Palabras... | La orilla de los heterónimos

Libro de Fredy Yezzed (Colombia)

09/11/2023.- Todos cargamos la violencia sistémica dentro, como un hueco en la vida donde el mundo se ve huyendo, y cada quien tiene visible su infierno en una vidriera.

Aunque después de la locura no haya nada que llame la atención, excepto la agonía, el hecho de salir ileso —o no— de tamaño desajuste mental hace que, por lo menos, ambas sumen experiencias a la vapuleada personalidad.

El arte no puede entrar en esta irracionalidad para curar; solo distrae con placer y displacer creativos, para que la vida haga su trabajo instintivo de sobrevivencia. Es un poco como la fuerza de voluntad cuando se decide. Ella parece producto de un instante, pero nadie sabe cuánto tiempo se esfuerza la profundidad de la vida por ser una conclusión.

La "sal de la locura", al no atender el sentido de los sentimientos, le pone sabor brutal a la descomposición de la razón. Es la opción del cuerpo-mente para salirse del mundo de manera temporal y poder recomponerse. Algunos lo logran, pero no todos quieren volver. Quizás cada ser, en su desgracia, también tenga su tiempo en este laberinto, más difícil cuando el escenario incorpora el prontuario histórico y decadente de un apartado lugar como Ushuaia, posibilitado para torturar aún más la desgracia política, delincuencial y originaria, digamos una libra por cada cabeza de los ancestrales Onas.

Por fortuna, una existencia descompuesta, irreconciliable con el sistema, si de forma casual topa con la ciencia y la poesía, simultáneamente, puede respirar. Un médico y un poeta juntos son capaces de valorar con racional amorosidad la escritura de la indigesta mental, haciendo retroceder la heteronimia con determinación favorable en el entrecejo.

Este libro, La orilla de los heterónimos, teje también su propia locura: A) Desde la inclusión del infierno en el tríptico del Bosco —pintor de quien se sabe poco—, en esa obra finalizada en 1490 o 1500, época efervescente del oscurantismo; y del alma como la primera que salta del barco en el naufragio, precisado aquí en "toda la sangre que corre en la palabra alma", sobre todo en el genocidio originario en América. B) Un verso de Juan de Mairena, suelto irracionalmente. Y C) La actuación demencial de la dictadura de Videla, en Argentina. Son los puntos desabridos de una época donde la humanidad va agachando la ética, metiendo la cabeza en el hueco para manosearse, donde tiene peso la única mujer que se fuga de los afectos al no anclar en nada, por no estar dispuesta a recoger el camino para echar raíces patriarcales.

A partir de esta desolada incongruencia suenan los cabos sueltos y se sobredimensiona el desplome personal en su mejor papel de actuar como muerto, pero sin caer en el fondo profundo del abismo que hay entre palabra y palabra.

Allí se bate, noche a noche, un diario o una carta, en las regiones más feroces de las madrugadas, estirando las manos para ofrecer ayuda cuando más bien se necesita darle techo al desamparo, pero ningún rostro se ve en la oscuridad nocturna de los espejos. Se acostumbra, tal vez como opción, doblarse en los rincones, zafarse hacia dentro. Interioridad que no necesita cara, ni de verse, sino fetalizar la vida como un regreso triunfal, a pesar de ser derrota. Apenas seres vidriosos en el centro del marco de una ventana, como una pintura terrenal del mismo tríptico del Bosco, con la visual clavada con dolor en la quijada de la memoria.

Intuyo sensiblemente que La orilla de los heterónimos no trata de honrar altiveces, sino hurgar en la llaga; ni busca diferenciar una poética en paz de otra ficticia al estilo Pessoa.

Más bien trata de decir "diferente", en forma dramática en extremo, con un lenguaje expreso, donde el trastoque psíquico no está en lo ilegible del lenguaje, sino en la fatalidad del hecho narrativo. Seguramente, deja testimonio de otras ausencias que carecen de recuerdos.

Entonces, que la diversidad de rostros de estas personalidades descanse en paz, en la orilla de este mar de contradicciones, y esta carta adicional sirva para registrar la existencia de tantos seres desalojados de la calma, a quienes ya jamás encontrarán viendo el río recostado sobre esta tarde en marcha. Y nosotros, igual, untados del frío militar y oficial de la Colombia injusta, tal cual como la gota de agua petrificada en la nieve, diluida eventualmente con el aliento fétido de los muertos que pasan flotando como banderas de la pobre vida cotidiana.

 

Carlos Angulo


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