Micromentarios | El olor del fascismo

31/10/2023.- El artículo de hoy fue escrito el 21 de marzo de 2014, tras 37 días de soportar once guarimbas —barricadas—, en las seis calles adyacentes a mi vivienda. Sí, once. Hasta hoy, nunca había sido publicado.

En esos 37 días vivimos bajo tal presión que se me agudizó un sentido cuya capacidad había disminuido con la edad: el olfato. Aunque nunca lo tuve muy desarrollado, por esos días advertí cierta afinación en él, que me permitió discriminar olores que antes confundía o percibía confusamente.

Uno de los frutos de esta reconversión olfativa fue identificar el repelente hedor característico del fascismo. Las guarimbas alzadas por quienes decían protestar contra una dictadura que solo existía en sus manipuladas mentes, en realidad buscaban la desestabilización del gobierno legítimo y, entre otras cosas, hacer creer que Venezuela era un país forajido, que requería una invasión multinacional para ser pacificado.

De tales barricadas se alzaba un tufo que ofendía la respiración, dado que la basura era su primer componente. Ese olor, característico de la fermentación de residuos orgánicos e inorgánicos, más el de las ideas putrefactas que manejaban los guarimberos, constituía una pestilencia identificable con la de la muerte. Un segundo elemento de las mismas era el humo. Un humo que se elevaba de los objetos que ardían en las barricadas, las edificaciones o las ropas de las personas a las que los sociópatas prendían fuego.

Entre febrero y marzo de ese año, los alienados políticos quemaron numerosos vehículos automotores, grandes extensiones de vegetación, sedes de ministerios, centros de salud, casas de partidos políticos, guarderías, bibliotecas y hasta universidades.

Sus acciones piromaníacas no conocían límites. Hasta incineraron vivas a algunas personas, la mayoría, trabajadores que iban rumbo a sus puestos laborales. Amenazaron de muerte a médicos y enfermeras, si trataban a los heridos por ellos y, el colmo, incluso a niños menores de tres años. Esto lo llegué a presenciar por donde vivo.

Quienes hemos tenido el infortunio de inhalar el olor del fascismo y la suerte de sobrevivir a la experiencia no podemos olvidarla. Representa olfativamente la podredumbre de espíritu de quienes la difunden, porque se tiene que tener un alma muy podrida para dañar a las personas, a la naturaleza y a la obra humana sin el menor reparo ni remordimiento.

Tiene que haber caducado hace mucho la fecha de vencimiento de un alma para que su poseedor o poseedora sea capaz de odiar y ser intolerante, al punto de irrespetar la vida en cualquiera de sus manifestaciones: humana, animal o vegetal.

El olor del fascismo es el mismo de la muerte en hornos crematorios; el de las tumbas colectivas donde el fuego oculta identidades; el de la incineración de los valores y principios más sagrados de la humanidad, como la libertad, la igualdad ante las leyes, el amor y la honestidad para consigo y con el mundo.

 

Armando José Sequera


Noticias Relacionadas