Letra veguera | Alfredo Maneiro
Visto por Wladimir Ruiz Tirado
10/01/2024.- Fue un filósofo. Alfredo Maneiro fue ante todo un auténtico filósofo. No al estilo de los constructores de grandes sistemas interpretativos, aquellos que han pretendido abarcar el conocimiento de todo lo existente, reduciendo la actividad filosófica a un ejercicio meramente intelectual, sino definiendo un campo de estudio cuya razón es producir criterios, es decir, perfeccionándolos y adecuándolos para un fin determinado.
Esa fue la tarea que se impuso. Por eso, la clave, o al menos una de ellas, para encontrar las pistas de la vigencia de su pensamiento y de su propuesta está precisamente en considerar que la filosofía, a diferencia de la ciencia, trabaja en la dirección de producir un sistema de criterios en vez de uno de conocimientos.
Adentrándose en la polémica acerca del uso práctico de la filosofía, Maneiro llegó a la conclusión según la cual el campo de utilidad de la misma es él de producir criterios políticos refinados, esto es, asumir la filosofía de la praxis "no solo como supuesto, como fin y como objeto, sino además, como conocimiento". Es por ello que Maneiro destaca que esta filosofía incluye el cálculo de su propia realización dentro de los términos de su reflexión.
En su obra Maquiavelo: política y filosofía, reivindica el carácter de pionero que tuvo el florentino en el surgimiento de la filosofía política. Además, concluye que si bien existe una rama de corte evolutivo y conservador de este pensamiento, existe otra, revolucionaria, cuando su tarea es dar origen a un nuevo Estado o modificar su precedente. Aunque señala que Maquiavelo enlaza ambas concepciones, nos dice que, en las condiciones en que le tocó actuar, él asumió la segunda.
Este principio explica por qué en Maneiro existe una plena coherencia, una fluida relación entre teoría y práctica. No hay campo para la retórica ni para la fraseología hueca, mucho menos para la especulación discursiva. Cuando asumió el proyecto de construir un instrumento político para transformar la sociedad, lo hizo con coordenadas bien claras, absolutamente definidas. Sus pasos, tanto teóricos como prácticos, estaban elaborados con precisión milimétrica.
Hay quienes admiran su sagacidad y su genio para actuar y desenvolverse en las condiciones más adversas posibles, como efectivamente ocurrió. Sin embargo, además de eso, subrayamos su carácter de visionario, de hombre con el talento y talante adecuado para aportar una concepción del mundo que trascendiera su época.
Quien lea el libro Notas políticas, sin ser un avezado cuadro político o sin tener referencias puntuales acerca de la importancia del mismo, tendrá entre sus conclusiones que allí no hay lugar para la improvisación o el azar. Cada uno de sus escritos, sean ensayos, entrevistas, artículos de opinión o documentos, está en perfecta sintonía con los problemas o situaciones políticas a resolver.
Dos ejemplos: en un primer caso, Notas negativas, el subtítulo es elocuente en lo que afirmamos: "¿Por qué y para quiénes son estas notas?". Allí, Maneiro acotaba perfectamente cuál era el sentido y los destinatarios de este ensayo, escrito en medio de la división del Partido Comunista y cuyo objeto era plantear los problemas políticos y organizativos de ese entonces. El otro fue el documento político Ante la situación nacional y el desconcierto de la izquierda, publicado el 2 de junio de 1974, en el cual no solo hace un diagnóstico atinado del país, sino que desnuda la disminuida estatura de la izquierda de la época y propone una política como fue la reducción drástica de la producción petrolera.
De igual modo, de ambos textos, podemos retomar algunas de las contribuciones políticas más importantes, tanto de la época en que le tocó vivir, como para constatar su vigencia plena en la Venezuela de hoy.
La primera de ellas, en Notas negativas, tiene que ver con la creación y desarrollo de la categoría: calidad revolucionaria. Decía Maneiro que cualquier organización política, sin importar su ideología, puede llegar a ser eficaz en lo político, es decir, alcanzar posiciones de gobierno o de poder. Sin embargo, ello no es una condición suficiente para calificar la calidad de un proyecto de cambio revolucionario, si se entiende como tal la capacidad de los miembros de una organización para transformar realmente a la sociedad y a ellos mismos como sujetos del cambio.
Como quiera que, en su concepto, tal realización solo podría ejecutarse desde una posición de gobierno, en su tiempo, la única vía era diferenciar —con el análisis y el estudio de las organizaciones existentes— las características no deseables para una organización revolucionaria. Y así lo hizo. Criticó aquellas organizaciones que se constituían en unos aparatos concebidos como un fin en sí mismos. Así convertían el ejercicio de la militancia en una pesada obediencia burocrática, limitando severamente las capacidades creadoras de ella, a la vez que restringiendo su espíritu crítico. No se puede —señalaba— confundir obediencia con disciplina, porque ello implica atrofiar el libre juego de las ideas y las opiniones en el seno de un colectivo o de una organización política determinada.
A la luz de las realidades de hoy, donde el proceso político ha permitido a diversas fuerzas políticas, sociales y militares asumir posiciones de gobierno y de poder, vale la pena dar una ojeada a las características generales de la dirección política. Eso sí, ensayando, por supuesto, y bajo nuestra absoluta responsabilidad, la utilización del termómetro de la calidad revolucionaria.
Una de ellas tiene que ver con la dirección política del proceso. Si alguna característica se ha manifestado en relación con el tema de la dirección entre los actores revolucionarios en el proceso político venezolano —luego del golpe de Estado del 11 de abril, y en forma más patente, durante la segunda intentona, con el paro petrolero de 2002-2003, y en algunos otros eventos políticos subsiguientes— ha sido la de su incoherencia y dispersión.
Incoherencia y dispersión que se manifiestan en la inexistencia de una dirección unificada, colectiva, con unidad de propósitos y, sobre todo, con un programa político único. A este proceso lo ha venido salvando el olfato político de parte de su dirigencia y la incuestionable presencia del liderazgo de Chávez. Se ha necesitado mucho de lo anterior para superar o, al menos minimizar, el tremendo impacto de los golpes opositores.
De la misma manera, se manifiesta una relación asimétrica y desigual entre los principales actores que fungen como rectores del proceso. En el cuadro general de la dirección encontramos actores con mucha fuerza física y militar, pero sin la pericia y la formación para el liderazgo político; con mucha fuerza social, influencia política en las bases sociales, pero sin la visión estratégica del proceso; con clara visión política y fuerte formación, pero sin arraigo social desarrollado. O un liderazgo como el del presidente Chávez, con un enorme peso específico en la conducción del proceso, pero con excesiva valoración personal de su papel en la dirección. En fin, las múltiples variedades de roles y papeles por diferentes agentes del proceso han derivado en un cuadro muy disperso para centralizar políticas.
Plantearse estos problemas supone la evaluación crítica de las organizaciones políticas que se asumen como la dirección del proceso. El debate es necesario. A este proceso político le falta la confrontación sana de ideas en esta materia. El tema de la calidad revolucionaria debe ser abordado sin complejos, sin temor a traumas, si no queremos copiar los modelos de organizaciones que terminaron reproduciendo lo que pretendían cambiar. Este es un tema necesario de la agenda política revolucionaria de hoy. El tema de la unidad, tan machacado por el presidente Chávez, sobre todo en los últimos tiempos, está por igual tan asociado al de la calidad revolucionaria.
La otra característica tiene que ver con la gestión de gobierno, es decir, la calidad de ella. Si el propio Presidente reclama persistentemente a sus funcionarios tanto el marcado burocratismo como la ineficacia en el cumplimiento de los objetivos, ello debe ser motivo de gran preocupación entre todos aquellos quienes apostamos al futuro y a la consolidación de la revolución. En el año 2004 se hizo un taller de alto nivel para producir las ideas y objetivos del salto adelante. Está uno pendiente, por efectuarse. Este será uno de los escenarios para una evaluación, ampliación y corrección de políticas públicas. Escenario apropiado para la elaboración de criterios políticos refinados, como lo subrayamos al comienzo. Por razones de espacio no podemos analizar con detalle este tema. Solo queremos decir que, en materia de agenda política, la evaluación de la calidad de gestión del gobierno es prioridad. Honraremos con ello la herencia política de Maneiro.
En relación con el segundo documento al cual hicimos referencia, ante la situación nacional y el desconcierto de la izquierda, solo queremos acotar lo siguiente: si en aquella oportunidad, Maneiro retrató el país, resaltó su condición petrolera y, sobre todo, vaticinó la debacle económica, política y moral de la república como consecuencia de la bonanza petrolera —alertándonos acerca del espejismo que representaba la riqueza fácil, y, en especial, a los revolucionarios acerca de la difícil circunstancia para emprender el camino de la revolución—, hoy, más que nunca, está vigente este llamado de alerta.
Dicho llamado de alerta se produce por una doble razón. En primer término, porque estamos en una posición de gobierno, en una circunstancia donde se está repitiendo una coyuntura de gruesos excedentes petroleros y, si bien es cierto que se ha reiterado que ellos serán utilizados como palancas para la transformación social, también lo es el que los peligros del envilecimiento del proceso están al acecho. Vale aquí el "ojo pelao".
Sería largo inventariar la obra completa de Maneiro. Es una temática rica y compleja para el desarrollo de la filosofía política. Sería más bien materia para un estudio de unas proporciones distintas a un prólogo. Sin embargo, hay que señalar que toda ella, vista en su conjunto, ofrece al estudioso de los procesos políticos de la Venezuela contemporánea una herramienta de primer orden. De igual manera, es una propuesta metodológica para afinar el ejercicio de la política y la elaboración teórica de la misma y, a la vez, un aporte que ha enriquecido su patrimonio mundial. Sobran las razones para una reedición de esta obra que prologamos, pero hay una que resalta sobremanera: salvo excepciones, hay escasa producción y elaboración de obras teóricas y políticas que estén a la altura de los grandes desafíos de hoy; el ensayo permanente de la relación entre teoría y práctica, valga decir, el desarrollo de una filosofía de la praxis. Es decir, la continuidad de la obra de Maneiro. Puede interpretarse esta edición como una invitación para hacerlo.
Fue Maneiro un filósofo que pensaba y actuaba a la vez, sin disociar pensamiento y acción. Organizaba juegos con pelotas de goma en Catia; se reunía con los obreros siderúrgicos; buscaba con lupa a algún intelectual que pudiera servir de interlocutor con los sectores populares; viajaba a Maracay para conocer al entonces subteniente Hugo Chávez; criticaba la escasa estatura moral y política de la izquierda; escribía y elaboraba teoría política y filosófica; estudiaba el legado de Maquiavelo; buscaba el centro político con Jorge Olavarría; deslindaba del modelo soviético. Estas, entre tantas otras actividades de su vida, estaban orientadas a un fin: construir una organización para transformar la sociedad.
En esa tarea, lo sorprendió la muerte.
Federico Ruiz Tirado
Referencia:
Ruiz Tirado, W. (febrero). Prólogo a la edición. En Alfredo Maneiro. (2006). Notas políticas. Caracas: El perro y la rana (2006). / Caracas: Biblioteca de los Consejos Comunales (2008).