Piedad Córdoba, amiguera y rebelde

Córdoba es una ejemplo de luchadora política y social.

 

Puede matarme, si quiere, pero no puede juzgarme, no le doy derecho a ser mi juez, usted no es más que un matón", le dijo al capo paramilitar Carlos Castaño.

26/01/24.- Era amiguera, según su propia definición, le encantaba recibir en casa a la gente querida, comer, beber, cantar, declamar y bailar, pero las luchas políticas y sociales que desarrolló fueron de tal intensidad que se vio obligada a vivir rodeada de medidas de seguridad, muchas veces lejos del ambiente gregario que tanto le gustaba. Además, varios de sus amigos dejaron de serlo, se apartaron por discrepancias políticas o por simple miedo a que los vincularan con ella en un país donde te matan por cualquier quítame estas pajas.

Piedad Córdoba era un prototipo de la mixtura étnica de nuestra región, fruto de esa larga historia de invasiones europeas y tráfico de personas esclavizadas. Su madre, Lía Ruiz, una mujer blanca de ojos azules; su padre, Zalubón Córdoba, un afrodescendiente de piel muy oscura. Ella, en consecuencia, de un fabuloso café con leche. Como añadido explosivo a esa impactante presencia física, una personalidad magnética y una firme posición política de izquierda.

No es sorpresivo que haya sido una de esas personas amadas y odiadas con similar potencia. Es que no podía pasar inadvertida ni siquiera proponiéndoselo. 

Las relaciones conflictivas comenzaron en la niñez. En la escuela pretendieron discriminarla (hacerle bullying, se diría hoy) por ser negra. Se burlaban de ella y le decían que seguramente era adoptada porque su madre, demasiado rubia, no podía haberla parido.

Con el paso del tiempo, por su incursión en las luchas colectivas, le agregaron otros epítetos al repertorio de ataques: Guerrillera y comunista. También la señalaron como lesbiana, no porque lo fuera, sino porque siempre apoyó las luchas de la comunidad sexodiversa. En los últimos tiempos, como expresión del extremo cinismo de sus enemigos (muchos de ellos eximios ejemplares de la parapolítica y la narcopolítica), la acusaron de estar ligada al mundo de las drogas.

La acción corrosiva de esos señalamientos le permitió a las fuerzas reaccionarias frenar su crecimiento como líder nacional en un momento clave. Fue en 2010 cuando la Procuraduría General de la República la destituyó de su cargo de senadora y la inhabilitó para el ejercicio de cargos públicos por 18 años. En esa situación permaneció hasta 2016, cuando se levantaron estas medidas.

La destitución e inhabilitación fue la venganza de la derecha y ultraderecha colombiana por el rol que Córdoba tuvo en las negociaciones con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que permitieron la liberación de varios secuestrados. Esos tratos los realizó junto al Comandante Hugo Chávez, algo que el uribismo reinante entonces nunca le perdonó.

Fue la mayor de nueve hermanos de una familia que parece un consejo universitario: Piedad y Sandra se graduaron en Derecho; Augusto y Gloria, en Ingeniería; Byron y Álvaro, en Economía; Martha en Estadística; Adolfo en Educación Física, y José Fernando en Administración de empresas.  

En lo que sería el epílogo de la vida de Piedad, su hermano Álvaro fue acusado de delitos de tráfico de drogas en Estados Unidos, por lo que se solicitó su extradición. Como era de esperarse, el caso fue explotado para golpearla políticamente.

Como la primogénita, Piedad tuvo que aprender desde muy pequeña a enfrentar los ataques, porque su madre siempre le insistía en que no se dejara humillar. Le advirtió que si llegaba a la casa llorando por una de esas disputas en torno al color de piel, ella le agregaría a los agravios sufridos una pela de las buenas.

Aprendió, sin duda, y le sirvió en sus casi 69 años de vida (los cumpliría este 25 de enero) porque casi nunca la tuvo fácil. Fue víctima de dos atentados y de un secuestro perpetrado nada menos que por el capo de los paramilitares, Carlos Castaño, quien pretendió someterla a una especie de juicio sumario. Ella le dijo: "Usted puede matarme, si quiere, pero no puede juzgarme, no le doy derecho a ser mi juez, usted no es más que un matón". 

El célebre criminal tuvo que admitir que Piedad era “una tipa bien verraca”. La mayoría de sus otros adversarios no han tenido nunca el coraje de reconocerle méritos. La infame maquinaria mediática de la oligarquía colombiana la sigue injuriando, aún después de haber fallecido.

La Piedad joven intentó eso que ahora llaman emprendimiento. Junto a una amiga puso a funcionar una taberna en Medellín llamada Mi viejo San Juan. Allí mostró su talento artístico: Declamar, mientras su socia tocaba guitarra y cantaba. Aprovechó así las clases de declamación que había tomado de niña, impulsada por su madre.

A Lía no le gustaba la idea de que su hija estuviese moviéndose en ese mundo de la vida nocturna, pero ¿quién podía evitarlo? Además, ella misma le había enseñado a ser rebelde y darse a respetar en los ambientes más hostiles.

Cuando le preguntaban si sentía nostalgia de esos tiempos, respondía que sí, naturalmente, en especial por la música y el baile de géneros caribeños como la salsa y el bolero. Esa fue, además, una herencia de su padre, fanático de la Sonora Matancera, Celia Cruz, Rolando La Serie y Toña la Negra.

También tomó de la familia paterna otro rasgo distintivo del personaje político de Piedad Córdoba: Sus turbantes. Comenzó a usarlos en Medellín, pero cuando llegó a Bogotá sucumbió al qué dirán y prescindió de esa prenda, que era vista como demasiado campechana. Sin embargo, apenas se aclimató a la capital, volvió a ponérselos, sobre todo por motivos prácticos: así no tenía que alisarse el cabello ni emplear valioso tiempo en hacerse trenzas de estilo africano. Incluso en eso fue, hasta el final de sus días, una rebelde.

 

Amor y odio a borbotones

A pesar de sus detractores la dirigente colombiana despertó oleadas de afecto y respeto.

 

Se puede saber en qué lado de la historia se encontraba una persona observando quiénes se burlan de su muerte. Es algo que siempre ha pasado, pero que ahora adquiere perfiles monstruosos debido a la omnipresencia de las redes sociales.

En el caso de Piedad Córdoba, quedó más que claro. El deceso, ocurrido el 20 de enero en su natal Medellín, ha sido celebrado sin discreción por los factores más siniestros y retrógrados de la sociedad colombiana: Los afectos al paramilitarismo, el aparato mediático y la derecha recalcitrante.

En Venezuela, el antichavismo furibundo no desaprovechó la oportunidad para practicar uno de sus vicios favoritos: Hacer mofa del adversario político fallecido, como si ellos pertenecieran a una casta de inmortales.

Por fortuna, la partida de la dirigente también despertó oleadas de afecto y respeto. El ministro de Cultura, Ernesto Villegas, en nombre del presidente Nicolás Maduro, entregó a familiares de la senadora Córdoba la Orden Libertadores y Libertadoras de Venezuela y el Sable Victorioso de Carabobo, “como muestra del inquebrantable aprecio del pueblo venezolano”. 

Los comentarios en una y otra dirección afectiva que salieron a flote a raíz de su desaparición física, son la prueba de que tenía ese sello especial de las grandes personalidades de la política, esas que no dan lugar a sentimientos intermedios.

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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