Hablemos de eso | La guerra y la paz

03/12/2023.- En un libro recientemente publicado por el Centro Internacional de Estudios para la Descolonización "Luis Antonio Bigott", titulado A 200 años de la doctrina Monroe, Diego González presenta una cronología de intervenciones militares de los Estados Unidos en América Latina y el Caribe. Toma como fuentes los textos del capitán Harry Allanson Ellsworth, 180 desembarcos de los marines de Estados Unidos entre 1800 y 1934 y de Richard E. Grimmett, Casos de uso de las fuerzas armadas de los Estados Unidos en el exterior, 1798-2004. La cronología se complementa con la revisión de las Colecciones Históricas de la CIA (todo se consigue en inglés en Internet).

Tratándose el libro sobre la doctrina Monroe, la investigación solo nos muestra las intervenciones en América Latina y el Caribe a partir de 1823, año en el cual el presidente James Monroe dio el discurso de donde sale la "doctrina". En el siglo XIX, Estados Unidos apenas comienza a consolidarse como la potencia imperialista que será después; sin embargo, se reseñan 34 intervenciones militares en nuestra América. Entre ellas destacan la prolongada guerra contra México (con episodios entre 1835 y 1866), destinada al despojo de más de la mitad de su territorio; así como la guerra contra España, en la cual tomarán posesión de Cuba y Puerto Rico (además de Filipinas y otros territorios en el Pacífico, en 1898). Las víctimas de esas intervenciones militares incluyen preferencialmente a Nicaragua y Panamá, pero también a Argentina, Uruguay, Paraguay, Haití, Chile, Colombia e, incluso, Brasil. La excusa predominante es "la protección de ciudadanos e intereses de los Estados Unidos".

Desde 1900 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los Estados Unidos se convierten en la potencia imperialista dominante, se cuentan 44 intervenciones militares. Al inicio del siglo XX, destaca el papel militar activo del imperio del norte en la separación de Panamá para convertirle apenas en un país "portador" del canal interoceánico, bajo la vigilancia activa de sus fuerzas militares. Esto divide a Panamá en dos mitades, atravesadas por la conocida "Zona del Canal", asiento de tropas y centro de acción y dominio sobre nuestra América. "Yo tomé la Zona del Canal mientras el Congreso discutía", presumía el presidente Theodore Roosevelt, el mismo que se hacía famoso por la política del Gran Garrote. Y habría también que mencionar la prolongada presencia militar estadounidense en Haití, desde 1915 hasta 1934; en República Dominicana, desde 1916 hasta 1924, y en Nicaragua, desde 1912 hasta 1933, cuando Augusto César Sandino echó a las últimas tropas estadounidenses (aunque después fue asesinado y se instaló la dictadura de la familia Somoza bajo el auspicio estadounidense).

Justo después de la invasión de Nicaragua en 1912, el entonces presidente de Estados Unidos, William Taft, declaraba que:

No está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro, de hecho, como, en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente.

Completaba Taft que la política externa de los Estados Unidos "no excluye en modo alguno una activa intervención para asegurar a nuestras mercancías y a nuestros capitalistas facilidades para las inversiones beneficiosas".

Después de la Segunda Guerra Mundial, se consolidó la hegemonía indiscutible del imperialismo norteamericano, sobre todo en el mundo capitalista. Las intervenciones militares directas disminuyeron, pero no desaparecieron. Es el período de la intervención en Guatemala en 1954, del intento de invasión a Cuba en 1961, de la invasión de República Dominicana en 1965, de la presencia de los asesores militares en El Salvador, de la guerra de los "contras" para destruir la Revolución sandinista, de la invasión de Grenada en 1983 y de Panamá en 1989, a las que sigue la presencia de tropas, bases militares y cuantiosa ayuda militar en el plan Colombia.

Sobre el "cambio" en las estrategias de intervención ocurrido a partir de la segunda mitad del siglo XX, habría que apuntar algunas causas. En primer lugar, está el cambio de contexto: de las intervenciones fáciles y exitosas, se pasa a las derrotas de la intervención directa. Es el caso de Corea en los años cincuenta, de Vietnam en los setenta o del rotundo fracaso de la guerra de veinte años contra el pueblo de Afganistán, con la deshonrosa retirada de las tropas estadounidenses, dejando a sus "colaboradores" nacionales en el aeropuerto (cuando no "guindados" de las ruedas de los últimos transportes militares, en una acción criminal que nunca debería dejar de recordarse). Estas derrotas militares, al menos las dos primeras, estuvieron asociadas a la victoria de la Revolución china y a la consolidación de la Unión Soviética como potencia alternativa.

En segundo lugar, hay que destacar que la "guerra no convencional" (que de suyo es tan antigua como para ser reseñada y recomendada por Sun Tzu, alrededor de 500 años a. C.) fue incorporada a la doctrina militar de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. El desarrollo de las herramientas para esta guerra no-convencional data justo de esas fechas: la Escuela de las Américas fue fundada en 1946; la CIA, el 18 de septiembre de 1947, y el Comando Sur fue el primer "comando de combate unificado" con "jurisdicción" sobre América Latina y el Caribe, creado en 1962, justo después del fracaso de la invasión a Cuba y en tiempos de la "crisis de los misiles".

La guerra no solo es un buen negocio para los fabricantes de armas, sino un elemento estructurante del aparato industrial estadounidense (al punto de que el propio presidente Eisenhower, no precisamente un pacifista, alertó sobre los peligros y la influencia de ese aparato industrial-militar). Como hemos visto, forma parte de la cultura de un país en que ninguna generación ha conocido nunca un período prolongado de paz: se trata del medio por el cual Estados Unidos consiguió su territorio actual y su influencia en el mundo. Pero, además, habría que recordar que Estados Unidos es un Estado concebido bajo la égida del capital: desde sus fundadores, expulsados de los primeros ejércitos de reserva del capitalismo, la nación no conoció una aristocracia de aires feudales; su Estado se fundó a la medida de las necesidades de expansión y consolidación del dominio capitalista. No obstante, el ejército, la fuerza armada, en la misma medida en que se hizo para la defensa de los intereses de los inversionistas (como ilustró sin empachos el presidente William Taft) o como señaló en 1935, con inusitada franqueza, el comandante Smedley D. Butler, que encabezó muchas de las expediciones de principios del siglo XX:

Me he pasado treinta y tres años y cuatro meses en el servicio activo, como miembro de la más ágil fuerza militar de este país: el cuerpo de infantería de Marina. Serví en todas las jerarquías, desde teniente segundo hasta general de división. Y durante todo ese período me pasé la mayor parte del tiempo en funciones de pistolero de primera clase para los grandes negocios, para Wall Street y los banqueros. En una palabra, fui un pistolero del capitalismo… Así, por ejemplo, en 1914 ayudé a hacer que México, y en especial Tampico, resultase una presa fácil para los intereses petroleros norteamericanos. Ayudé a hacer que Haití y Cuba fuesen lugares decentes para el cobro de rentas por parte del National City Bank… En 1909-1912 ayudé a purificar a Nicaragua para la casa bancaria internacional de Brown Brothers. En 1916 llevé la luz a la República Dominicana, en nombre de los intereses azucareros norteamericanos. En 1903 ayudé a "pacificar" a Honduras en beneficio de las compañías fruteras norteamericanas...

En la misma medida en que esas fuerzas militares se desarrollaron para afianzar el dominio imperialista sobre el mundo, ganaron una inusual fuerza interna, convirtiéndose en un elemento clave del Estado norteamericano, un elemento clave que solamente fundamenta su peso en la estructura de la guerra interminable. Por algo, la primera reacción de Estados Unidos ante el genocidio en Palestina es el envío al Mediterráneo de dos portaviones nucleares. Por algo hoy la guerra está en Europa, o se proyecta a China. Por algo se aprietan los mecanismos de guerra no-convencional contra nuestros pueblos…

El comandante Chávez dijo alguna vez: "Nosotros tenemos el deber de preservar la paz, no nos interesa, ni queremos, ni necesitamos, la guerra. No podemos determinar las circunstancias que se nos puedan plantear, pero en todo momento nuestra doctrina es la paz". Ese es el fundamento de la Revolución bolivariana que hoy defiende enérgicamente y con mucho tino el presidente Nicolás Maduro Moros. Es la posición que toca a los pueblos que se alzan en busca de su emancipación.

A doscientos años de la doctrina Monroe, la batalla de hoy sigue siendo la del bolivarianismo contra el monroísmo. De un lado, la vocación guerrerista de un capitalismo en crisis total, que por eso se hace más peligroso. Del otro, el proyecto bolivariano de unidad de nuestra América y con los pueblos del mundo, la defensa de la soberanía nacional, la democracia protagónica, la igualdad establecida y practicada (como planteó Bolívar en el Discurso de Angostura de 1819) y la paz como objetivo.

 

Humberto González Silva

 

Referencia:

González Porras, D. S. & Linares, J. G. (2023). A 200 años de la doctrina Monroe. Caracas: Centro Internacional de Estudios para la Descolonización "Luis Antonio Bigott". Recuperado de: https://centrodescolonizacionvzla.files.wordpress.com/2023/11/a-200-anos-de-la-doctrina-monroe-1.pdf


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