Letra invitada | Serguéi Lavrov

Ministro de Asuntos Exteriores de Rusia

 

Cumplir con los principios de la Carta de la ONU en su totalidad e interconexión es la clave para la paz y la estabilidad internacionales.

 

19/10/2023.- El reciente foro político en el marco del 78 período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas confirmó de manera convincente que el mundo está experimentando cambios fundamentales y tectónicos.

Ante nuestros ojos se está forjando un nuevo orden mundial multipolar más justo que refleja la diversidad cultural y civilizatoria del mundo. El futuro se está perfilando en la lucha. La mayoría global, que representa el 85% de la población de la Tierra, aboga por una distribución más equitativa de los bienes globales y el respeto por la diversidad civilizatoria, así como por una democratización coherente de la vida internacional. Por otro lado, un pequeño grupo de países occidentales, encabezados por EE. UU. busca frenar el curso natural de los acontecimientos con el uso de métodos neocoloniales y mantener su dominio que está disminuyendo.

La tarjeta de visita del Occidente colectivo fue desde hace mucho el rechazo del principio de igualdad y la respectiva ausencia de la capacidad para llegar a acuerdos. Acostumbrados a mirar al resto del mundo con desprecio, partiendo de la lógica de "líder" y "seguidor", los estadounidenses y sus satélites europeos asumen repetidamente compromisos, inclusive los compromisos por escrito y jurídicamente vinculantes, para luego simplemente no cumplirlos. Como señaló el presidente Vladímir Putin: "Occidente es un verdadero imperio de mentiras". Nosotros, al igual que muchos otros países, lo sabemos de primera mano. Basta con recordar cómo, antes de la rendición de la Alemania nazi, nuestros aliados en la Segunda Guerra Mundial, Washington y Londres, ya estaban planeando la operación militar "Impebsable" contra la URSS, y en 1949, EE. UU. estaba elaborando planes para lanzar ataques nucleares contra la URSS, que solo se abortaron debido a la creación de armas de represalia por parte de Moscú.

Una vez finalizada la Guerra Fría, cuando la URSS desempeñó un papel clave en la reunificación de Alemania y en la negociación de los parámetros de la nueva arquitectura de seguridad europea, los líderes soviéticos y luego los rusos recibieron garantías concretas sobre la no expansión de la OTAN hacia el Este. Los registros de estas conversaciones están en nuestros archivos y en los occidentales. Sin embargo, estas garantías de los líderes occidentales resultaron ser una estafa, nunca tuvieron la intención de cumplirlas. Tampoco les importaba que, al acercar la OTAN a las fronteras de Rusia, estaban violando burdamente los compromisos oficiales asumidos en 1999 a 2010, en el marco de la OSCE, de no fortalecer su propia seguridad a expensas de la seguridad de otros y de no permitir la dominación militar y política de ningún país, grupo de países u organizaciones en Europa: la OTAN hacía regularmente y sigue haciendo exactamente lo que se comprometió a no hacer.

A finales de 2021 y principios de 2022, se rechazaron con arrogancia nuestras propuestas de concertar acuerdos con Estados Unidos y la OTAN sobre las garantías mutuas de seguridad en Europa sin cambiar el estatus de Ucrania de mantenerse fuera de bloques. Occidente continuó militarizando al régimen de Kiev, que llegó al poder tras un golpe de Estado sangriento y que se utilizó como plataforma para crear amenazas militares directas contra nuestro país y para destruir su patrimonio histórico en territorios que son de legítimo interés ruso.

La serie de recientes ejercicios conjuntos de EE. UU. y los aliados europeos de la OTAN, incluidos escenarios de prueba para el uso de armas nucleares contra el territorio de la Federación Rusa, no tiene precedentes desde el final de la Guerra Fría. El objetivo declarado de infligir a Rusia una "derrota estratégica" finalmente cegó a los políticos irresponsables, obsesionados con su impunidad y que pedieron el sentido elemental de la autoconservación.

Los intentos de extender el área de influencia de la Alianza hacia todo el hemisferio oriental, bajo el lema astuto de "indivisibilidad de la seguridad en la región Euroatlántica y del Indo-Pacífico", se convirtieron en una nueva manifestación peligrosa del del expansionismo de la OTAN. Washington está creando alianzas militares y políticas que están bajo su control, como AUKUS, la "tríada" Estados Unidos-Japón-Corea del Sur y la "cuadríada" Tokio-Seúl-Canberra-Wellington. Está impulsando a sus miembros a mantener una cooperación con la OTAN, que está desplegando su infraestructura en el teatro del Pacífico. La orientación evidente de tales esfuerzos contra Rusia y China, para destruir la arquitectura regional inclusiva, basada en el consenso en torno a la ASEAN, está generando riesgos de que surja un nuevo foco explosivo de tensiones geopolíticas, además del foco ya caldeado de tensiones en Europa.

Surge la impresión de que Estados Unidos y el Occidente colectivo que le subordina completamente decidieron darle una proyección global a la Doctrina Monroe. Estas intenciones son tanto ilusorias como extremadamente peligrosas, pero no detienen a los ideólogos de la nueva Pax Americana.

Las élites gobernantes occidentales, en violación de la Carta de la ONU, hasta están dictando a otros países con quién y cómo deben desarrollar relaciones interestatales. En la realidad, les están negando el derecho a intereses nacionales y a una política exterior independiente. En la Declaración de Vilna de la OTAN, la "creciente asociación entre Rusia y China" se caracteriza como una "amenaza para la OTAN". Recientemente, al pronunciar un discurso ante los embajadores de Francia, Emmanuel Macron expresó su profunda preocupación por la expansión de los Brics, calificándola como un signo de "complicación de la situación en la arena internacional que amenaza con debilitar a Occidente y, en particular, a Europa... Se está revisando el orden mundial, sus principios y las diferentes formas de organización, en que Occidente tenía y tiene una posición dominante". Así son las revelaciones: si alguien en algún lugar planea mantener amistad o cooperación sin nuestra participación o sin nuestro permiso, se considera una amenaza a nuestro dominio. La expansión de la OTAN en la región de Asia-Pacífico se interpreta como algo beneficioso, mientras que la expansión de los Brics se percibe como un peligro.

El Occidente colectivo, encabezado por EE. UU., se atribuyó el papel de árbitro de los destinos de toda la humanidad y, obsesionado por el complejo de superioridad, está ignorando cada vez más el patrimonio de los padres fundadores de las Naciones Unidas. Está tratando de reemplazar la arquitectura del mundo con el papel protagónico de la ONU con un "orden basado en reglas". Nadie vio estas reglas (o más bien, no se muestran a nadie), pero observando las acciones hipócritas y de doble rasero de los ingenieros geopolíticos anglosajones y otros, se puede entender claramente cómo esta aventura se está llevando a cabo en la realidad. En palabras, sin negar la necesidad de respetar las normas y principios de la Carta de las Naciones Unidas, Occidente siempre los aborda de manera selectiva, caso por caso, sacando solo lo que sirve a sus intereses geopolíticos egoístas en un momento dado. Sin embargo, todos los principios fundamentales de la Carta deben respetarse no selectivamente, sino en su totalidad, en su conjunto e interconexión, para regular justamente las relaciones internacionales: la igualdad soberana de los Estados; la no injerencia en sus asuntos internos; el respeto a la integridad territorial; igualdad y la autodeterminación de los pueblos; el respeto a las libertades fundamentales para todos; la obligación de cumplir las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU y fortalecer la ONU como el centro de coordinación de acciones.

Es muy demostrativo que Washington, Londres y sus aliados nunca mencionen ni involucren en ninguna situación el principio fundamental de la Carta: "La ONU está fundada sobre la igualdad soberana de todos sus miembros".

Este principio tiene como objetivo asegurar un lugar digno en el mundo para todos los países, independientemente de su tamaño, forma de gobierno o estructura política y socioeconómica. Mientras, Occidente trata de dividir el mundo en "democracias" que pueden hacer lo que quieran y otros países que deben servir los intereses del "mil millones de oro". La quintaesencia del "complejo de superioridad" occidental fue la declaración pública del jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, de que "Europa es un jardín y el resto del mundo es una jungla". Esto ya no es "igualdad soberana", sino colonialismo puro.

El Occidente colectivo constantemente socava el principio fundamental de no injerencia en los asuntos internos de otros países. Hay numerosos ejemplos, desde América Central y Yugoslavia hasta Irak y Libia. Ahora se presta una atención especial a la expansión en el espacio postsoviético.

Es ampliamente conocido que desde la desintegración de la Unión Soviética, Estados Unidos tuvo la intención de subordinar a Ucrania. Como lo admitió públicamente y con orgullo la entonces subsecretaria interina del Departamento de Estado de EE. UU., Victoria Nuland, a finales de 2013, Washington gastó 5 mil millones de dólares en cultivar políticos obedientes en Kiev. En 2004-2005, Occidente respaldó el primer golpe de Estado en Ucrania con el objetivo de llevar al poder a un candidato proestadounidense, instando al Tribunal Constitucional de Ucrania a tomar una decisión ilegal sobre la celebración de una tercera ronda electoral, que no estuvo prevista en la Constitución del país. La injerencia aún más flagrante en los asuntos internos se produjo durante la segunda ola de manifestaciones en 2013-2014. En ese momento, varios visitantes occidentales alentaron abiertamente a los participantes en las protestas antigubernamentales a llevar a cabo acciones violentas.

Victoria Nuland también discutió con el embajador de EE. UU. en Kiev la composición del futuro Gobierno, que sería formado por los golpistas. Al mismo tiempo, señaló el lugar real de la Unión Europea en la política global: no se entrometan en asuntos que no les conciernen. En febrero de 2014, las personas elegidas por EE. UU. se convirtieron en participantes clave en la toma sangrienta del poder, que tuvo lugar un día después de que se había concertado un acuerdo entre el presidente de Ucrania, legítimamente electo, Víktor Yanukóvich, y los líderes de la oposición, mediado por Alemania, Polonia y Francia. El principio de la Carta de la ONU de no injerencia en los asuntos internos fue pisoteado repetidamente.

Inmediatamente después del golpe de Estado, los golpistas declararon que su máxima prioridad fue limitar los derechos de los ciudadanos rusohablantes en Ucrania. Y a los habitantes de Crimea y del Sureste de Ucrania, que se negaron a aceptar los resultados del golpe inconstitucional, los declararon terroristas, iniciando una operación punitiva contra ellos. En respuesta a esto, Crimea y el Este de Ucrania llevaron a cabo referendos, en pleno cumplimiento con el principio de igualdad y autodeterminación de los pueblos, tal como se establece en el párrafo 2 del artículo 1 de la Carta de las Naciones Unidas.

Los diplomáticos y políticos occidentales evitan mencionar esta importante norma del derecho internacional en relación con Ucrania, tratando de explicar todo lo que pasa con lo inaceptable de violar la integridad territorial.

En este contexto, es importante destacar que en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Principios del Derecho Internacional, relativos a las Relaciones de Amistad y Cooperación entre los Estados, adoptada por unanimidad en 1970, se establece que el principio del respeto a la integridad territorial se aplica a "Estados que actúan de acuerdo con el principio de igualdad y autodeterminación de los pueblos (...) y, como resultado de esto, tienen Gobiernos que representan a todo el pueblo que vive en el respectivo territorio". No es necesario probar que los neonazis ucranianos que tomaron el poder tras el golpe de Estado no representaban al pueblo de Crimea y de Donbás. El apoyo incondicional de las capitales occidentales a las acciones del régimen criminal de Kiev, de hecho, viola el principio de autodeterminación, además de ser una burda injerencia en los asuntos internos.

Después del golpe de Estado, durante los años de gobierno de Piotr Poroshenko y luego de Vladímir Zelenski, se adoptaron leyes racistas que prohibieron todo lo ruso: la educación, medios de comunicación, la cultura, la destrucción de libros y monumentos y la prohibición de la Iglesia ortodoxa ucraniana. Esto fue una violación flagrante del párrafo 3 del artículo 1 de la Carta de las Naciones Unidas sobre el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos, sin distinción de raza, sexo, idioma o religión. Además, estas acciones contradecían directamente la Constitución de Ucrania, que establece la obligación del Estado de respetar los derechos de los rusos y otras minorías étnicas.

Kiev tenía la obligación de cumplir con los compromisos internacionales asumidos en el marco del Conjunto de Medidas para el Cumplimiento de los Acuerdos de Minsk del 12 de febrero de 2015, aprobados vía Resolución Especial 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU, en plena correspondencia con el artículo 36 de la Carta de las Naciones Unidas que apoya “todo procedimiento que las partes hayan adoptado para el arreglo de la controversia”. En este caso, son Kiev y las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk. Sin embargo, el año pasado, todos los firmantes de los acuerdos de Minsk, a excepción de Vladímir Putin, es decir, Angela Merkel, Francois Hollande y Piotr Poroshenko, manifestaron en público y hasta con cierto regocijo, no haber tenido la menor intención de cumplir el acuerdo que habían firmado. Su objetivo había sido ganar tiempo, para reforzar el potencial militar de Ucrania y nutrirla con armas, para que se enfrentara a Rusia. Durante todos estos años la UE y la OTAN apoyaron directamente el sabotaje del cumplimiento de los Acuerdos de Minsk, instando al régimen de Kiev a recurrir a la fuerza para solucionar “el problema de Donbás”. Ello se hizo en contra del artículo 25 de la Carta de las Naciones Unidas, donde todos los miembros de la ONU han de “aceptar y cumplir las decisiones del Consejo de Seguridad”.

Recordemos que, junto con la firma de los Acuerdos de Minsk, los líderes de Rusia, Alemania, Francia y Ucrania firmaron una declaración, mediante la cual Berlín y París se comprometían a hacer muchas cosas, entre ellas, ayudar a reconstruir el sistema bancario de Donbás. Sin embargo, no movieron ni un dedo para lograrlo. Simplemente estuvieron presenciando, como Piotr Poroshenko, en contra de los compromisos asumidos, declaraba un bloqueo comercial, económico y logístico de Donbás. En la ya mencionada declaración, Berlín y París proclamaron que propiciarían el refuerzo de la cooperación entre Rusia, Ucrania y la UE, para ofrecer una solución práctica a los problemas comerciales que tenían preocupados a Rusia, promoviendo al mismo tiempo “la creación de un espacio humanitario y económico común desde el Atlántico hasta el Pacífico”. Dicho documento también fue aprobado por el Consejo de Seguridad de la ONU y había de ser cumplido, en función del mencionado artículo 25  de la Carta de las Naciones Unidas. Este compromiso asumido por los líderes de Alemania y Francia también resultó ser un engaño y una nueva infracción de los principios recogidos en la Carta de las Naciones Unidas.

El legendario Ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, Andréi Gromyko, en más de una ocasión señaló con toda razón lo siguiente: “Es mejor opción 10 años de negociaciones que 1 día de guerra”. Siguiendo este consejo, durante largos años nos dedicamos a las negociaciones, alcanzando la firma de acuerdos en la esfera de la seguridad europea. En 1997 fue aprobada el Acta Fundamental Rusia-OTAN, así como las declaraciones de la OSCE sobre la indivisibilidad de la seguridad, lo que se hizo al más alto nivel. Desde 2015 insistimos en un cumplimiento incondicional de los Acuerdos de Minsk que eran resultado de las negociaciones. Todo ello se efectuaba en plena correspondencia con la Carta de las Naciones Unidas que exige “crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional”. Nuestros interlocutores occidentales pisotearon también este principio, firmando un documento y sabiendo que no lo iban a cumplir.

Hoy en los discursos de nuestros oponentes no dejamos de escuchar lemas que contienen las palabras “invasión, agresión, anexión”. No se hace mención alguna de los motivos profundos del problema, de cómo durante largos años fue cultivado un régimen abiertamente neonazi que, sin ocultarse, se dedicó a reescribir los resultados de la Segunda Guerra Mundial y la historia de su propio pueblo. Occidente evita entablar una conversación concreta basada en los hechos y en el respeto de los requisitos que contiene la Carta de las Naciones Unidas. No disponen de argumentos, para mantener un diálogo honesto.

Da la sensación de que los representantes de los países occidentales temen entrar en debates profesionales, por miedo a que sean desenmascaradas sus palabrerías. Pronunciando los conjuros sobre la integridad territorial de Ucrania, las antiguas metrópolis ni mencionan las decisiones tomadas por la ONU, en función de las cuales París había de devolver el archipiélago de Mayotte a las islas Comoras y Londres, marcharse del archipiélago Chagos e iniciar con Buenos Aires las negociaciones sobre las islas Malvinas. Estos defensores de la integridad territorial de Ucrania hacen ahora como que no se acuerdan de la esencia de los Acuerdos de Minsk que consistían en la reunificación de Donbás con Ucrania, siendo ofrecidas las garantías del respeto de los derechos humanos fundamentales, en primer lugar, del derecho a usar su lengua materna. Occidente que echó por tierra su cumplimiento es el responsable directo de la desintegración de Ucrania y de que estallara allí una guerra civil.

Entre otros principios de la Carta de las Naciones Unidas, el respeto de los cuales podría prevenir la crisis de seguridad en Europa y ayudar a acordar medidas de confianza en base al equilibrio de intereses, podría destacar el artículo 2 del Capítulo VIII de la Carta. Recoge la necesidad de que sea desarrollada la práctica de lograr el arreglo pacífico de las controversias de carácter local por medio de organismos regionales.

De acuerdo con dicho principio, Rusia, junto con sus aliados, se pronunció de manera coherente por el establecimiento de contactos entre la OTSC y la OTAN, para que fuera propiciada la puesta en práctica de las decisiones sobre la indivisibilidad de la seguridad en Europa tomadas en las Cumbres de la OSCE. Sin embargo, las numerosas solicitudes formuladas por los órganos directivos de la OTSC ante la OTAN fueron pasadas por alto. Si la OTAN no hubiera rechazado las propuestas de cooperación por parte de la OTSC, posiblemente se podrían haber evitado muchos procesos negativos que provocaron la actual crisis en Europa, debido a que durante décadas no se quiso escuchar a Rusia o se la engañó.

El modelo del mundo liberal está orientado a Occidente y es impensable sin la política de doble rasero. Cuando el principio de la autodeterminación entra en contradicción con los intereses geopolíticos de los países occidentales, como, por ejemplo, en caso de la libre expresión de la voluntad de los habitantes de Crimea, de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk y de las provincias de Zaporiyia y Jersón que votaron a favor de la reunificación con Rusia, los países occidentales no es que se olviden de ello, es que condenan con energía la elección de la gente y la castigan con sanciones. Y, si algo le beneficia a Occidente, la autodeterminación es declarada principio prioritario. Basta con mencionar la enajenación de Kosovo del territorio serbio, proceso que se llevó a cabo sin ningún referéndum.

La continuada degradación de la situación en este territorio serbio provoca una profunda preocupación. Los envíos de armas a los kosovares y a la asistencia a la creación de su Ejército por parte de la OTAN representan una burda violación de la Resolución fundamental 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU. Todo el mundo puede presenciar cómo se repite en los Balcanes la triste historia de los Acuerdos de Minsk que preveían estatus especial de las Repúblicas de Donbás y que Kiev saboteó abiertamente, con el apoyo de Kiev. Ahora la UE no quiere ni tampoco puede obligar a sus protegidos kosovares a cumplir los acuerdos alcanzados por Belgrado y Pristina en 2013 sobre la creación de la Comunidad de municipios serbios de Kosovo que facilitara derechos especiales de usar la lengua materna y tradiciones propias. En ambos casos la UE hizo de garante de los acuerdos y, a juzgar por todo, dichos documentos corrieron una suerte parecida. La conducta de los “patrocinadores” determina los resultados.

Ahora Bruselas, velando por sus ambiciones geopolíticas, impone su mediación a Azerbaiyán y Armenia, aportando, junto con Washington, a la desestabilización de la situación en Transcaucasia. Ahora, tras haber arreglado los líderes de Ereván y Bakú el problema del reconocimiento mutuo de la soberanía de sendos países, ha llegado el momento de normalizar la vida y de reforzar la confianza. El contingente de paz ruso está dispuesto a propiciarlo.

Buscando impedir la democratización de las relaciones interestatales, EE. UU. y sus aliados con cada vez mayor desfachatez privatizan las secretarías de los organismos internacionales, promoviendo decisiones sobre la creación de mecanismos no basados en el consenso y sometidos a su influencia, en contra de los procedimientos establecidos. Al mismo tiempo, se reservan el derecho condenar a quienes no son por algún motivo del agrado de Washington.

Merece la pena señalar que los requisitos de la Carta de las Naciones Unidas son aplicables también a su Secretaría, en la cual, en función del Art.100 de la Carta ha de obrar de manera imparcial, no solicitar ni recibir instrucciones de ningún gobierno y, por supuesto, ha de respetar el principio de la igualdad soberana de los Estados miembros. Dada esta circunstancia, hacen plantearse preguntas las declaraciones del secretario general de la ONU, António Guterres, hechas el pasado 29 de marzo. Dijo que “administración autocrática no garantiza la estabilidad, sino que representa un catalizador del caos y conflictos”, mientras que “las fuertes sociedades democráticas son capaces de autoenmendarse y automejorar, pudiendo estimular los cambios, incluso radicales, sin derramamiento de sangre ni violencia”. Sin querer, se acuerda uno de los “cambios” generados por las aventuras agresivas de las “democracias fuertes” en Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria y muchos otros países.

A continuación el secretario general dijo: “Ellas (las democracias) son centros de extensa cooperación que hunde sus raíces en los principios de la igualdad, la participación y la solidaridad”. Curiosamente, esta declaración fue hecha en la Cumbre por la democracia convocada por el Presidente de EE. UU., Joe Biden, al margen de la ONU. Los participantes en el evento habían sido seleccionados por la Administración estadounidense, en función de su grado de lealtad y no sólo a Washington, sino, en concreto, al Partido Demócrata que está en el poder en EE. UU. Los intentos de recurrir a estas fórmulas para abordar temas de carácter global entran en directa contradicción con el punto 4 del Art.1 de la Carta de las Naciones Unidas, donde se recoge la necesidad de que la ONU “sirva de centro que armonice los esfuerzos de las naciones por alcanzar estos propósitos comunes”.

En la mencionada cumbre por la democracia, el secretario general de la ONU proclamó: “La democracia emana de la Carta de las Naciones Unidas. Las primeras palabras de la Carta, “Nosotros los pueblos” reflejan la fuente fundamental de la legitimidad, el consentimiento de los que son dirigidos”. Sería útil contrastar esta idea con “los méritos” del régimen kievita que desató una guerra contra una enorme parte de su propio pueblo, contra aquellos millones de personas que no dieron el consentimiento de ser dirigidos a los neonazis y a los rusófobos que se hicieron con el poder en el país y echaron por tierra los Acuerdos de Minsk que habían sido aprobados por el Consejo de Seguridad de la ONU, minando de esta manera la integridad territorial de Ucrania.

Hablando de los principios de la Carta, hemos de plantearnos las relaciones entre el Consejo de Seguridad y la Asamblea General. El Occidente colectivo desde hace tiempo promueve de una manera muy agresiva el tema del “abuso del derecho al veto”. Logró, vía presión en los países miembros, que se adoptara la decisión de que tras cada uso del mencionado derecho que cada vez con mayor frecuencia es provocado por los países occidentales el tema vetado fuera considerado por la Asamblea General. Ello no presenta ningún problema para Rusia, puesto que las posturas de nuestro país sobre todos los puntos de la agenda tienen carácter abierto, no tenemos nada que ocultar, de modo que no nos cuesta volver a exponer nuestra postura. Además, el uso del derecho al veto representa una herramienta completamente legítima prevista por la Carta, para que se evite la toma de decisiones capaces de provocar graves discrepancias dentro de la Organización.

Dado que fue aprobado el procedimiento de debates en la Asamblea General dedicado a la utilización del derecho al veto, por qué no reflexionar sobre aquellas Resoluciones del Consejo de Seguridad que se probaron, también hace muchos años, sin que se usara ningún derecho al veto, pero siguen sin cumplirse. ¿Por qué la Asamblea General no analiza las causas de este estado de las cosas, por ejemplo, no escucha a quienes echaron por tierra el cumplimiento de las Resoluciones del Consejo de Seguridad sobre Palestina y sobre todo el conjunto de problemas de Oriente Próximo y norte de África? ¿O sobre el arreglo con la situación con el programa nuclear iraní o de la Resolución 2202 que aprobaba los Acuerdos de Minsk?

Precisa de una elevada atención el problema relacionado con los regímenes de sanciones. Parece haberse convertido ya en normal la siguiente tendencia: el Consejo de Seguridad, tras largas negociaciones y en plena correspondencia con la Carta de las Naciones Unidas, aprueba las sanciones contra un Estado concreto, tras lo cual EE. UU. y sus aliados introducen contra el mismo Estado restricciones “adicionales” y unilaterales que no han recibido la aprobación del Consejo de Seguridad y no aparecen en la Resolución del mismo en el marco del “paquete” acordado. Otro fenómeno de este mismo tipo es la aprobación por Berlín, Washington, París o Londres de decisiones, siendo aplicadas sus normas legislativas nacionales, de “prorrogar” las limitaciones introducidas contra Irán que expiran este mes de octubre y han de ser cesadas jurídicamente, en función de la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad de la ONU. Es decir, la decisión del Consejo de Seguridad ha expirado, pero a los países occidentales esto no les preocupa lo más mínimo, tienen sus propias “normas”.

Esta línea agresiva de la minoría occidental que es llevada a cabo en intereses propios ha provocado una grave crisis en las relaciones internacionales. Crecen los riesgos de un conflicto global. Al mismo tiempo, sí que existe una salida de esta situación. Para empezar, todos habrían de darse cuenta de su responsabilidad por el futuro del mundo. Me refiero al contexto histórico y no a la motivación coyuntural ni electoral de los comicios de turno. Hace casi 80 años, al firmar la Carta de las Naciones Unidas, los líderes mundiales acordaron con este acto respetar la igualdad de todos los Estados, reconociendo de esta manera la necesidad de un orden mundial igualitario y policéntrico, garantía de la sostenibilidad y de la seguridad de su desarrollo.

Hace falta aplicarse a fondo, para que el espíritu de la multipolaridad plasmado en la Carta de las Naciones Unidas se haga realidad. Cada vez mayor número de países de la Mayoría Mundial busca reforzar su soberanía y defender sus intereses nacionales, sus tradiciones, cultura y forma de vivir. No desean que se les imponga nada, quieres tener amigos y comerciar entre ello y con el resto del mundo, únicamente de manera paritaria y mutuamente beneficiosa, en el marco de la arquitectura multipolar que se está formando. Estos ánimos prevalecieron en las recientes cumbres del Brics, G-20 y la Cumbre de Asia Oriental.

Está ganando protagonismo la tarea de reformar cuanto antes los mecanismos de la gestión global. EE. UU. y sus aliados han de dejar de contener de manera artificial la redistribución de los votos basados en las cuotas en el FMI y el Banco Mundial, reconociendo el peso económico y financiero real de los países del Sur Global. Hace falta también desbloquear con urgencia el funcionamiento del Órgano de solución de diferencias de la OMC.

Se vuelve cada vez más solicitada la decisión de ampliar el Consejo de Seguridad exclusivamente a través de la eliminación de la escasa representación en el mismo de los países de Asia, África y América Latina. Es importante que los nuevos miembros del Consejo, tanto los permanentes, como los no permanentes gocen de autoridad en sus regiones y en tales organismos globales como el Movimiento de Países no Alineados, el Grupo de los 77, la Organización de Cooperación Islámica.

Ya es momento de que sean abordados unos métodos más justos de la formación de la Secretaría de la ONU. Los criterios que se llevan aplicando años no reflejan el peso real de los Estados en los asuntos internacionales y garantizan de manera artificial un excesivo dominio de ciudadanos procedentes de los países de la OTAN y la UE. Estas desproporciones se agravan aún más, debido a la aplicación de contratos permanentes que atan a sus firmantes a la postura de los países anfitriones de las sedes de organizaciones internacionales, situadas casi todas ellas en las capitales que aplican la línea política occidental.

Todos los esfuerzos encaminados a reformar la ONU deben tener por objetivo afianzar la supremacía del derecho internacional y lograr que la ONU recupere su papel de organismo central y coordinador de la política internacional, un espacio donde se acuerdan las formas conjunta de solución de problemas, siempre en base a un honesto equilibrio de intereses.

Al mismo tiempo, hace falta aprovechar al máximo las potencialidades de las asociaciones de nuevo tipo que reflejan los intereses del Sur Global. Es, en primer lugar, el Brics que aumentó considerablemente su autoridad, al término de la Cumbre de Johannesburgo y goza ahora de una influencia realmente global. A nivel regional es evidente el renacimiento de tales organismos, como la Unión Africana, la Celac, la Liga Árabe, la CCEAG y demás. En la región euroasiática está en marcha el proceso de la armonización de los proyectos de integración en el marco de la OCS, la ASEAN, la OTSC, la UEEA, la CEI, el proyecto chino Un cinturón, una ruta. Se está formando de manera natural la Gran Asociación Euroasiática, abierta a la participación de todas las asociaciones y países de nuestro continente común, sin excepción alguna.

Estas tendencias positivas se ven contrarrestadas con cada vez más agresivos intentos de Occidente de mantener su dominio en la política, económica y finanzas mundiales. Es de interés común que sea evitada la fragmentación del mundo en bloques comerciales y macrorregiones aisladas. Sin embargo, si EE. UU. y sus aliados no desean acordar que a los procesos de la globalización les sea dado un carácter justo y paritario, es resto habrá de sacar las pertinentes conclusiones y pensar en pasos que les ayuden a no poner las perspectivas de su desarrollo económico, social y tecnológico, ni tampoco su seguridad en dependencia de los instintos neocoloniales de las antiguas metrópolis.

Pronunciando el pasado 5 de octubre un discurso en la reunión del Club Internacional de Debates Valdái, el presidente de la Federación de Rusia, Vladímir Putin, se pronunció de una manera inequívoca a favor del refuerzo del derecho internacional en base a la Carta de las Naciones Unidas y formuló seis principios de la formación de una auténtica multipolaridad: abertura y relaciones en el mundo, sin barreras que obstaculicen la comunicación, el respeto de la diversidad como fundamento del desarrollo conjunto, la máxima representación en las estructuras de la gestión global, la seguridad universal basada en el equilibrio de intereses de todos, un acceso justo a los bienes del desarrollo, paridad para todos, renuncia a la dictadura “de los ricos o los fuertes”.

Vladímir Putin señaló: “Estamos afrontando, de hecho, la tarea de construir un nuevo mundo”. No es cuestión de que se empiece desde cero, siendo tachado todo lo hecho por nuestros antecesores. Existe el fundamento para la construcción de un nuevo mundo y es sólido, es la Carta de las Naciones Unidas. Ahora lo más importante es evitar su destrucción llevada a cabo a través de malabarismos con los principios recogidos en la Carta, lograr que todos los países los cumplan, en su totalidad y respetando los existentes vínculos entre los mismos.

Si los miembros de la comunidad internacional se sienten con fuerzas de remontar hasta los orígenes y plasmar los compromisos que asumieron, en función de la Carta de las Naciones Unidas, en actos concretos, la humanidad recibirá la posibilidad de superar el nefasto legado de la época unipolar.

El grado en el que todos están dispuestos a darse cuenta de su propia responsabilidad y de la responsabilidad colectiva por el futuro del mundo lo pondrán de manifiesto los preparativos para la Cumbre del futuro que ha de celebrar el año que viene, por iniciativa del secretario general de la ONU.

Como ha señalado António Guterres durante la rueda de prensa ofrecida la víspera de la 78ª temporada de sesiones de la Asamblea General, “si deseamos paz y prosperidad, que se basen en la igualdad y la solidaridad, los líderes han de asumir una responsabilidad especial por alcanzar fórmulas de compromiso, al trazar nuestro futuro común por el bien común”.  Imposible decirlo mejor. Precisamente en la búsqueda de fórmulas de compromiso y no en la división del mundo en “democracias” y “autocracias” consiste la misión de la Organización de las Naciones Unidas. Rusia, junto con los países que comparten su postura, está dispuesta a coadyuvar plenamente a su puesta en práctica.

 


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