Historia viva | Pueblos de la tierra, de las aguas y de la paz

29/11/2023.- Guayana Esequiba, y Guayana, o tierra de las aguas, como la llaman los pueblos originarios, ha sido por siglos un territorio de inmensas reservas forestales y acuíferas, que forma parte del Macizo Guayanés y de la Amazonía, como gran región ecológica. Sobre esa zona de paz transitan no menos de diez pueblos originarios con identidad propia, con una cosmogonía que trasciende la comprensión limitada del pensamiento occidental reduccionista que se le trató de imponer a los nativos desde los primeros invasores europeos, en el siglo XVII.

La otra realidad demográfica impuesta por los colonizadores británicos fue el traslado forzoso de miles de esclavizados o colonizados de la India y África para trabajar en las plantaciones de caña y en las aventuras por la búsqueda de oro, en la inhóspita Guayana Esequiba, después de la segunda mitad del siglo XIX.

Las políticas migratorias y los traslados forzosos de grupos a la Guayana Esequiba fueron trazados para ocupar espacios y asentar posicionamientos colonizadores, en correspondencia con el dominio "terrófago" del Imperio británico. Su objetivo era el aprovechamiento de los recursos mineros (oro) y las plantaciones de caña en las riberas norteñas de los ríos, especialmente el Esequibo, desde el siglo XVII, y luego con la explotación forestal y de bauxita, en el siglo XX.

El actual poblamiento de la Guayana Esequiba con grupos humanos diferenciados de los pueblos originarios ha sido producto de una larga y sostenida política de colonización, pensada bajo el criterio de dependencia, dominio territorial y cultural, primero del Imperio británico y después mantenido, con la misma lógica colonialista, por parte de las autoridades guyanesas sobre la Guayana Esequiba, fundamentada en la doctrina extractivista desde 1966.

Esa lógica que privilegia el poderío de la metrópolis sobre la periferia hace uso irrestricto e irracional de los recursos ubicados en la región para el privilegio de élites propietarias nacionales o extranjeras. Esto incluye a comisionistas, especuladores, grupos financistas o transnacionales dedicados a la explotación de minerales asentados en territorio de la Guayana Esequiba, empresas transnacionales comercializadoras de oro —bien canadienses, bien australianas—, las petroleras estadounidenses Hess Corporation (Chevron) y la Exxon, entre otras. Estas últimas buscan explotar los yacimientos de hidrocarburos en territorios marítimos en disputa de manera ilícita.

Esa lógica corporativa extractivista se asocia a la indiferencia de las gestiones de gobierno en políticas sociales para la asistencia de los sistemas de atención ciudadana, salud, educación, servicios, infraestructura de comunicación y telecomunicaciones, que inciden en las condiciones apropiadas para el bienestar de la población. Por el lado de Venezuela, la situación no ha sido diferente: se repite la lógica centro-periferia en el siglo XX, desde los años sesenta hasta la primera década del siglo XXI. La incertidumbre legal de un territorio en litigio llevó a que le dieran la espalda diplomática a esa frontera y fuera limitada a la mínima o casi nula atención social productiva.

Los desafíos de una transformación del actual sistema de relaciones sociales y productivas negativas en la Guayana Esequiba plantea pensar en políticas públicas de aliento prospectivo más que un poblamiento compulsivo, como lo hicieron los colonizadores. Es preservar el delicado equilibrio ecológico basado en la racionalidad ser humano-naturaleza, fomentar las condiciones de vida digna de los pobladores originarios, consolidar la diversidad lingüística y no la imposición de una sola lengua, como lo hicieron los británicos. Se deben generar medios en los que se restrinja y minimice la cultura extractivista y se fomente la cultura productiva autogestionaria, bajo la doctrina de la mayor suma de felicidad y seguridad social posibles, que instituya un Estado comunal para fomentar estructuralmente los principios del buen vivir en el orden social.

Pero, sobre todo, y ante la coyuntura de la conflictividad política, necesitamos empinar la mirada hacia una integración estratégica latinoamericana y caribeña, que neutralice las pretensiones de la "diplomacia" militar guerrerista del gobierno de EE. UU. y la Unión Europea sobre este inmenso territorio de paz.

 

Aldemaro Barrios Romero

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