Palabras... | Carta pública para separarme de ella

Aún no sabemos amar. Lo que hacemos es vivir juntos

11/01/2024.- Desde este instante, quiero hacer pública e irrevocable mi ruptura sentimental con alguien con quien, por raras circunstancias y acuerdo, simulamos amarnos, como una manera de vengarse de lo perdido y de aquellos que, estando ahora enamorados, nos excluyen de sus vidas. Quizás quisimos dar a entender que nos hacían falta, que andábamos empobrecidos de afecto o que necesitábamos entrar al altar de los benditos privilegiados y ambulantes evidentes de las pasarelas del beso.

No identifico a nadie, porque el asunto no es de nombres, ni de personas, sino de una cultura codificada que, por dosis, va delineando una secreta y peligrosa visión de vida. Además, asumo dar una explicación —sin que esto sea algo que me esté perturbando— a seres inocentes, a los que no hay por qué molestarles su bella ingenuidad, y a otros que creen, sin preocupación, en la mentira de los medios de difusión de la cultura dominante, y en ellos mismos, más que en la verdad, y menos en la capacidad de dudar.

Me propongo también aquí, y de una vez por todas, soltar amarras de atavíos y emociones que me han atormentado, y que en otro tiempo —cuando me coloqué a mansalva de la esperanza— me torturaron con "amor". Seres queridos que terminaron siendo más viles que los mismos enemigos, y de cuyos retazos todavía espantan estertores, en las frías regiones nocturnas de la desolación.

Ignoran u obvian con alevosía que todo aquel que fracasa tiene el derecho de operarse del dolor, de montarse en la rueda del continuar, incluso de volver a equivocarse, si es su engaño, y, a lo mejor, —por lo menos— echar a andar y seguir como si fuera una costumbre. Ahora sabemos con certeza que en el sistema capitalista fracasar en el amor es normal, pues para eso y otras incongruencias está diseñado el sistema. No solo cautivarnos, sino prepararnos para la caída desde la escalera, es también su mecánico y perfecto método de mover los cariados engranajes de la endiosada economía.

Eso me lleva a pensar que casarse por Facebook, como por la iglesia y los tribunales, no deja de ser la misma jurisdicción, porque no hay nada diferente en la publicidad, y en la actitud de casarse, con la práctica de vida de quien lo hace. En estos modos de involucrarse sentimentalmente se desvela la trampa social de un sistema impávido, cuyo fin apunta, sin dudas, hacia la utilización de los sentimientos para fines económicos.

El hecho de hacerlo público es una explicación que me compromete, de manera irresoluble, a partir definitivamente. Y soy del saber que quien vuelve es porque no supo ir. Y aquello que se hace a escondidas, después de una separación, es por dejar una opción religiosa de salvarse del qué dirán del llanto y de la posibilidad de que nos recojan de nuevo del pavimento. Incluyamos también aquí, por inconsistencias con la creencia, que en este sistema de alienación se puede vivir una relación de pareja avanzada, increíble, novedosa; pero desde que aparece lo que nos han hecho conceptualizar como amor, el resto del tiempo lo invertimos en intentar cuidarlo, dando inesperadas concesiones que despersonalizan o nos atrapan en empeñar la vida en deudas para que no se pierda o no nos sea arrebatado. Unos con objetos y regalos, otros con trabajo explotador y filiales, chantajes, manipulaciones, dramas y afines, en vez de continuar viviéndolo con la pasión del inicio. Esa pasión fue la que llevó a vender o comprar el amor como la panacea de todos los siglos.

Pudiéramos decir que es hacerse con las mismas armas que nos colocaron allí para engolosinarnos con nuestra propia destrucción, que luego llamaríamos familia, como depósito de objetos y gente, y el tiempo como el grafiti de la rutina.

Debido también a razones políticas y principios éticos coincidentes con una manera de vivir, quiero hacer notar en especial que la relación alienada de parejas no es más que la distribución y consumo efectivo de los últimos productos domésticos puestos en las vitrinas de moda. La relación publicitada por todos los medios para la definición de lo amoroso no es más que el atentado documentado contra la última reserva de soledad con que se tejen las ideas.

El amor capitalista y la libertad no van juntos, en tanto que el amor ha sido la "bala azul" más hermosa con que el sueño americano ha bloqueado sigilosamente la emancipación, y sometido con miedo e ignorancia lo que primero fue la libertad. No hablo aquí de gente, sino de esquemas heredados, como la flecha de Cupido, que, vendida entre las baratijas del mercado de los fracasados, sigue atravesando la derrota, como una plancha caliente abandonada en los interiores del desamor, como un regalo inconsistente en el día de los enamorados del consumismo.

 

Carlos Angulo


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