Letra veguera | Enrique Gorriarán Merlo en la memoria

Gorriarán estaba dispuesto a sumarse a la gesta chavista

La primera vez que vi a Enrique Gorriarán Merlo fue sentado en un sillón, de frente y con un semblante agudo, en franca actitud de oyente sigiloso, como si pretendiera atrapar en el aire cada signo, cada palabra, incluso cada gesto de su interlocutor, el entonces embajador venezolano en Argentina, Roger Capella.

El susurrante diálogo entre ambos fue suspendido al momento de mi entrada a la sala, como era mi costumbre cuando pisaba la sede del despacho y, desde el umbral, sabía del semblante del jefe, de la distribución y carácter de la agenda de trabajo, y también de sus antojos por las chucherías con las que desayunan o meriendan algunos porteños.

Esa mañana invernal me detuve en el umbral al ver a los visitantes; y Roger, risueño y anhelante, extendiendo sus brazos, dijo: "…y este es Federico". Desde ese momento comprendí que se trataba de un viejo amigo por conocer, de "uno de los nuestros", para decirlo con ese familiar lugar común que nos identifica como compañeros de viaje.

Desde entonces con Enrique nació –lo que fue hasta la mañana del 23 de septiembre de 2006, cuando cerró los ojos para siempre– una amistad conjugada en distintos haceres, todos de algún modo signados por una relación política fructífera, profunda, que prefiguraba pasos y decisiones importantes y trascendentes en el ámbito político de la izquierda argentina, dada la coyuntura en la región, los liderazgos indiscutibles de Chávez, Néstor Kirchner, Lula y la poderosa fuerza que los movimientos sociales del sur de la América Latina le imprimían a los actos antiimperialistas más trascendentes que se han hecho en el sur del continente americano, particularmente en la Argentina.

Enrique era un hombre más alto que mediano, más delgado que robusto, pálido y tiernamente vivaz, con unos ojos más dialogantes que su voz queda: de esas voces no tan propia de los militantes argentinos de la izquierda que hasta entonces yo conocía.

Yo no sabía quién era aquel personaje que se parecía más a una estatua de Discóbolo que a un ser de carne y hueso: tímido, de ojos azulejos y escrutadores; y si el misterio humano tenía para mí un emblema, sin duda que estaba frente a él.

Y la verdad no lo supe del todo porque el Pelado, como le decían, era de la estirpe de los que no pueden mostrarse completos. Seductor fue, brillante y ágil de pensamiento hasta para autocorregirse sin dejar huella: nadie sabe de las insondables cuevas polifemas de las que habitan allá en los recovecos de la "autencidad" de su historia como revolucionario. Los conflictos que sombreaban siempre sus pasos él no los escondían, pero tampoco los exhibía: no era ni necesario ni pertinente ahondar en algunos episodios cruciales, de acciones comandadas por él, como la caída del dictador Somoza, por citar el más controversial.

Una vez le pregunté sobre San Nicolás de los Arroyos, donde nació un 18 de octubre de 1941, una población cercana a Buenos Aires, y me cambió el tema, pero no por gusto, sino porque él quería que yo le hablara de Venezuela y, sobre todo, de Hugo Chávez.

Lo hice muchas veces. Su interés por esos temas, lo deduje y luego lo creí con firmeza, no estaban relacionados con los –en muchos casos comprensibles– prejuicios que sobre la condición militar de Chávez se anidaban en algunos representantes de la izquierda.

Gorriarán estaba para ese entonces objetivamente claro y dispuesto a sumarse a la gesta chavista. Nos bastó con saber quién lo puso en nuestro camino: Alí Rodríguez Araque, nuestro inolvidable camarada; el comandante Fausto, que ese año se desempeñaba como canciller del estado venezolano. Pero sobre todo, Enrique, después de un largo y sinuoso camino, había alcanzado con audacia y lucidez la capacidad para visualizar la dimensión del proyecto de Hugo Chávez, desenhebrando la espesa madeja ideológica que aún existía en los sectores de la izquierda más radical de América Latina.

Víspera de su fallecimiento el 22 de septiembre de 2006, habíamos convenido en hacer una especie de hoja de ruta para avanzar un poco más en la comprensión política de Argentina, sus aspectos más intrincados, la textura y la fibra de una eventual vanguardia que se extendiera en el seno de la clase trabajadora, los movimientos campesinos de la región, en el entendido de que una calificada legión de intelectuales ya se había sumado al proceso iniciado por Hugo Chávez.

Al regreso de la democracia en Argentina, Gorriarán fundó el Movimiento Todos por la Patria (MTP), luego de una serie de sucesos que implicaron cárcel, fugas y huelgas de hambre.

En enero de 2003 publicó el libro Memorias de Enrique Gorriarán Merlo.

En 2006, Gorriarán lanzó una nueva agrupación política, llamada Partido para el Trabajo y el Desarrollo.

Gorriarán se proponía participar en las elecciones de 2007 en alianza o con candidatos propios y había dicho estar dispuesto a la unidad con todo aquel que se oponga al neoliberalismo y que tenga una óptica de integración latinoamericana.

Sin embargo, falleció el 22 de septiembre de 2006 en el hospital Argerich de Buenos Aires, víctima de un paro cardíaco. (Fuente Coordinadora Simón Bolívar de Caracas).


Federico Ruiz Tirado


 


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