Micromentarios | Discriminaciones

03/01/2024.- Muchas personas en Venezuela dudan de que en nuestro país se haya discriminado, y aún se discrimine a otras, por diversas razones, principalmente, el color de la piel y el estado de sus bolsillos.

Quienes lo hacen son, en su casi totalidad, mujeres y hombres de piel blanca y con recursos económicos medios o, a veces, abundantes. También, mujeres y hombres de cualquier color de piel e insuficiente o precaria posición monetaria, que sufren el síndrome de Doña Florinda, es decir, ser pobres que aborrecen a los pobres.

En mi vida he sido víctima de múltiples episodios discriminatorios, por estas dieciséis "razones": por ser hijo bastardo; por el color de mi piel; por ser miope; por no tener dinero; porque ha habido quienes me han creído gay —debido a que tenía más amigas que amigos; por ser vegetariano; por no ingerir alcohol; por ser escritor; por dedicar parte de mi obra a niños y jóvenes; porque mis libros no se vendían; y después, porque se vendían demasiado; por ser de izquierda; por creer en Dios pero no en las religiones; por no usar ropa de marca sino prendas con las que me siento cómodo; por mi sentido del humor me han acusado de "no tomar nada en serio"; y, el colmo, por ser buen pagador y no tener deudas. Esto último, en dos bancos.

En la escuela fui objeto de burla de algunos compañeros porque mi madre y mi padre me concibieron sin estar casados. Allí recibí términos que desconocía, como bastardo y expósito, además de hijo natural, con el que se pretendía suavizar mi condición. Un momento inolvidablemente duro lo viví en tercer grado cuando, cerca del Día del Padre, la maestra dijo:

—Ahora van a hacer una tarjeta para felicitar a sus papás… Tú no, Sequera.

Años más tarde, me hallaba en la bodega El Guayanés, en Catia, a media cuadra de casa, comprando kerosene, que era el combustible con el cual cocinaba mi abuela, cuando una de dos mujeres que entraron al local tomó mi brazo derecho y, señalándoselo a la otra, le dijo, refiriéndose a alguien que conocían:

—Lo que no me gusta de él es que tiene la piel color mierda, como la de este niño.

Mi piel es del color del café con leche. La de quienes nacimos en el área del Caribe y somos mestizos.

En el bautizo de un libro, al entrar, me topé con una amiga crítica literaria y un escritor al que no conocía personalmente. Tras saludarlos, fui a hablar con el autor del libro, debido a que yo era el organizador de la actividad. Cuando me aparté de mi amiga y su amigo, la escuché comentar:

—¡Pobrecito, a él se le secó el cerebro y por eso ahora escribe para niños!

En un tiempo, de mis libros se vendían unos pocos. Alguien me comentó:

—Eso quiere decir que son bien malos…

Años después, cuando pasaron a venderse por miles, me volví a topar con el mismo individuo, quien señaló:

—Si se venden tantos es porque son malísimos. Perdona que te lo diga, pero aquí, en Venezuela, predomina el mal gusto.

Si nada de eso es discriminación, no sé qué pueda serlo.

 

Armando José Sequera


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