Letra veguera |  Chávez y un libro infinito

¿Quién fue este ruso que recorrió la revolución de una nación?

En la biblioteca de mi padre, donde gravitaban la ilusión y a veces el misterio por la presencia de objetos curiosos que emergían de enormes libros gruesos, empastados por sus manos de orfebre; tomos de obras clásicas, que algunos veíamos en figuras o estatuas, que amigos, parientes y familiares revisaban y hablaban de sus intrincadas teorías; podría decir que, en vocablos abstractos para mí, sobre saberes, eran hombres y mujeres de combates, dedicados a pensar el devenir humano. Yo, muchacho y curioso, apresurando el paso de los años y las lagunas de la memoria fragmentada, defino hoy así aquel recinto poblado de libros, piedras herradas, siderales, aperos de explorador lunático, avíos embriagadores (tabaco en pasta, aguardiente de caña), un catre y un chinchorro para el descanso de aquel hombre que permanecía horas tecleando en una Olivetti sus memorias y las guerras de su vida, como un laboratorio de ilusiones cuyos mapas yo trazaba en noches de insomnio o sintiendo caer la lluvia del llano en el techo de nuestra vivienda

Mi padre, Ruiz Guevara, permaneció muchos años confinado en Puerto Ayacucho, torturado y perseguido por las policías dictatoriales de Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, por comunista y cimarrón, como José Vicente Abreu y muchos de su generación.

La primera vez que Hugo Chávez, Huguito, como le decía su madre Elena, entró allí, cabalgó sobre el lomo viviente de la misma leyenda que había escuchado antes en Sabaneta, pero esta vez más fantástica, albergada en esas cuatro paredes y sostenidas por las obras completas de todos los relatos marxistas, excepto Trotsky, especie de renegado en la biblioteca de mi casa, que ni siquiera la acendrada ortodoxia de papá le impidió decir de él alguna vez: "Fue un hombre de un gran corazón".

Los pasos de Maisanta y Zamora, sus charnelas y sus pólvoras estaban allí intactos, custodiados por los ojos eternos de Simón Bolívar.

Hugo y papá hablaron horas, días y años de la conciencia emancipadora que tanto estudió Plejánov, donde quiera que estuviera el sujeto, el guerrero, cualquiera sea su padecimiento físico y metafísico.

El papel del hombre en la historia, de Plejánov, ese libro que Hugo le quitó prestado a mi padre y que mencionó mucho, como en la entrevista de Adelaida Guevara, la hija del Che, representó en los 70 la búsqueda incesante del Chávez adolescente.

Plejánov abandonó el formalismo de su condición militar para entregarse a la lucha revolucionaria rusa con pasión y con el objetivo de contribuir a la formación marxista de la clase campesina, se opuso al terrorismo, organizó otros movimientos, se acercó y se distanció de Lenin, pero coincidieron en sus tesis fundamentales, hasta el momento de considerar que la opción estaba en el ámbito de la socialdemocracia y no en la dictadura del proletariado. Muere en Finlandia.

Una vida intensa que aún deja por fuera la pregunta ¿quién fue este ruso que recorrió la revolución de una nación, su fulgor, sus miserias, su construcción con plena conciencia y que apasionó tanto a Chávez?

En días de la Filven, aquí en Barinas, me abordó un viejo comunista, haciéndome ver que entre ambos dirigentes existían más divergencias que afinidades. La vida de Plejánov, su obra y acción, fue sin duda un enigma que sedujo a Chávez, por el cual vale la pena indagar en su tiempo y su legado.

 

Federico Ruiz Tirado


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