Micromentarios | ¿Por qué reyes y princesas?

14/11/2023.- Muchos de quienes escriben para niños y jóvenes son víctimas de fetichismo político, pues consideran que solo en escenarios como reinos y palacios, con reyes, reinas, príncipes y princesas como personajes, se construyen los cuentos y las novelas.

En los catálogos de libros para tales públicos abundan los reinos fantásticos, donde todo es color de rosa, y únicamente los hijos de los monarcas o los jóvenes soberanos tienen problemas de amor, de sucesión o de personalidad.

El que todo el mundo, excepto los gobernantes, deba trabajar para mantenerlos no genera ninguna molestia en los habitantes de tales reinos, porque aman a sus majestades y creen que su sumisión nace de un mandato divino.

A la hora de elaborar una narración o un poema para público infantil, más autores de obras para niños de los que uno quisiera eligen elementos de la realeza como sus protagonistas. Por eso abundan los príncipes y las princesas, tanto en los títulos como en el interior de tales obras.

Este atavismo político se manifiesta también en la vida cotidiana. Es común llamar a la hija mayor o única "mi princesa" o al varón "mi príncipe", con lo cual los adultos, implícitamente, se adjudican para sí el título de reyes y reinas. Lo peor es que los familiares y los vecinos, al encontrarse con los padres, también usan tales apelativos: "¿Cómo está la princesa (o el príncipe) de tu casa?".

Los estantes de las librerías destinados a la literatura para niños siempre exhiben títulos como El príncipe que no sabía bailar o La princesa que besaba sapos. Las obras para adolescentes se desarrollan en reinos perdidos, imperios lejanos y monarquías fantásticas, trátese de escenarios terrestres o fuera de este mundo.

Lo señalado lleva a pensar que muchas personas tienen mentalidad de la revista ¡Hola!: creen que solo "los ricos y los famosos", como los denomina la prensa de farándula, tienen vidas que merecen ser contadas en los libros.

Tales personas sueñan con reinar sobre otros individuos. Les delatan los sobrenombres que adoptan para sí: el Rey de los Monos Deportivos; la Reina de la Cachapa de Hoja; el Emperador de los Motores o la Reina de las Empanadas de Cazón.

La mal llamada gente común es, en verdad, poco o nada común. Incluso aquellos individuos cuyas vidas parecen anodinas son tanto o más interesantes que los miembros de la realeza, del jet set o del Olimpo hollywoodense. De eso no tengo dudas.

Escritores como el cubano Miguel Barnet, con algunas de sus novelas —Biografía de un cimarrón, Canción de Rachel y Gallego—, y Gabriel García Márquez, con Relato de un náufrago, lo han demostrado. También antropólogos como el estadounidense Oscar Lewis con su formidable Los hijos de Sánchez.

Es lamentable reconocerlo, pero lo expuesto en estas líneas habla de un sector de la población mundial que aún, en estos tiempos, cree firmemente en la sumisión ante la realeza y sueña o imagina vivir en reinos, bajo el poder de personas a las que considera superiores y a quienes debe obedecer. Y lo peor, mantener.

 

Armando José Sequera


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