Retina | El libro digital

13/11/2023.- Soy testigo de vehementes defensas del libro impreso, contrapuestas al libro digital, como si la existencia de uno pudiera significar un peligro para el otro, o como si representaran culturas distintas.

Desde hace años leo, casi de modo exclusivo, libros digitales. Comencé con un dispositivo, una computadora de bolsillo. Era de la marca Palm, a la que el escritor sueco Stieg Larsson, autor de Los hombres que no amaban a las mujeres, hace un guiño en su saga policial.

Mi primera lectura digital fue Don Quijote de la Mancha. Uní la fiebre por el aparato con la deuda cultural con Cervantes. Fue una gran experiencia. El libro, sin peso, estaba lleno de magia.

Soy pesimista en cuanto al futuro del libro, de la escritura y de la lectura. Los aparatos de hoy apuntan a un mundo donde no es necesario leer ni escribir. Casas, oficinas y vehículos parecen destinados a dispositivos comandados por la voz.

No va a ser novedoso un analfabetismo ultrafuncional. La humanidad vivió casi toda su historia en una cultura audiovisual, que tuvo una expresión muy dominante durante la Edad Media de la cultura occidental, cuando el conocimiento quedó en manos de la élite lectora: la élite religiosa. La humanidad retrocedió en aspectos técnicos, teóricos, sanitarios y culturales. Fue una época oscura en el conocimiento, pero repleta de colores, formas y sonidos.

La adaptación de las técnicas de impresión para usar caracteres del alfabeto latino terminó con la Edad Media, es decir, se democratizó y popularizó la lectura; se liberó el texto de su envoltorio sagrado. El libro impreso todavía tiene cierta sacralidad.

El texto digital podría ofrecer mayor alcance de democratización. Llega más lejos, más rápido y puede ser más barato. El texto no pierde nada: Doña Bárbara es la misma novela, nos cuenta la misma historia, con el mismo sentimiento, esté impresa en un libro o publicada en digital.

Tienen razón quienes señalan como nociva la lectura en pantallas de computadoras y tablets, pero eso es una trampa. Existen dispositivos baratos, diseñados para la lectura, que no envidian nada al papel.

Es verdad que hay libros bellos, pero también hay libros bellos que no tienen valor como lectura. Y a veces hemos leído excelentes obras en libros feos.

Sueño con un convenio con China que nos permita adquirir cincuenta mil o cien mil lectores de libros y que podamos entregar nuestras ediciones, en un minuto, a decenas de miles de personas en Venezuela.

 

Freddy Fernández


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