Libros libres | El indio americano en la reflexión de G. Antolínez

12/01/2024.- Las investigaciones en Venezuela sobre nuestro pasado indígena ancestral no son muy prolijas, a pesar de la importancia que reviste este hecho, siendo nosotros en América Latina en su mayoría descendientes de diferentes etnias y naciones provenientes de los Andes, la costa caribe o el altiplano. Tal legado indígena es rico y vasto, compuesto de mitos, símbolos e historias que han dado entidad a buena parte de nuestra cultura, aun cuando no estemos plenamente conscientes de ello.

En Venezuela, contamos con investigadores notables en este campo, como son los casos de Francisco Tamayo, Adolfo Ernst, Mario Briceño Iragorry, Gilberto Antolínez, Miguel Acosta Saignes, Juan Liscano, Alfredo Jahn, Esteban Emilio Mosonyi, José María Cruxent, Mario Sanoja y Camilo Morón, lista necesariamente desordenada y aleatoria; cada uno de ellos brindando aportes importantes.

En esta ocasión, quiero poner de relieve la obra del investigador Gilberto Antolínez (1908-1998), nato del estado Yaracuy, autor autodidacta que forjó sus conocimientos de manera empírica, y, sin embargo, de largo alcance. Posee Antolínez estilo elegante y plena sabiduría de los temas, lo cual se constata en el libro que hoy merece nuestra atención: Hacia el indio y su mundo, cuya primera edición tuvo lugar en 1946 y ha merecido hoy una reedición en El perro y la rana (Ministerio del Poder Popular para la Cultura, 2023). Digo de entrada que es el mejor libro que he leído sobre este campo, tanto por su estructura como por el dominio del tema y la calidad de su estilo literario. Todo ello matizado y acompañado por unos hermosos grabados al linóleo del propio Antolínez.

En la primera parte del volumen (Pasos en la sombra), se observa el asunto del americanismo desde el punto de vista de lo indio, valiéndose de las pistas científicas que va ofreciendo la historia. Antolínez logra aquí realizar una admirable síntesis de la voz americana en nuestra cultura, de una manera sintética y elegante, mediante una escritura impecable, envolvente. En la segunda parte (Visión de altura), nuestro autor se adentra en los espinosos asuntos de la (agri)cultura jirajara-muku y en varios símbolos del altiplano y de los bajíos, para interpretar nuestras culturas aborígenes, donde habremos de admitir que Antolínez logra un tono por demás revelador en su tentativa de buceo de lo raigal. En Dioses y demonios de Amazonia y Guayana, Antolínez se expande en el tema de las mitologías de estas regiones, sus familias lingüísticas, formaciones biológicas, medios de subsistencia y aspectos culturales, para luego entrar de manera más específica en cada uno de sus dioses, demonios, símbolos y seres míticos.

Luego, en la tercera y última parte, se prepara a dar contestación a la gran pregunta: ¿de dónde venimos?, y desliza luego ocho distintas respuestas provenientes de cada una de las culturas: warauno, kalina, yaruro, arawako, sáliba, arawak, karibe mapoyo, akawas y karibes del Orinoco.

El libro me ha impactado en cuanto a su densidad conceptual. Aunque el texto se presenta despojado de aparataje académico, en cambio, sí contiene una importante bibliografía al final del volumen. Esta obra se suma al conjunto de reediciones de Antolínez, realizadas en la década de los años noventa del siglo XX (por Orlando Barreto en La Oruga Luminosa), bajo los títulos de El ciclo de los dioses (1995), Retratos y figuras (1997) y El agujero de la serpiente (1998). Este último contiene algunos de los mejores trabajos de interpretación sobre el mito de María Lionza de que dispongamos. Son textos vitales para la comprensión de esta diosa generatriz, vuelta símbolo en nuestro país, que tanto ha aportado a nuestro imaginario mítico e histórico. Los mismos me han servido para tejer algunas crónicas y artículos sobre esta diosa acuática y lunar, cuyo poder se ejerce desde la montaña de Sorte, en el estado Yaracuy, a todo el país. También me ha hecho rememorar la amistad y cercanía de Antolínez con el poeta Elisio Jiménez Sierra (padre de quien escribe estas líneas), en los ya lejanos años cincuenta del siglo XX, aunque aún se perciben cercanos debido a los efectos mágicos del mito y de la poesía.

El hecho de que el dios superior de la región de los páramos fuese una simple abstracción infigurable, lejano de las torvas creaciones de la magia, subraya una vez más cómo en la tierra de los riscos floreció una alta espiritualidad, un tipo más depurado de conciencia vigilante; que contrasta fuertemente con la sensualidad amazónica, inmersa en los impulsos de potencia, en el sensualismo báquico, en la vida regalona y muelle, mientras que el Ande se empina sobre la tierra en un despliegue del deseo de salvación, en un ansia de sobrehumana trascendencia. Mientras el "elán" andino es espiritual, ascendente y cerúleo, el amazónico es impulso horizontal telúrico (Gilberto Antolínez).

 

Gabriel Jiménez Emán


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