Retina | Íntimos y desnudos

11/12/2023.- La paradoja política de este momento es que nos han atrapado en la apariencia de la más absoluta libertad. Las nuevas tecnologías han posibilitado un intercambio fluido y "libre" de opiniones e informaciones.

El poder no limita ese flujo. Todo lo contrario, lo estimula, lo impulsa, lo vigila, lo mide y lo explota.

Ese "libre" intercambio de ideas proporciona todo lo que los publicistas, los estrategas políticos y los responsables de seguridad siempre habían soñado. Allí está el conocimiento detallado de todos los sueños, los temores, los anhelos, las fobias y las filias de toda la gente.

Con los recursos adecuados para estudiar esa data y con el conocimiento profesional preciso para organizarla y dividirla en segmentos de público objetivo, se pueden diseñar los mensajes apropiados para vender cualquier cosa, para fortalecer cualquier idea, para hacer dudar sobre cualquier convicción y para ganar unas elecciones.

Por esta vía, la de las redes sociales, la campaña de Donald Trump tocó de manera directa a 250 millones de personas, todas distribuidas en segmentos estudiados y medidos por la empresa contratada por su comando de campaña. Más recientemente, lo han hecho de nuevo los poderes que llevaron a Milei a la Presidencia de Argentina.

La división precisa de públicos tan inmensos, lograda mediante el manejo adecuado de sus datos, permite una eficaz y estricta contabilidad del voto que se puede propiciar, medir y corregir de inmediato.

La intensidad de consumo de las redes sociales permite mediciones instantáneas, la rápida elaboración de mensajes para públicos específicos, el aprovechamiento de mensajes producidos en la red que apuntalen la propuesta que se impulsa y la evaluación inmediata del impacto de los mensajes.

Lo mejor de todo —digo desde el punto de vista de quienes impulsan la campaña— es que los mensajes aparecen no como intervenciones directas del candidato, sino como un diálogo libre entre ciudadanos. Todo el mundo cree que está en su libertad de opinar y consumir opiniones, sin percibir que hay una maquinaria que opera directamente y con precisión en el aprovechamiento de esa falsa sensación de libertad.

Reagan y los Bush alguna vez intentaron meter micrófonos y cámaras hasta en las alcobas para vigilar a los ciudadanos. Aldous Huxley y George Orwell imaginaron el horror opresivo de la hipervigilancia sin sospechar que un día la ciudadanía, entusiasmada y de manera voluntaria, compraría caros dispositivos dotados de esas cámaras y esos micrófonos para meterlos hasta en la cama. Hemos cedido nuestra intimidad para que el poder nos la observe y la explote desde la debilidad de nuestro desnudo.

 

Freddy Fernández

@filoyborde


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