Letra veguera | confín del prisionero

(I)

A veces se oyen risas desde el pabellón contiguo

Gregorio Samsa emite gruñidos escalofriantes

 

Hora de despertar

 

El novelista prisionero

contempla una luz

verde fresco

y recuerda el álabe

de la bailarina rusa

hablando sola en el Café Pushkin

 

Desde hace mucho tiempo

nadie ve el sol

El sol no existe

para uso doméstico

El sol toma largas vacaciones

por temor a los bichos

 

Samsa quiere ver el crepúsculo

El novelista prisionero lee a René Char

se reúne con sus palabras

en las aguas altas de la mañana

 

Yo escucho el ruido de sus pasos invisibles

Huelo su indumentaria de campesino

la sombra de un paisano Su escudero

Un buque encallado en el Puerto

 

No puede morir por mucho tiempo

sin recibir señales de este lado del mundo

 

(Il)

 

¿Cómo puede imaginarse el origen del planeta el Prisionero? Desde el pavimento rugoso la Nada es una silueta sin volumen y aquellos árboles estrambóticos y los rios voluptuosos que lo despertaban las noches de la selva, han regresado al vientre de la tierra, al lugar de sus poros.

Instante de las montañas de roca antropomorfas y zoomorfas con nombres en idiomas nativos, desnudas o casi como sus guardianes esculpidas por el frío

el incandescente sol, incontables gotas de lluvia por millones de años,

casas de espíritus innombrables,

nacientes de ríos,

escondrijos de animales hogares de flores nunca vistas sin vida que originan la vida.

En cada pestañeo 400 mil litros de agua pasan por tus dedos, agua que lleva vida y muerte a la vez porque la vida siempre va de la mano con la muerte.

 

Millones de años han pasado y pasarán,

el ser humano es una consecuencia más de éste majestuoso milagro de la creación, del big bang.

 

Todavía en pleno siglo XXI el hombre estúpido sigue buscando El Dorado, la ciudad perdida, y con ese insidioso empeño, lastima hiere el vientre de la madre que lo parió.

Pero, sus hij@s guardianes ya saben distraer al invasor dejando regadas pepitas para que se regodee en su falso paraíso mientras la vorágine de la selva se lo va tragando hasta que lo transforma en otro ser o en otra cosa.

Porque el indio lo sabe

la riqueza no es esa sino los cientos de verdes entretejidos que atrapan miradas

los cantos agudos de aves que anuncian las estaciones, los misterios que han reinado por siempre en las creencias,

los espíritus que viven en las rocas en las sombras y caminos,

en las frutas variadas y desperdigadas en el canto del Shamán, en su palabra de viejo sabio

en el brazo portentoso de la madre que cuida la familia y golpea la tierra para que dé frutos y en las sonrisas que se escuchan siempre

que son ecos de alegrías pasadas y un día serán tristezas

pero es cierto que esta madeja de verdes lluvia sonidos animales, bichos, misterios, gente con distintas lenguas, la sonrisa es su modo de vida, su escudo, el antibiótico, su riqueza, su oro.

Federico Ruiz Tirado 

 


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