscardón de Sócrates

13/10/2023.- Lo de la plantación y procesadora de palma aceitera fue un fenómeno. Me metí un puñal de la competitividad de ese aceite en el trópico y de cómo los cultivadores de soya crearon una furibunda campaña para desprestigiarla. El día de la inauguración me sentía como pez en el agua. Muchos de los invitados eran mis clientes de la agroindustria y con mi fotógrafo comencé a danzar en aquella fiesta con el grabador en una mano y un trago en la otra.

No hay vaina que sensibilice más a un político adeco que un grabador de periodista y así fui armando una página con minientrevistas a ministros del gabinete del presidente Lusinchi, que fueron casi todos, de Lepage para abajo. Felipe Gómez Álvarez, ministro de Agricultura, a quien ya conocía por eventos de Fedeagro; Simón Alberto Consalvi, a quien los poetas le decíamos "la Espada Culta del Régimen"; incluí al gobernador del Estado, el ingeniero Guillermo Call, y de ñapa al amigo Reinaldo Cervini, accionista de Mavesa. Full fotos y todas las argucias de un poeta prestado al reporterismo agroindustrial.

Pero hubo un detalle que me iba a cambiar la vida, sin haberlo imaginado. En el discurso inaugural, Jonathan Coles, presidente de Mavesa, se refirió al moscardón de Sócrates. Allí supe que también era filósofo, pero por supuesto que yo fui el único en reseñar el fulano moscardón, y cuando Coles leyó mi reportaje le preguntó a Carmen Elena quién era ese periodista, y ella le dijo: "Ese es un poeta amigo mío que vende publicidad". Y le pidió que me entrevistaran para un cargo que surgió en ese instante.

Por esos días había fundado el Proyecto Cultural Mavesa para promocionar la guitarra clásica, pero tenían de operadora a una agencia de publicidad que se gastó en tres meses el presupuesto de un año. La muchacha me dice que andan buscando una persona culta, sensible, con experiencia en producción de conciertos y grabación de discos. "¡Yo mismo soy!".

Eso no debió ser tan rápido, porque sí recuerdo que el destete de la revista agrícola coincidió con un viaje loco a Colombia con "el primo" Gustavo García Márquez. Andaba yo todo amanecido, enratonado, con diez bolívares, por Sabana Grande, y, cruzando la calle frente al Gran Café, se aparece Gustavo en su camioneta, invitándome para Cartagena, como quien te convida al bar de la esquina. Le explico que no tengo ropa, ni dinero, ni pasaporte, y que, si me voy, ahí sí me termina de botar Dilcia. Sacó tres pacas de billetes, bolívares, dólares y pesos: "No importa, primo, compramos ropa en Maicao y te saco un permiso para que estés tranquilo; y yo hablo con la prima". ¡Total, que me convenció y nos fuimos a la casa de los García Márquez en Cartagena por quince días! Je, je… Dilcia se hizo cargo de la cartera de clientes, que al final se la dejé porque al regreso me contrataron para hacer la revista de la Asociación de Fabricantes de Alimentos Concentrados (Afaca), que abordé con el diseñador Andrés Salazar, y ahí volví a ser rico otra vez.

Je, je, je…

 

Humberto Márquez


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