Psicosoma | Buki cunaguaro: Ninaroro
14/11/2023.- En el mundo felino nos sostenemos a punta del canto planetario del buen vivir. Así podemos confluir el "vivir" tiempos con el destiempo de acciones que se gestaron décadas atrás. Cuánto cuesta recuperar la tierra, los animales, las semillas, el pasto, las yerbas, casi extintos.
Con un cuido disciplinado renacen especies felinas, como pumas y jaguares, y son devueltas a la madre tierra. Tal es el caso del norte argentino, gracias a una pareja de empresarios y amantes ecologistas que invirtieron en un pantano, un estero de casi cuarenta canchas de fútbol, para recuperar la naturaleza herida, desértica y contaminada. Estos empresarios estadounidenses, llamados Kris y Douglas Tompkins, y su fundación Rewilding, han trabajado para revertir la crisis climática desde hace veinte años. En pleno trabajo de restauración, en el 2015, lamentablemente, su fundador Douglas Tompkins murió en un accidente.
Son vidas de ancestras y ancestros dedicados al sostenimiento de nuestra Pacha en las chakanas de serpientes, colibríes, cóndores y pumas. Nada es forzado al uno sentirse parte de la madre viva que nos conforta. En las serranías del Perú pude vivir renaceres; luego, en las vertientes del río Guarapiche, tierras de guaraos, kariñas y chaimas del sur de Monagas, en Venezuela, y ahora aquí, en Costa Rica, con los movimientos ecologistas y del buen vivir, con los hermanos y hermanas huetares, como Zaida, la yerbatera chamana de Quitirrisí. Son espacios de Pacha mantenidos por campesinos aborígenes que la cuidan en toda la patria grande.
Mientras escribía esta nota atropellaron a un cunaguaro en la carretera 32. Me causó impacto ver las huellas de colores tejidos en su lomo y las patas extendidas hacia las orillas. Así, son innumerables los cuentos de migrantes que en su recorrido ven animales muertos al ser atropellados.
Cuentan mis abuelos del nacimiento de los cóndores de los Andes, que hicieron sus casas en las altas punas, y su amor por las vizcachas, llamas, vicuñas y guanacas. Yo, al ver volar por primera vez un cóndor, cuando tenía trece años, me quedé fascinada por ese vuelo a ese lugar único y sagrado y el cuello de collar blanco de este animal que parte y llora sangre al dejar sus crías y hasta se suicida al morir su pareja (pues son monógamos). Recuerdo verlos luego en Lima, en el patio de la casa, con sus alas extendidas, cubriendo todo el espacio. No podía articular palabra. Mi tío Alfonso me contó que todo esto era verdad.
Esas aves gigantes eran traídas para las fiestas del Inti Raimy, narradas en los cuentos del amigo de papá, el escritor José María Arguedas, cuyo suicido hizo que mi padre abandonara la literatura y jamás aceptara un libro mío en su casa.
Nos une el amor a Pacha y las esperanzas de mucha vida por restaurar. Las ideas románticas nunca se marcharon, más bien quedaron sostenidas por las aspiraciones del amor esperanzador, de los pequeños, pero férreos, cambios y de hacer realidad los sueños. Sé que no los veré, pero mis nietas y nietos chamanes los harán realidad.
Sigo de migrante que junta sus retazos con amores de poetas, hasta renacer y volver a morir. Ahora, cercana mi próxima ida, recaigo en un mirar volcánico extraño, con serpientes y alacranes que me hacen cerrar los ojos y volar en mi cóndor andino.
Aliento felino, estás vivo. / En los ríos sueltas ronronear tierno. / En cámara lenta / sigues lamiendo, y no quiero borrar. / Tus garras prenden mis piedras vertebrales. / Liberá del norte argentino, crece, ya no somos amenaza. / Vamos en aruños. / Te veo y sientes a Isis, Joruna, Lidia y Pilar, / hijas jaguares. / Demasiado tiempo ciegos, / y aquí estamos.
Rosa Anca