Memorias de un escuálido en decadencia | Yo

02/02/2024.- ¡Sin mí no podré vivir jamás! Yo sí soy importante. Soy tan importante que en este país —que me queda muy pequeño, por cierto— no se pueden hacer elecciones sin mí. Porque yo le he dado importancia a lo que queda de país. Cuando estuve en la Casa Blanca y le estreché las manos al compañero presidente George Bush, ahí dejé sellada para siempre mi lucha al lado de Estados Unidos para salir de esta atroz dictadura. Esos chavistas, dirigidos ahora por un analfabeto funcional, pretenden seguir en el poder y por eso quieren excluirme, porque saben que mi raigambre y mi clase se los iban a llevar por delante. Se asustan cuando ven una lista de más de treinta expresidentes que me acompañan, que saben que solo conmigo es posible que lo que queda de país salga adelante. Todos y cada uno de esos expresidentes demostraron, cuando gobernaron, su amor al pueblo. Dígame el compañero Uribe, y el compañero Iván Duque, ni se diga. Ellos han demostrado decencia y honestidad, y, sobre todo, amor por la humanidad, amor a todos y cada uno de los ciudadanos que tuvieron a bien gobernar. Hablo de ellos para no citarlos a todos. Es miedo a la inteligencia. Al talento. A la elegancia. Solo saben amar lo miserable. Lo desastroso. El pichache.

Es cierto que he participado con algunos compañeros en actos que dejan mucho que desear, pero eso no es motivo para que lo saquen a una del juego político. Con el compañero Leopoldo, quien ahora está en el exilio, luchando a brazo partido junto con Lilian, su compañera de lucha, con él estuve al frente de La Salida. Pero solo lo hicimos para dejar una muestra de lo que somos capaces de hacer las familias más reconocidas de este país. También, en vista de que esta dictadura no permitía que una como diputada la denunciara en la OEA, asumí la representación de Panamá, gracias al honesto presidente y compañero Ricardo Martinelli, hoy detenido por lavado de dinero, pero ya lo sacaremos de la cárcel. Allí también fui a dejar mi palabra de lucha por este pedazo de tierra que debe sentirse orgullosa de que yo la represente en cualquier parte, porque no es un marginal, no es un autobusero, no, es una persona que está ligada a los mejores centros mundiales del conocimiento y a las mejores familias. La dictadura no perdona la inteligencia. Y no la puede perdonar porque no sabe lo que es eso, porque ellos carecen de ese valor. En cambio, yo estoy en capacidad no solo de representar a este país, sino también a todas las organizaciones internacionales, que no son nadie sin mí. Allí dejaría muy en alto el nombre de este hambriento país.

Al no estar presente mi nombre en las próximas elecciones presidenciales, el país no sabrá nunca la oportunidad que se ha perdido de encumbrarse, de perderse en el infinito como uno de los países más desarrollados y destacados del primer mundo, gracias a la persona que la hubiese gobernado, o sea, yo.

El papá de Margot no dice nada. Camina por el salón del apartamento. Va halándose los pocos cabellos que le quedan. Se detiene y mira al techo. Quiere decir algo, pero parece que no consigue la palabra. Tiene en sus manos un periódico donde un titular dice: "No puede haber elecciones sin mí". Sigue dando vueltas por detrás de la mesa del comedor. Nos ve a Margot y a mí y se detiene como queriendo decir algo, pero tampoco encuentra las palabras y mira el titular del periódico y se estira otra vez los cabellos y se va al cuarto y agarra la puerta y le mete aquel carajazo tan duro que la vecina sale gritando: "Vete de aquí, desgraciado, que me tienes loca".

—Yo soy aquel... —me canta Margot.

 

Roberto Malaver


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