Caraqueñidad | Pompón Forcella talló su medalla y su familia

Tercer lugar en Roma 1960

El deporte es la base de un país. El arte no da dinero, pero sí satisfacción. El arte y el deporte son las vías para orientar a la juventud.

 

23/10/2023.- Jamás pudo imaginarse aquel joven carabinieri que sus balas de guerra en defensa de la causa italiana se transformarían en municiones de paz y de sana competición para darle a Venezuela su segunda medalla olímpica debido a su tino en la cita de Roma 1960. (La primera fue lograda por Asnoldo Devonish en la cita de Helsinki ocho años antes, en la prueba de salto triple…).

Se trata de Henri César Forcella Pelliccioni, nombre de pila, que sin mayores restricciones legales fue cambiado a Enrico, porque el escribiente de migración se confundió por la disonancia del acento francoitaliano del interlocutor cuando llegó al puerto de La Guaira a mediados de los años cincuenta, proveniente de Castelnuovo di Garfagnana, por recomendaciones de un primo aventurero que le habló de las deliciosas mangas criollas y del excelente clima, propicio para amainar ciertos males de salud que aquejaban al futuro campeón…

Por ser tan desprendido de lo material, llegó a suelo venezolano portando solo sus destrezas de tallador y su puntería. Para evitar las alergias producidas por el mármol, debió dedicarse a la decoración y ebanistería, quizás siguiendo la tradición de un abuelo con el que talló el altar de una pequeña iglesia en Italia.

Se declaró ferviente seguidor del tallador modelista francés François Pompon (1855-1933), por lo que adoptó ese apellido como apodo, y su oficio como modo de vida, jurando que "muerto un Pompón, ahí estaba el otro para enaltecer su obra".

La mayor parte del mobiliario de su residencia familiar —que con más de medio siglo permanece casi intacto— nació de su creatividad y dedicación.

Ese flaco de casi dos metros de estatura, fumador empedernido y con el ciclismo por hobby, amante de la música clásica y de las artes culinarias, un día indeterminado fue invitado de manera muy casual, como espectador, al polígono de tiro Simón Bolívar, de Conejo Blanco. Al detectar la mala postura de uno de los tiradores del momento, se atrevió a darle ciertos consejos. Le permitieron disparar con un arma ajena, sin instrumentos ni apoyos técnicos, y deslumbró. Desde entonces, inscribió su nombre en la historia del tiro deportivo nacional hasta que, aquejado de catarata, decidió retirarse a los 79 años de edad.

Las autoridades del tiro de entonces, los coroneles Polanco, Yllarramendi y Quevedo, además de los doctores Luis Ardila e Ismael Cárdenas, le abrieron espacio en la selección nacional.

El mismísimo Marcos Pérez Jiménez, asombrado ante aquel acertado tirador, en muy poco tiempo le otorgó visa diplomática para viajar con trato preferencial al Mundial de Moscú 1958.

 

Tremenduras del catirito

El 18 de octubre de 1907, producto del amor entre Luis Gerónimo Forcella y Marie Pelliccioni, nació en el principado de Mónaco el primero de cuatro hijos, Enrico. Luego vendrían sus hermanos Pedro, piloto de guerra; María Jane Luisa; y la última, Gulijana. Todos criados por la tía Enriqueta, ya que sus padres fallecieron cuando el mayor tenía apenas ocho años.

Las estrictas normas del principado le negaron la nacionalidad debido a que su apellido era de segunda generación (sus padres y él; si hubiese provenido desde sus abuelos, automáticamente hubiera sido monegasco), por lo que se fueron a la montañosa zona italiana de Castelinuovo di Giarfagnana, hogar de sus ancestros y terruño que luego de su fama le consideró su hijo ilustre.

Cuentan que ese niño pelirrojo, en una oportunidad, colocó conchas de avellana en las patas de un gato que luego soltó en plena misa y asemejaba el chasquido de unas castañuelas. El cura, que lo pilló en la travesura, interrumpió la homilía: "Ese fue el pelirrojo tremendo", sin saber que años más tarde se convertiría en monaguillo.

Hablaba francés e italiano, un poco de inglés y alemán, menos de español y de las lenguas eslavas no conocía nada. Durante su actuación en el Mundial de Tiro de Moscú 1958, sintió deseos de comerse un huevo frito y se le ocurrió dibujar una gallina poniendo un huevo en un sartén. Se hizo entender y logró su cometido: un desayuno, que ya era parte de su dieta porque recién se había radicado en Venezuela.

 

Siempre dio en el blanco

Las casualidades o, mejor dicho, causalidades positivas siempre acompañan a los triunfadores. No en vano se dice que más vale un centímetro de suerte que un kilómetro de talento.

La noche de su llegada al país, por cosas del destino, pernoctó en la plaza Capuchinos. Al despertar se topó con un señor con el que luego de intercambiar impresiones selló amistad hasta el día de su muerte. Era "el padre de la Opep", Juan Pablo Pérez Alfonzo.

Por la cercanía de su taller de ebanistería y de su apartamento en Puente Restaurador, conoció al dueño de los laboratorios Vargas, Guillermo Valentiner, también otro de sus entrañables amigos, al punto de ser el único que le brindó homenaje en vida. Sus otras amistades fueron José Cazorla y Jaime González.

Con su elevada autoestima sorteó varias adversidades económicas. A veces regalaba hasta lo que le hacía falta. Eso le sirvió para vivir feliz. Le sobraba humildad. Estos valores se los transmitió a su familia, además de su afecto por recetas exóticas como el manjar de manga con siete licores y el helado de maní, que lo atraparon a pesar de su delicado estómago.

Un registro familiar contabiliza en la performance de Enrico 57 medallas, individuales y por equipo, para Venezuela (sin contar la del Mundial de Lucerna, Suiza, 1938, porque aún era italiano), incluidos los dos récords conquistados en los CAC de Caracas 1959, un año antes de su gesta de Roma. Impuso marca de 1.085 puntos en carabina 22, en tres posiciones y en 50 metros tendido, 390 puntos; registros muy cercanos a los topes mundialistas 1.148, del inglés William Oakley, y 396, del soviético Vladimir Shamburking, ambos establecidos en el Mundial de Rusia 58.

Llegó a desempeñarse como entrenador de militares y del Instituto Nacional de Deportes.

 

Yo me gano a estos cusurros

A Pompón le sobreviven su esposa Alicia Quintero de Forcella (enfermera, costurera y exmiembro de la selección nacional de tiro) y sus dos hijos, Henri Pablo (ingeniero y mago profesional) y Luisa Guillermina (farmaceuta, chef pastelera y dueña de PomPom Gourmet), además de su cuñado y alumno, José Demetrio Quintero, actual restaurador de la Cancillería de Venezuela.

Todos coinciden en que era hogareño, espiritualista, visionario, con manos expertas para el mármol, la madera y la crianza de sus hijos, a los que siempre consideró como su mayor acierto. Fue un luchador ante retos y objetivos autoimpuestos.

Cuentan al unísono que en los Juegos Olímpicos de Roma 1960, a Forcella no le fue bien en la primera ronda. Cuando le quedaban los últimos 30 tiros, de manera intempestiva encendió uno de sus infaltables cigarrillos (las normas no lo prohibían) y, amparado en su experiencia de casi 53 años de edad, luego de inhalar y expeler indeteniblemente, tiró la colilla y al tenderse para disparar dijo para sus adentros: "A estos cusurros les gano yo". Logró 587 puntos y medalla de bronce, apenas detrás del alemán Peter Kohnke con 590 (oro) y del estadounidense James Enoch con 589 (plata).

Hasta sus últimos días se lamentó del fuerte viento y la polvareda levantada en la zona donde le correspondió disparar, porque la medalla hubiese sido de otro metal en su modalidad de rifle 50 metros tendido.

 

… un esposo bonito

Tal como reza la famosa plegaria a San Antonio, a quien las mujeres le piden un novio bonito, la señora Alicia, andina de nacimiento y caraqueña de crecimiento, católica al mil por ciento, relata que le pidió a Dios conocer a un hombre adecuado a sus requerimientos.

¡Oh, sorpresa! Una semana después, en la puerta de su edificio, se topa con "un señor altísimo, elegantemente trajeado de negro, catire y de ojos azules, aunque se veía muy mayor…", dijo. Ese, que se amoldaba a su fervorosa petición, le llevaba 36 años, aunque esto no fue impedimento para que pronto formaran hogar, hasta su muerte, el 25 de octubre de 1989. "Te amo, Alicia", fueron sus últimas palabras. Dicen que su espíritu positivista invade a diario los sueños de su amada para decirle que muy pronto todo será mejor. "Así era y es. Él no está muerto. Anda por allí, repartiendo cariño y enseñándonos, como siempre, a amar a Venezuela", sentenció doña Alicia, quien abriga la esperanza de que alguien le reponga la medalla y el arma de Pompón, que las autoridades de aquella época le pidieron para hacer una réplica… pero no le devolvieron ni lo uno ni lo otro…

 

La anécdota

Cuando Pompón ganó la medalla de bronce hubo algarabía en la villa olímpica. Por el altoparlante anunciaron la llegada de don De Andrea, un italiano que había vivido en Zulia. En retribución quería agasajar en su restaurante de Roma a la feliz delegación criolla por el logro de Forcella. Al finalizar la festividad, unas damas latinas algo atrevidas, quizás desinhibidas por efectos del vino, al ver al medallista pasar hacia el urinario, le hicieron ciertas insinuaciones que fueron elegantemente repelidas por el atinado tirador: "Eso que ustedes proponen ya lo hice esta mañana y gané medalla de bronce". ¡Qué clase!

 

Luis Martín


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