Letra fría | Viajando con Rodrigo Riera

27/10/2023.- Entre las grandes satisfacciones de mi vida está la de haber sido ejecutor de la orden del señor Coles de encontrarle a su maestro de Nueva York, Rodrigo Riera, porque incluyó el retorno del maestro a la vida artística —sumida ya en el silencio del retiro—, en la calle que lleva su nombre en Barquisimeto. Volver a sus clases magistrales y conciertos fue el propio renacer de toda una vida dedicada a "nuestra señora, la guitarra", como bien le decía. Estuvieron incluidos viajes y buenos hoteles, que se merecía por su personalidad y su talento.

En una entrevista, que nunca he publicado, me contaba, con la sencillez del caso, que tocó con guitarras prestadas hasta que cumplió 32 años, y que:

La guitarra era la visa para entrar en la sociedad, por lo que yo no supe de godos ni nada de eso, porque yo estaba siempre ahí con mi guitarra, y, en cuanto a mis piernas, si yo hubiese nacido en 1930, tendría mis pies derechos, pues era algo muy sencillo en traumatología, pero no había comunicación con aquel pueblo tan lejano.

Aparte de los eventos principales del proyecto cultural —Festival Internacional de Agosto y el encuentro guitarrístico en Choroní—, en los que siempre fue invitado especial, también estuvo presente en los de rutina, solo o acompañado por Alirio Díaz, su hijo Rubén, el maestro Soto y por el propio Coles. Además, conseguí —hurgando en las redes— aquel magnífico concierto del 1.° de agosto de 1996 de padres e hijos, cuando se escucharon juntos, por primera vez, en la sala Ríos Reyna del Teresa Carreño, a Alirio Díaz, Rodrigo Riera, Senio Díaz y Rubén Riera, en el Festival Internacional de Agosto organizado por Mavesa.

Viajamos mucho, tanto en Venezuela como al exterior, pero trataré de recordar algunos viajes fuera del país. Las más de las veces fuimos a Bogotá, a conciertos en la residencia del embajador Carrera Damas, en el Instituto Gimnasio Moderno, un exclusivo colegio de la zona norte, y en la biblioteca Luis Ángel Arango, cuya sala de conciertos tiene una acústica excepcional; por supuesto, con clases magistrales incluidas. De Medellín, no recuerdo mucho, salvo que la sala también era excelente, y que fuimos atendidos por una importante empresa, socia de Mavesa por entonces.

A Martinica fuimos a un evento porque viajamos con Leo Brouwer y creo recordar que estuvo el Ensamble Gurrufío, pero los viajes claves fueron a Estados Unidos, sobre todo a Washington, en donde tocaron en una suerte de pueblo de habitaciones e instalaciones para reuniones como aquella de relevantes empresarios de América Latina haciendo el ejercicio de visión de futuro a 25 años del 2021. Era el Airlie Center, que incluía la histórica sala Airlie House, donde tocaron Rodrigo y Coles para el grupo de empresarios y el invitado especial Strobe Talbot, el número dos del Departamento de Estado del gobierno de Bill Clinton.

Rodrigo era un músico extraordinario, pero destacaban su sencillez, buen humor y sobre todo su dignidad. Por eso cierro esta nota con un episodio que nos ocurrió durante una escala en Miami. Como muchos saben, las distancias en esos aeropuertos son inmensas, y nosotros teníamos que abordar el avión en el cual ya venían Coles y su esposa. Los altoparlantes anunciando la salida del vuelo y nosotros caminando a duras penas y a media máquina, obviamente. En eso veo una de esas carruchas para llevar maletas, se la muestro y me hace la clásica seña del no, y yo: "Coño, Rodrigo, o eso, o nos deja el avión". "Que no, te dije, Humberto, nos vamos caminando. Yo tengo mi dignidad, carajo". Cuando el altoparlante anunció el último llamado, se encaramó y empecé a correr, empujando la vaina esa, y Rodrigo, que veía hacia atrás porque venía agarrado del tubo horizontal del aparato, me dice: "Apúrate, que nos vienen persiguiendo dos policías".

¡No sé cómo llegamos, pero nos montamos de vainita! Ja, ja, ja.

 

Humberto Márquez


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