Letra fría | Mi única vez en Boston

03/02/2024.- La última noche de 1993 se fue entre espumas y versos, porque en una de esas me pidieron un poema y, casualmente, cargaba uno a medio hacer —¡a los cuarenta, uno cargaba todavía poemas en el bolsillo!— y me lancé con Cómo se traduce guayabo al inglés, en un claro ejercicio de hurgar la posibilidad de traducir los sentimientos latinos, unos ojos anegados de llanto —aunque los gringos también lloran—, pero nada que ver un lump in throat con un nudo en la garganta. Entonces, en inglés "tarzaneao" me mandé:

Guayabo write it with S of sadness and with S of saudade.

Guayabo write it too with M of melancholy.

Guayabo don’t write with ink,

Guayabo is written with crying and with red wine,

Spanish or French, never with California grapes...

En español castizo diría —o quise decir— más o menos así:

Guayabo se escribe con S de tristeza y con S de saudade.

Guayabo también se escribe con M de melancolía.

Guayabo no se escribe con tinta,

Guayabo se escribe con llanto y con vino tinto,

español o francés, nunca con uva de California.

¡Trágame, tierra! Sendo chinazo: la champaña que puso John, después de la mía francesa, era californiana. ¡Me quería morir! Creo que más nunca intenté escribir literatura en inglés...

La mañana del 1.° de enero de 1994 desayuné en el hotel y fui de tour por Boston. La primera parada fue en el Museo de Bellas Artes de esa ciudad, uno de los más importantes de los Estados Unidos. Contiene la segunda colección permanente más grande en ese país, tras la del Museo Metropolitano de Arte en Nueva York. Una pintora brasilera y unos japoneses se quedaron en él, pero yo no andaba para museos. Preferí seguir la ronda turística y así llegamos a la Universidad de Harvard. Era impresionante y, de pana, quise conocer la universidad que papá quería para mí, pero, ni modo, me puse a inventar en la Javeriana, luego en la UCV y, a modo de consuelo, pensé que no se habían dado las condiciones. También pensé que nunca las uvas estuvieron tan verdes. Igual, adoro el desenlace que me tocó.

Después de unas cuantas vueltas y el afán del guía por mostrarnos una calle de piedras muy famosa, fuimos a parar al mercado de Quincy. Allí dieron tiempo libre y me fui con Chuh Ho June a tomar cervezas y almorzar viendo un juego de rugby, que ni él ni yo entendimos un carajo. Luego hubo un descanso en el hotel y después de dormir una hora y media para ir a Harvard Square a cenar, me escurrí como un gato por una escalera que me llevó a un outlet de música, léase una tienda de discos baratos. Al principio me engolosiné, Santana del 68 en 5 $, Tres perros nocturnos en 7.99 $, The Who y cualquier cantidad de rock en precios similares, pero desistí porque mi angelito bueno me dijo: "Acuérdate de preservar dinero cuando viajas", y luego añadió en tono demoledor: "Esos y mejores los consigues en Caracas, en Maracaibo Import" y devolví la vaina. Pero donde casi muero fue cuando vi la oferta de jazz: Count Basie, Parker, Goodman, Ellington, Miles Davis, George Benson, jovencito y flaco... pero decidí escuchar a mi angelito. Me fui picado, pero me llevé un álbum doble de Louis Armstrong y Ella Fitzgerald, que años después olvidé en el carro de una amiga.

El jazz se había anunciado sin yo saber. Fui a recalar en el Regattabar, en Cambridge —el propio jazz, pues—, y como para rematar se me atravesó el House of Blues. Me presenté como periodista venezolano. Me pusieron una marca y me soltaron en un sitio del carajo, full mujeres bellas y solas, aunque bastantes parejas también. A los cinco minutos arrancó una retahíla de blues que me hizo feliz. No me levanté a ninguna de las bellas, pero me di ese banquete musical. Por supuesto que perdí el autobús y la cena, pero disfruté mi aventura. Agarré metro e hice transferencia al único sitio que conocía, Copley Square, y terminé cenando en el Hard Rock Cafe.

 

Humberto Márquez


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