Al derecho y al revés | Elizabeth II: entre el sentimiento y la razón

Eso de la lloradera está bien, siempre y cuando…

Es posible que, en toda la historia del humano sobre la tierra, jamás se hubiese planificado y llevado a cabo un engaño tan grande como el que la monarquía británica acaba de escenificar con la muerte de Elizabeth II.

¡Los británicos, con la puesta en escena por vía televisiva a nivel mundial, lograron asordinar la guerra entre los Estados Unidos y Rusia en Ucrania, un conflicto que, si llegase a escalar, podría poner en peligro la vida en el planeta!

Hicieron creer a un mundo hipnotizado que Gran Bretaña sigue siendo un poder mundial cuando apenas es la cola de su antigua colonia.

Lograron con el arte del embaucador de feria que en un mundo donde no existen monarquías salvo de opereta, todas las democracias –que son la inmensa mayoría– e incluso sus ciudadanos durante jornadas enteras estuvieran pendientes del itinerario que tomó el cortejo fúnebre de la reina británica.

¡Ojo!, Elizabeth en sí no era antipática a pesar de que a su alrededor todo despedía cierto humor de naftalina y que su gobierno no perdía tiempo cada vez que, manchándose de sangre sus militares, cosechaban ganancias para lo que fue un imperio.

Merced a una costosa y bien lograda planificación, la imagen de Elizabeth II ciertamente fue la de mayor reconocimiento en estos 70 largos años de reinado.

Bastaba y aún basta con observar cierta señora entrada en años y algo encorvada, pero vestida con el disfraz que la caracterizó, con sus sombreros y su eterna cartera, para que todos pensáramos estar en presencia aún lejana de la reina.

Y mediante la mejor campaña de imagen que el mundo ha vivido, Elizabeth II consiguió que el otrora Imperio británico, hoy caído a pedazos, se mantuviera como una gran potencia en el imaginario colectivo de una humanidad que hace más de dos siglos abandonó la idea de que, para aspirar a gobernar, hay que pertenecer a ciertas familias “nobles”, cuando con otra filosofía, el pueblo –y no Dios mediante sus representantes– comenzase el voto mediante a elegir al mandamás.

En Venezuela, donde todos llevamos a cuestas uno de los mayores lavados cerebrales, donde las telenovelas ya del siglo pasado habían plantado la idea de que “el pueblo” es medio gafo y donde los “sentimientos” –al menos en ciertos ambientes– privaron sobre la razón, muchos creyeron que los problemas de nuestro país se resolvían automáticamente después de la autodesignación de un personaje que nunca había trabajado, sin experiencia política alguna y de malos hábitos –por decir lo menos–, en tal sociedad era de esperar que algunos compatriotas “igualados” derramaran lágrimas por la reina muerta.

Eso de la lloradera está bien, siempre y cuando entendamos que esa simpática viejita y el orejón de su hijo representan a los piratas que bajo cualquier pretexto se han adueñado de toneladas de oro y miles de millones de dólares, que son de la nación venezolana.

Pero mejor habría estado si los venezolanos hubiésemos recibido la noticia que confirmaba la muerte de Elizabeth II con cierta distancia.

No digo que debimos reaccionar como los argentinos que celebraron la muerte, maldiciendo en todos los medios a quien los derrotó en Las Malvinas.

Pero si me parece que esos periodistas y locutoras venezolanos, que llevan días explicándole a una audiencia empobrecida, aún más con el robo del oro, los fastos del largo velorio de Elizabeth, los trajes y joyas que para la ocasión han usado los miembros de la familia real británica, por mero nacionalismo de quien tiene cédula y pasaporte venezolano, han debido recordar lo que nos quieren robar.

No era mucho pedir que aparte de la sensiblería, compartieran con sus audiencias algo de razón.

 

Domingo Alberto Rangel

 


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