Punto de quiebre | Llantos que clamaban y hablaban...

En la población de Güigüe

13/12/2023.- Los llantos en aquella vivienda ya se habían hecho costumbre. Ocurrían a toda hora, cuando los niños se quedaban solos con la madre durante el día, o cuando el marido de la mujer llegaba a la vivienda, que era a cada instante, porque el hombre nada que trabajaba.

Los primeros días, hubo vecinos quienes, alarmados y entristecidos por los llantos, se iban escondidos al Ministerio Público y a la Lopna para denunciar los maltratos; pero de allí regresaban desesperanzados, rabiosos e impotentes, porque las respuestas casi siempre fueron las mismas: deben traer pruebas, testigos. ¿Pero qué testigos puede haber si, cuando estallaban los llantos, no había más nadie en esa casa, salvo las criaturas de tres y cinco años, la madre y su concubino?

Lo cierto es que los llantos se habían vuelto cotidianos. Eran llantos desesperados, dolorosos, llantos que hablaban, que clamaban por una explicación, que intentaban gritar que tan solo eran unos bebés que buscaban despertar la clemencia de quienes los provocaban o la conciencia de quienes escuchaban, bien en el barrio, bien en las frías oficinas gubernamentales.

Los sollozos siempre venían acompañados de gritos, insultos, amenazas, de más castigos, humillaciones, vejaciones y groserías. También provocaban oraciones, groserías y maldiciones queditas, de parte de vecinos cargados de ira y de impotencia.

Cuando no había ni gritos ni llantos, la puerta de aquella casa, ubicada en las invasiones El Bosque, en la calle Principal de la parroquia Güigüe, municipio Carlos Arvelo, estado Carabobo, permanecía abierta y los vecinos podían apreciar aquellas almas puras y nobles que protagonizaban, casi a cualquier hora, los estallidos de llanto y dolor. Aquellos dos aspectos desnutridos parecían haber sido diseñados para albergar sus ojos tristones, el cabello despeinado y las manitas sucias. El niño de cinco era el responsable del cuidado de su hermanito menor, de apenas tres años de nacido.

Pero hubo un día en que la puerta se abrió y solo vieron al niño menor, jugandito solo en el suelo, con sus ojos tristones y sus manitas sucias. La tarde anterior, hubo las repetidas escenas de llantos, gritos y groserías, y, luego, gente entrando y saliendo de la vivienda. Por la noche, al padrastro de los pequeños se le vio salir con un bulto cargado, acompañado de dos mujeres y otro hombre.

La policía fue informada de que algo extraño había ocurrido en la vivienda y una comisión fue a constatar que todo estuviera en orden. Pero no hallaron orden alguno. Si algo prevalecía en aquel lugar era el desorden, pero, más que el desorden, lo que llamaba la atención de los funcionarios era que el niño mayor no estaba y la mamá no supo dar una explicación sobre su paradero. Fue trasladada hasta la sede de la Delegación Municipal Carlos Arvelo del Cicpc, donde confesó que el niño había muerto y que, como no tenían plata para sepultarlo, su padrastro decidió lanzarlo al lago de Valencia.

Rescataron el cuerpo de la criatura de entre las aguas. Lo habían introducido en un saco y le habían agregado varias piedras para que se hundiera en el agua y así nunca fuese encontrado.

La policía dejó detenida a la mamá, identificada como Yusleydi Salcedo, de 28 años de edad. No han podido atrapar al asesino del menorcito, de nombre Raúl Castillo, de apenas 22 años, pero en su lugar agarraron a sus hermanas Miriam, de 20, y Rosa, de 24 años, así como a otros dos familiares identificados como Raúl Ayala, de 49 años, y Nancy Perdomo, de 48. Se determinó que estos últimos no solo supieron del crimen, sino que incluso ayudaron a Raúl a trasladar, en una carretilla, el cuerpo sin vida de la criatura hasta el lago.

Las autoridades policiales también ordenaron un examen forense al bebé de tres años y se apreciaron fuertes lesiones en distintas partes de su cuerpo.

Con respecto a Raúl Castillo, aún no ha sido capturado, pero se supo que fue verificado en el Sistema de Investigación e Información Policial (Siipol), donde posee registros por violencia física, homicidio intencional, robo genérico, lesiones personales y homicidio calificado.

Todos los vecinos del barrio estaban furiosos tanto por la muerte del niño como por la burocracia y apatía de las instituciones que, de haber cumplido con su papel, a lo mejor hubiesen podido prevenir su muerte. También hay decepción hacia el sistema de justicia, pues no se justifica que una persona con ese tipo de antecedentes policiales y de apenas 22 años anduviera tranquilamente por las calles, burlándose de todo y de todos.

 

Wilmer Poleo Zerpa


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