Micromentarios | Un asesino masivo...

Premio Nobel de Literatura

16/01/2024.- Siempre me han llamado la atención dos hechos en torno a los grandes criminales, tanto los que han asesinado al detal, como aquellos que lo han hecho al mayoreo.

El primero de estos hechos es que esos individuos alguna vez fueron niños y tuvieron un futuro en blanco, en el que seguramente ellos mismos o las personas a su alrededor forjaron hermosas esperanzas.

El segundo es que, incluso después de descubrirse su condición de monstruosos asesinos, hay quienes aún los quieren y algunos hasta los admiran.

En torno a criminales en serie como el estadounidense Ted Bundy, el soviético Andréi Chikatilo o el colombiano Luis Alfredo Garavito, nunca faltó una persona que los amara o estimara y que hasta creyera en su inocencia, pese a las evidencias aparecidas una vez descubiertas sus letales andanzas.

Supongo que en estos individuos hay algo que atrae, como los abismos, y por eso el cariño y la admiración que despiertan. Ese mismo carisma fue el que, de hecho, puso en su camino a muchas de sus víctimas.

Los criminales al por mayor, como el estadounidense Harry S. Truman, el soviético Iósif Stalin, el israelí Benjamín Netanyahu, o, los mayores de todos, el austriaco Adolf Hitler y el inglés Winston Churchill, también tuvieron y aún tienen defensores y admiradores por doquier.

A Churchill, además, le regalaron nada menos que el Premio Nobel de Literatura, habida cuenta de que no podían concederle el de la Paz. Aunque estoy seguro de que, en nuestros días, habrían pasado por alto sus atrocidades y habrían hallado el modo de entregarle en simultáneo los dos, e incluso el de Economía.

Este industrial del crimen pudo evitar la muerte de decenas de millones de personas en la Segunda Guerra Mundial, si hubiese accedido al pedido de Franklin Delano Roosevelt de intervenir tempranamente en el conflicto, para detener el avance nazi.

Roosevelt le propuso en 1941 que tanto Estados Unidos como la Gran Bretaña se unieran a los soviéticos para conformar un frente militar que contuviera y derrotara las tropas de Hitler.

Pero Churchill tenía otro plan: que fascistas y comunistas se liquidaran entre sí y que la intervención de las dos potencias de habla inglesa se produjera cuando solo quedara —ya evidentemente debilitado— uno de los dos contendientes.

La mayoría de los muertos del holocausto judío y del holocausto gitano, a partir de tal año, así como los millones de combatientes soviéticos, alemanes y de otras nacionalidades europeas y americanas —de países de nuestro continente—, fueron a cuenta del aplaudido primer ministro inglés de entonces, no solo de Hitler.

Los admiradores de Churchill justifican su colosal crimen alegando que el comunismo era una amenaza igual o mayor al nazismo, pese a que la historia ha demostrado con profusión que no ha sido ni habría sido así.

La cantidad de muertes que ocasionó su nefasta decisión supera con creces las de todos los asesinos seriales y colectivos que han existido y, lamentablemente, existirán en los próximos siglos y milenios.

 

Armando José Sequera


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