Letra fría | La Habana en clave de boleros y vinilos

29/12/2023.- Abro paréntesis en la serie "Un invierno en Nueva York", que prosiguió a los diarios de Japón, por solicitud de mi hijo Marcel, que anda en Havana RPM, participando en el primer Festival de Vinilo en Cuba. A las tres de la madrugada sonó el celular. Me llamó para que contara, a un amigo y a una muchacha, detalles de mi entrevista con Mario Bauzá en Nueva York (1990).

Comencé diciendo que ha sido muy importante en mis clases de bolero, salsa y latin jazz. En eso sonó el pito, como para quien se traga una luz: "Épale, Acere [me dijo mi hijo], eso aquí no se nombra así. Tú mismo me enseñaste que eso se llama afrocubans jazz". Apenado por el chinazo, traté de remendar el capote, reconociendo que eran dos las imprecisiones, y les cité a Palmieri, para quien "la palabra salsa no existe. Esa palabra es una falta de respeto. Esto es música afrocaribeña". O cómo resumiría Ibsen Martínez o César Miguel: la salsa es el son cubano bailado en Nueva York. Pero dígalo quien lo haya dicho, o como lo antepone Rafael Lam en La Jiribilla: La Habana es la capital de la salsa.

Sea lo que sea, Mario Bauzá fue quien inició toda esta historia en los cuarenta; él es "el papá de los helados". Y para resarcirme de que me agarraran fuera de base estos jóvenes madrugadores, releo la entrevista y encuentro que ante mi pregunta: "¿Usted marcó el afrocubans jazz?", surge la respuesta esclarecedora:

Las orquestas latinas no siguieron esa modalidad y eso se quedó ahí, y ahora quieren venir con el cuento del latin jazz que acaban de descubrir. Lo mismo que hicieron con la música cubana y la salsa. Se repite la historia que yo llamé afrocubans jazz. Ahora lo quieren bautizar como latin jazz y no lo saben tocar. Se ponen a hacer notas y disparates porque no lo saben tocar y ningún músico de esos ha tenido la oportunidad de sentarse a trabajar con las orquestas americanas, porque, para empezar, ya las grandes orquestas americanas no existen.

Volviendo a mis peripecias en una de las ciudades más hermosas del Caribe y el mundo, en carta a mi amiga Alicia Valdés, directora del Coloquio —que ocurre en el marco del Festival Boleros de Oro—, le decía:

He tenido la suerte de hacer amistades en La Habana. Ela Calvo es la reina de mi guaguancó de amistades, pero Alicia es mi amiga musicóloga cubana, colega de mi otro gran amigo, el difunto Helio Orovio. Sin embargo, Alicia Valdés es un ser especial. Nos decimos hermanos después de más de veinte años, compartiendo el Coloquio desde que ella lo dirige, porque fue mi otro amigo cuando fue embajador en Venezuela, Norberto Hernández Curbelo —me entero de que falleció también—, quien me invitó al Festival de Boleros de Oro en la Habana. Recuerdo que yo andaba con el poeta Alvarito Montero e íbamos dispuestos a que nos sacaran del país por lo atrevido de la ponencia, pero ocurrió todo lo contrario. El aplauso fue tan contundente que incluyó reseña de Omar Vázquez en Granma, y por supuesto que nos metimos una rumba con un ron llamado "paticruzao", que me había recomendado mi querida amiga Elena Burke.

De allí en adelante, mi contacto fue el doctor José Loyola, presidente y fundador del festival, pero la comunicación posterior fue para invitarme al año siguiente, y quien firmaba era Alicia Valdés. Esto significó encuentros continuos hasta 2014. Bastante rumba nos metimos en su casa, en sus cumples, que ocurrían por casualidad en la mera mitad del Coloquio. Yo llegaba forrado de botellas de ron con mi nombre, cuando tuve la barrica de ron de la bodega privada que Santa Teresa me proveyó por entonces.

Entre los recuerdos más lindos, hubo, en el teatro Carlos Marx, una noche de concierto con el formidable pianista Frank Fernández, un verdugo de la música clásica que se lanzó un compartir con el puertorriqueño Danny Rivera, que fue sensacional. Gerardo, su marido, no podía asistir, y ella me invitó con el afecto de siempre, llamándome "Hermi", como solía hacerlo. "Coño, pero me tendré que ir a mitad de concierto, porque Buena Vista me tiene una dedicatoria especial en el hotel Nacional, por órdenes de la gerencia, así que yo en el intermedio me escapo". Y en eso quedamos.

Pero cuando arranca esa maraca de concierto, y me veo en la zona preferencial del teatro con Alicia, rodeado de ministros —¡no joda, solo faltaba Fidel!—, yo me dije: "Se fregó Buena Vista. Además, ¿cómo dejo sola a Alicia?". Ya en el intermedio le comenté: "Coño, hermana, el caso no es Buena Vista. El problema es fallarle a relaciones públicas del hotel Nacional, que tuvo esa deferencia conmigo… Alicita, mi amor, me tengo que ir".

Afortunadamente, no hubo un "mardito" taxi que me llevara… Digamos bendito, mejor, porque pude culminar el concierto, al lado de mi hermana Alicia Valdés, en aquella velada maravillosa.

 

Humberto Márquez


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