Letra fría | Dígalo ahí, Japón
24/11/2023.- Andaba ordenando ideas para volver a mi historia, después de lo de Blas Perozo, cuando encontré un manuscrito en modo diario del viaje a Japón, pero tenía tanto lujo de detalles que pensé en pasarlo directo al libro. Sin embargo, los recuerdos se agolparon y me dio por dejarles una pequeña reconstrucción de lo que comenzó un sábado 13, en un vuelo de Panam a Nueva York, y continuó el domingo 14, en Japan Airlines, en un vuelo de catorce horas, cuya mejor parte fue ver ese espectáculo que es Alaska por la ventanilla del avión. Las descripciones dan ganas de comprar un cepillado, o un raspado, como le dicen por aquí.
Llegar al Tokyo Prince Hotel fue el comienzo de la descompensación horaria, cuando el mundo se puso al revés y me daban ganas de beber a las 8:00 a.m., porque a esa hora eran las 8.30 p.m. en el Juan Sebastian Bar. Del hotel, recuerdo a una muchacha japonesa muy linda que me abría la puerta con una pícara sonrisa y eventuales picaditas de ojo. Y "Yo sin poderte hablar", como aquella canción, era un enamorado pendejo, para variar. El último día me despidió, muerta de la risa, con un "feliz viaje, señor Humberto Márquez", ¡en español!, la muy condenada... Je, je, je.
A todas estas, comenzaron las giras con el acompañamiento del señor Harushi Kobayashi, quien sería mi guía durante el resto del viaje. Al día siguiente comenzaron las visitas en Asakusa al Templo de Kannon, uno de los antiguos templos de Tokyo; al teatro Kabuki; al Museo Nacional de Tokyo, el más grande del país; a un periódico donde vi que los periodistas les hablaban a las computadoras y ellas escribían solas; y la visita a las geishas, con ceremonia del té incluida; a la Escuela de Letras en la universidad de Kokugane-in, donde fui recibido por el profesor Tokue y varios de sus aventajados discípulos, muy interesados en nuestras literaturas indígenas. Conversamos sobre literatura japonesa del medioevo y etnología. También me llevaron al museo antropológico de esa casa de estudios y a la biblioteca, donde me mostraron los libros más antiguos de Japón, y se entusiasmaron cuando les hablé de mis andanzas en la Guajira con el fabulador Ramón Paz Ipuana.
De las comidas, ni hablar. Yo que soy un fanático. Eso fue sushi sostenido, salvo una cena de una carne especial de res, alimentada con cervezas, si mal no recuerdo; carísima, eso sí. Hicimos una visita a la escuela de cocina Tsuji Gakuen, con degustación incluida. También me recibió en su residencia el embajador Jesús Alberto Fernández, hermano de Eduardo, y después comenzaron los viajes a Nagoya —en el superexpreso Hikari 213, mejor conocido como el tren bala—, y luego a Kyoto y Nara, y más adelante a Hiroshima. Pero todo eso quedará para la semana que viene, porque esto se acabó.
Humberto Márquez