Letra fría | El día que Chirinos se hizo dolor

15/12/2023.- Maracaibo se está haciendo parada frecuente del tren de la muerte, desde Paco Hung, Havid Sánchez, Cheo y la Chicha, Blas, Juan Mendoza, Juvencio, Ramón Paz Ipuana, el fabulador de Yaguasirú y unos cuantos deudos más. "Va dando como miedito que cada vez estamos más cerca del fin de la cola —le decía a mi hija Ligeia— y por orden de llegada quedé a pique". Sin embargo, conversando con Alexis Fernández, descubrimos que todavía me quedan unos cuantos por delante: Tito Núñez, Quintero Weir, Cósimo, y no metamos más, no nos vayamos a empavar…

El otro de la cuerdita era Chirinos, seudónimo de artista, pues en realidad era José Ramón Silva Chirinos, nombre que descubro hoy. Confieso que lo desconocía, porque al que conocí yo fue al novelista, dramaturgo y jodedor César Chirinos. O como reseñaba el joven poeta José Javier Sánchez: "La voz de los despojados de alma escritural. Es la voz de los ebrios, de los marchantes, los buhoneros, camioneros, boxeadores, borrachos, prostitutas, cocineros, taxistas, amas de casa, fumadores, anarquistas, perversos, "sacrílicos", beatos. De los olvidados".

El coñazo llegó la mañana del lunes 4 de diciembre, vía Alexis Fernández. Se nos había ido Chirinos. El parte médico fue infarto al miocardio, a las once de la noche del domingo. Mi parte sentimental fue un infarto al alma. Días atrás —me contó su querida Estrella desde la funeraria—, había dicho que se quería ir ya. Al igual que Blas, el otro coriano maracucho, me agarró en plena escritura de un bolero de Guty Cárdenas, inspirado en un amor fugaz entre adolescentes, dedicado a una muchacha llamada Flor, de donde sale el bolero homónimo con letra de los poetas venezolanos Juan Antonio Pérez Bonalde y Diego Córdoba. No es fácil escribir con un nudo en la garganta y, sin poder romper la promesa de no beber ron en la mañana, yo no sé si lloraba por Chirinos o por la carajita de Guty, cuyos padres la mandaron a estudiar a Canadá, para separarlos.

Cuando murió papá, a finales de los setenta, —contaba cuando lo presenté en la Filven—, me tocó vivir una época muy singular. Yo, un poeta ultroso que se la pasaba entre la Escuela de Letras y Sabana Grande, terminé de ganadero forzado, por ocho meses, hasta que quebré la hacienda Los Colorados. Por esos días, el pintor Queipo me presentó a Chirinos quien, para mi sorpresa y a pesar de no aparecer en ningún compendio de literatura venezolana, se mandaba unos textos vanguardistas y aguardentosos que me hacían sentir el orgullo de tener un amigo de personalidad literaria muy propia. Por esos tiempos, me paraba en la madrugada para ir a Los Colorados. Al regresar a Maracaibo de mis labores del campo, me iba derechito a su casa, por entonces en Santa Lucía. Él era el propio confidente de mis cuitas amorosas y el mejor compinche en materia de delincuencia literaria.

Ya mudado, lo jodía diciéndole "el James Joyce de la Pomona". Luego me sorprendió Harry Almela citando a un amigo suyo que decía que su novela De las mías de mío Caribe no pasa de ser una tamborera joyciana. Más allá de la buena o mala intención del comentario, sí coincido en lo de tamborera, pero de chimbángueles, los tambores de San Benito entreverados con la palabra maracucha "sinfineada" que es la gran protagonista de sus novelas, y los actores (traje de etiqueta dixit) son marionetas manejadas al antojo del escritor más jodedor del mundo, ja, ja, ja.

La permanente jodienda de César siempre fue divertimento para sus amigos, desde la gallera de Ziruma, que durante las tardes de los lunes, hace cincuenta años, era un remanso de pintores y poetas bebiendo cervezas, hasta las noches bohemias con más poetas y más pintores del bar Palmarejo, en la calle Carabobo de Maracaibo. Estas han sido locaciones primordiales para disfrutar a Chirinos, incluso después de muerto, porque, hará una semana, el Maracaibo cultural le rindió sentido homenaje en Palmarejo. Fanático del batiburrillo y los retruécanos, su prosa siempre tuvo fondo musical, en títulos como Sombrasnadamás —así, pegado, del tango de Pancho Laguna y Catunga… Incluso el sábado, víspera de su partida, me enteré de que su novela Si muero en la carretera no me pongan flores es también estribillo de un son cubano y que, partiendo de él, sin añadir una palabra, solo variando su orden, Virgilio Piñera compuso un poema de veinte versos. Lamenté no tener su número para llamarlo y contarle, pero a lo mejor era él mandándome esa energía para despedirse.

Te he llorado burda, mi querido amigo.

 

Humberto Márquez


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