Letra veguera | De la dignidad y la muerte (I)
14/02/2024.-
(Bayer)
Osvaldo Soriano lanzó una vez la metáfora más revoltosa y contundente que habría de estallar un tiempo después en plena cara a la perfumada y conveniente historia de la Conquista del Desierto.
Caravana esta que lució la máscara de la muerte en comparsas y uniformes de Scream, full municiones, full rifles y arcabuces de la escarchada infantería española del siglo XVI, desplegada a cielo abierto por la pampa húmeda, exhibiendo la más descarnada acción militar de Argentina en la Patagonia (1878-1875).
La metáfora de Soriano consistió en situar a Juan Domingo Perón como “el primer Perón”, “el muñeco deseado y doméstico”.
Es sabido que los dos Oswaldos fueron peronistas, así como Juan Domingo fue un maestro en retóricas varias, un as en la demagogia populista para “encarrilar” las veleidades anarquistas, marxistas y voces de todos los relatos circundantes del pensamiento libertario, proyectado hoy en el espejo del Milei llorón, arrodillado y pendejo frente a las deidades judías y católicas.
Bayer, el filósofo, el pacifista, el periodista, el refugiado, se convirtió en el metalenguaje de la Patagonia Rebelde. Escribió el guion, su actoría salió de la pantalla para plantarse al frente del despojo territorial, del acoso ético de los pueblos originarios y desposeídos, en lucha vital contra la clase terrateniente y fascista que aún ostenta su impunidad como gata ladrona y descarada al mejor estilo yanqui.
(Milei)
Soriano lírico se ha instalado desde la Patagonia en el pensamiento argentino hasta las inmediaciones que guardan los más grandes misterios de la casa Rosada.
A ver: esa ácida incertidumbre José Emilio Pacheco, ob.cit. La presunta entelequia que escondes en la manta roja del gaucho y evoca un hombre llamado Domínguez, como Ernesto Sábato, quien como tú, surrealista y libertario, se encontrarán a las 3 p. m. entre Callao y Corrientes y joderán hasta que el León se sienta acorralado.
Así, el estropajo de destinará a las últimas líneas del manuscrito contra el FMI y las otras garras del halcón de mierda.
(Sábato)
En 1980, en el Palacio de Los Alcázares, en Sevilla, vi por única vez a Ernesto Sábato con motivo de la creación de un Instituto de Cooperación Iberoamericano de Cultura. El protocolo que impuso la presencia del rey y su corte, no me impidió divisar el rostro severo, fruncido, encajado en un cuerpo frágil y óseo que servía de armadura a aquel tormentoso, complejo y ficcional pensamiento de uno de los escritores más relevantes de esta época.
Para ese entonces, leía la trilogía novelística con la misma ansiedad con la que después abordé su ensayística.
Esta nota es una reescritura, como lo es y lo será todo texto entreverado en los tiempos de la memoria, porque lo escribí en el 2011 y con un título tan espontáneo, que solo la labia de Miguel Márquez al teléfono hizo imaginarme una involuntaria estampa de garbo que tenía, o tiene, porque en la red circula cómo nació: “Sábato y yo”. Pero ya no hay nada qué hacer, Miguel.
Decía allí que mi relación con El túnel alcanzó ciertos visos patológicos desde que lo leí en Mérida, ciudad que se instaló en mi inconsciente como un mundo irreal, como algunos que pueblan su obra. Así, llegué a sentir la misma repugnancia que hizo sucumbir a Castell ante el ciego de la gran metáfora sabatiana, la ceguera, expresada en Allende, el marido de María Iribarne.
No se trató de una marca literaria. Fue una posesión psíquica de esos personajes que mostraban sus miserias, la duplicidad moral burguesa, su perversidad y la complejidad humana en su afán de hallar el absoluto en los predios donde el bien y el mal libran su batalla. Castell se fijó con tal fiereza en mi anhelo de escribir, que memoricé sus reflexiones y en un sentido “extraño” con la vida tal como lo hizo en la ficción: me costó desentrañar esa insólita frontera entre la vida y la literatura, mi vida, claro, de cara al espejismo de la adolescencia que Octavio Paz señala en El laberinto de la soledad.
Aquella vez en Sevilla habló como lo habría hecho Fernando Vidal sobre el sentido de la escritura. Contestó preguntas sobre Camus y nos hizo dudar, a quienes allí lo vimos romper el protocolo un tanto enfadado y con la frente surcada por sus arrugas, si Alejandra había sido su amante. Balbuceé unas palabras, pero como un rayo, me lanzó una sentencia que me estremeció y no logré escuchar porque él iba muy cerca del doctor Rafael Caldera, invitado de honor, a quien un bojote de venezolanos querían verlo de cerca. Caldera los oyó, pero no les hizo el menor caso.
No vi más a Sábato. En Argentina quise visitarlo en Santos Lugares, pero mis amigos decían que estaba huraño e impenetrable. Cuando le otorgaron el Cervantes, escribí una nota y señalé que estaba siendo víctima de su propia metáfora, pues en esa ocasión dijo que solo quería pintar.
Ya para entonces estaba encegueciéndo.
Si Sábato y Cortázar vivieran, ya se hubiesen juntado con Bayer y Soriano para cortarle la cabeza a Milei.
Continuará...
Federico Ruiz Tirado