Punto y seguimos | A lo pasado, pasado

No todo tiempo pasado fue mejor

Es mentira aquello de que todo tiempo pasado fue mejor. Ya aclaró la ciencia que el cerebro humano posee la tendencia a suprimir los malos recuerdos e incluso a alterarlos, atenuando las experiencias desagradables con el paso del tiempo, a fin de que podamos superarlas. Es un mecanismo de supervivencia. En términos individuales puede parecer bastante útil, pero cuando lo llevamos a la memoria colectiva, la cosa se complica. Las crisis actuales parecen ser siempre las peores porque se están viviendo, mientras que las otras, aunque se recuerden, no tienen el impacto de la frescura.

Así que si hoy se está pasando roncha, puede sentirse como la más intensa, aunque hayamos pasado por peores; y si a eso se le suma todo un bombardeo de información y la impostura de una narrativa en la que no solo se modela el presente, sino también -y sobre todo- el pasado, en donde se nos recuerdan constantemente las "maravillas" de tiempos que algunos ni vivieron, y que para muchos son además un referente de juventud y fuerza personal; no es nada raro que estemos asistiendo al triste espectáculo de una suerte de añoranza colectiva de los años de la Cuarta República, a la que hoy tantos aluden inocente o maquiavélicamente como si en realidad hubiese sido una época dorada, libre de problemas, corrupción, vicios, pobreza y hambre.

Hablando siempre en términos colectivos, de sociedad, es claro que los últimos años han sido duros, sobre todo aquellos de inicios del bloqueo, la escasez y la migración masiva (para nuestros números históricos), pero todo esto en el juego político sirvió para sustentar un imaginario de que en la Cuarta se vivía mejor, porque el capitalismo es sinónimo de éxito y el socialismo de fracaso. Poco importa que nunca hayamos alcanzado el socialismo, el relato es ese, y es eso lo que creen miles de personas. Poco importa que en los datos se reflejen que fue durante los gobiernos de Hugo Chávez que se lograron nuestros mejores números en décadas, tanto en ingresos como en distribución de los mismos, en los índices de pobreza, vivienda, acceso a la educación, salud, inversión pública y crecimiento, tal y como pueden revisarse en publicaciones de organismos internacionales como la ONU, el BID, la Cepal, etc. La verdad es que con Chávez se vivía mejor, pero se ha hecho un gran esfuerzo en omitir ese "detalle", porque es Chávez quien cumple el rol de "ejecutor y culpable" en el relato antisocialista.

Incluso dentro del gobierno que se califica de promotor del socialismo, ese discurso ha calado aguas abajo, dejando caer la idea -por omisión y acción- de que con la recuperación económica volveremos a nuestros nunca olvidados oropeles de potencia petrolera. Lo importante parece ser retomar los bríos de la economía, el intercambio, el comercio, el emprendimiento, la empresa, apartando del meollo de la discusión nacional el debate político que profundiza y explica el cómo y porqué se hacen las cosas, o cómo es que tal apertura va a afectar a las grandes mayorías en el corto, mediano y largo plazo. ¿Es sostenible en el tiempo?, ¿prosperidad para todos o para los que puedan? Cuando no se responden estas preguntas en una discusión política de altura, se cae en la misma vacuidad del discurso de aquellos que sostienen que la Cuarta fue mejor, porque el hoy Rey Carlos III de Inglaterra venía a visitar los latifundios de sus amigos, porque su finada madre recibía al señor CAP en Buckingham o porque éramos el paraíso de las trasnacionales y los pobres eran pobres porque querían.

Sería de una tristeza inenarrable que en pleno siglo XXI se imponga en todos los sectores de la vida nacional la idea de que el  progreso es nada más y nada menos que volver al pasado. Que nuestro ideal sea que nos pongan donde "haiga" y que los sueños dorados sean acomodarse y gastar sin importar que las mayorías no puedan hacerlo, es decir, que volvamos a ser el gran ejemplo del triunfo del capital sobre la vida, y que textos tan dolorosos como el de Eduardo Galeano, describiendo la Caracas de los 70, en Las venas abiertas de América Latina, se lean en tiempo presente:

Caracas mastica chicle y ama los productos sintéticos y los alimentos enlatados, no camina nunca solo se moviliza en automóvil (...) a  Caracas le cuesta dormir porque no puede apagar la ansiedad de comprar, consumir, obtener, gastar, usar, apoderarse de todo. En las laderas de los cerros más de medio millón de olvidados contempla, desde sus chozas armadas de basura, el derroche ajeno.

No, no todo tiempo pasado fue mejor, y construir un futuro mejor para todos implica recordarlo.

Mariel Carrillo García


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