Historia viva | Al maestro con cariño… siempre
18/01/2024.- Les confieso que antes de iniciar este texto revisaba fuentes y encontré To Sir, with love o, como la titularon en América Latina, Al maestro con cariño, película británica de 1967 dirigida por James Clavell y protagonizada por Sidney Poitier. Fue una producción cinematográfica que irrumpió en la escena política como clara diana de la defensa de los derechos civiles y en las críticas relaciones sociales en boga esos años, situación retratada en un barrio pobre de Chicago, Estados Unidos. Eran las condiciones interétnicas que aún podemos presenciar en lo que llamamos contradicciones del sur y norte global, cuando grupos humanos desplazados de antiguas colonias buscan alternativas de realización personal en países industrializados. Una situación nada distinta después de más de cincuenta años de la presentación, por primera vez, de esa película.
En 1967 yo tenía ocho años de edad y, como muchos niños de la época, estudiaba y observaba con inocencia infantil la violencia política en un país que pasaba frente a mis ojos. Sin embargo, no puedo olvidar a mis maestros y maestras, en especial al maestro José Martínez, un ser que nació y se formó para enseñar y para orientar a otros y otras.
El maestro, pensándolo bien, trasciende un umbral ontológico que difícilmente se pueda describir con exactitud. Esa vocación está trazada por un acto legítimo de amor al ser humano y a la vez de sentido de responsabilidad al tener en sus manos proyectos de vida de centenares —y cuidado si no— de miles de jóvenes, todos diversos, con diferencias notables que el guía tiene que valorar individual y colectivamente. No es una tarea fácil. Más todavía, el maestro o la maestra responsable del conocimiento impartido debe responder a una condición especial que es su autoformación continua y constante para entregar a los estudiantes las actualizaciones académicas necesarias, en un mundo digital que se precia de tener facilidades para la circulación inmediata y múltiple de información.
El pueblo venezolano y nuestro americano tiene la virtud de contar con Simón Bolívar como su gran referente histórico, cuyas acciones políticas y militares repercutieron en todo un continente. El Libertador tuvo como maestro a Simón Rodríguez, un ser único, que logró orientar a aquel hombre a destinos magnánimos, como él mismo lo señaló en una carta enviada desde Pativilca (Perú) el 19 de enero de 1824:
(…) Sin duda es Ud. el hombre más extraordinario del mundo; podría Ud. merecer otros epítetos, pero no quiero darlos por no ser descortés al saludar a un huésped que viene del Viejo Mundo a visitar el nuevo; sí, a visitar su patria que ya no conoce, que tenía olvidada, no en su corazón, sino en su memoria. Nadie más que yo sabe lo que Ud. quiere a nuestra adorada Colombia. ¿Se acuerda Ud. cuando fuimos juntos al monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente, no habrá Ud. olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros; día que anticipó, por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener (…) Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto, aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado.
¿Era distinta la vocación de Simón Rodríguez en el siglo XIX a la del maestro José Martínez de un grupo escolar en el Guárico rural del siglo XX? No, porque ser maestro es una condición "apostólica" del bien humano, es una virtud del sentido de amor al prójimo, más como un constructo espiritual que uno de orden social, sin hacer una valoración de orden político o técnico. El verdadero maestro o maestra de vocación es una categoría que alcanza un estadio superior de cultivador de voluntades y de destinos humanos.
Chávez fue y sigue siendo uno de esos maestros que supo orientar más que dirigir, y nada menos infame que calificarlo de "autoritario". Todo lo contrario, fue un verdadero y diestro guía, hijo de maestros, que le tocó dar clases en la Academia Militar de Venezuela y luego en el aula más grande: la patria. Su responsabilidad de maestro pasó al grado de afecto que cualquier humano puede esperar de un pueblo que lo ha seguido, aun después de desaparecer físicamente en 2013.
Sin olvidar a otros relevantes guías, a mi mente viene el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, quien en su libro El Estado docente propuso teorías para edificar un sistema educativo de orden popular que cimentó la doctrina sobre la que se instituyen las políticas públicas en educación de la Revolución Bolivariana. El maestro Prieto Figueroa fue un líder magisterial desde los años veinte del siglo XX. El 15 de enero de 1932, junto a maestros como Miguel Suniaga, Víctor Orozco y Luis Padrino, entre otros, fundaron la Sociedad Venezolana de Maestros de Instrucción Primaria (SVMIP) que dio origen a la Federación Venezolana de Maestros en 1936.
Las luchas gremiales de los maestros hoy pendulan sobre la base de una reivindicación salarial que encuentra un debate entre oportunistas y demagogos de oposición y la sustentación de un derecho constitucional establecido en el artículo 91: "Todo trabajador o trabajadora tiene derecho a un salario suficiente que le permita vivir con dignidad y cubrir para sí y su familia las necesidades básicas materiales, sociales e intelectuales". Sobre la base de la ley y de la justicia, mejorar las condiciones económicas del país es la primera meta para cumplir con ese mandato constitucional y para la tesis bolivariana de la mayor felicidad y seguridad social posibles.
Aldemaro Barrios Romero
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