Letra fría | Y para cerrar: ¡Eddie Palmieri!
16/02/2024.- El cuento que quedó pendiente de mis aventuras en el campus de Fairleigh Dickinson University fue el de la vez cuando me enteré por el Village Voice que Eddie Palmieri tenía un concierto en Nueva York. Inmediatamente, hablé con Cristian Palmisano, un joven venezolano muy querido en la comunidad, de quien ya he dicho que tenía varias cosas por contar, y esta incursión a Nueva York fue una de ellas. Lo convidé al concierto, no sin antes hacerle saber que entre mis motivaciones principales, aparte de presentarle a Palmieri, estaba el hecho de que él tenía vehículo, je, je…
Una de las cosas buenas de los diarios de viaje es que logras dejar anclas referenciales que ayudan mucho a la hora de escribir recuerdos de esa nebulosa de la que solo pasan ráfagas en las horas memoriosas. Por ejemplo, pasé muchos años creyendo que el concierto había sido en la Blue Note, esa prestigiosa sala del jazz en el número 131 del oeste de la calle 3 en Greenwich Village (donde, por cierto, tocará los próximos 11 y 25 de marzo). Sin embargo, por mis notas me entero de que, en realidad, fue en Sob's, Sounds of Brazil. Traduce Sonidos de Brasil, pero eventualmente se convirtió en otro de los importantes templos del jazz neoyorquino, en el Bajo Manhattan.
Como ya he contado, me tocó entrevistarlo en el Tamanaco hace más de cuarenta años. La noche anterior lo había conseguido en el camerino de Guaco en el Poliedro, y concertamos reunirnos al día siguiente en la piscina del hotel, con Dilcia y mis hijos Marcel y Ligeia incluidos. Aquella entrevista cogió páginas centrales en el Diario de Caracas, donde yo escribía. Habló de los trajes de marinerito para carnaval que le hacía su mamá costurera. De los correazos, multiplicados por dos —los mejores dados en la historia de la música— cuando no quería tocar el piano. De cuando dejó de tocar el timbal y se lo regaló a su tío porque pesaba mucho. Su mamá le insistía que su hermano Charlie, al ir a tocar, no tenía que cargar con nada. Y toda una reláfica, en spanglish, del petróleo y las estrellas que me develaron una de las mentes más brillantes del mundo.
Otro episodio ocurrió en 1988. Rafael Fuentes Jr., editor de una revista de farándula, me pidió una nota sobre la muerte de su hermano Charlie Palmieri y me mandé un texto bien sentido que supuraba mi admiración. Imagino que el Junior se lo hizo llegar, porque al cabo de un tiempo me demostró su agradecimiento, como volvió a ocurrir aquella noche en Sob's, adonde me había coleado con Cristian por la puerta de los artistas, después de rogar con honores a un amable gorila de seguridad, contándole que yo era un periodista de Caracas. Cuando vine a ver, estaba en los camerinos y conversando con unos músicos: Jimmy Delgado, Johnny Almendra y otros que había conocido durante giras con la orquesta de Willie Colón, que seguramente lo acompañaban esa noche. De pronto se abrió una puertica y Eddie me hizo señas. Yo miraba "patrás", a ver con quién era. Y era conmigo. "Ven 'pacá', venezolano, vamos a acomodarnos para que escuches este concierto que te voy a dedicar", y el resto de la noche fue de comunicación total.
Fue muy grato recibir la dedicatoria de aquel memorable concierto. Cristian no salía de su asombro cuando en los solos de piano me hacía señas con los ojos, y también en otros episodios de la orquesta. Ni yo mismo lo creía. Ordenó sentarme en la barra, muy cerca del piano, y desde aquella primera fila pude gozarme mi concierto.
Lo bueno de lo malo, como decía mi abuela Remigia, o, mejor dicho, lo malo de lo bueno es que tuve que pagar cincuenta dólares de multa porque Cristian, como buen venezolano, dejó la camioneta estacionada encaramada en una acera y, zácata, caímos en las zarpas de la ley. Ja, ja, ja.
Humberto Márquez