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Telenovela en dos actos: sobre el Papa, sus hijos y los reyes católicos

Poco después que Colón regresara de su primer viaje donde se tropezó con islas que hoy contamos como parte de América, el papa Alejandro VI otorgó una bula menor a Fernando e Isabel, reyes de Castilla y Aragón. El documento está fechado el 4 de mayo de 1493, aunque algunos creen que fue redactado después. Mediante la bula menor, llamada en latín Inter caetera II (que puede traducirse como “Entre otros II”), el papa otorgaba a los conocidos como Reyes Católicos:

...todas las islas y tierras firmes descubiertas y por descubrir, halladas y por hallar, hacia el occidente y mediodía, haciendo y constituyendo una línea desde el polo ártico, es decir, el septentrión, hasta el polo antártico, o sea, el mediodía, que estén tanto en tierra firme como en islas descubiertas y por descubrir hacia la India o hacia otra cualquier parte, la cual línea diste de cualquiera de las islas que se llaman vulgarmente de los Azores y Cabo Verde cien leguas hacia occidente y el mediodía, que por otro rey o príncipe cristiano no estuviesen actualmente poseídas con anterioridad al día de la Navidad de nuestro señor Jesucristo próximo pasado, en el cual comienza el presente año de 1493.

No es concha de ajo. Si tiene a mano un globo terráqueo (que ojalá, porque si no, no se entiende la geografía), busque en el Atlántico Las Azores, al oeste de Portugal, mueva un poco el dedo más al oeste e imagine la línea del Polo Norte (polo ártico) al Polo Sur (polo antártico o mediodía) que pasa por ese punto (diríamos hoy, un meridiano). Ni más ni menos que, por obra y gracia de la máxima autoridad de la Iglesia católica, le daba a Fernando e Isabel la mitad del mundo, y eso sin saber qué podía haber allí, pues Colón apenas había visitado unas islas.

Uno se pregunta por qué el papa Alejandro tomaría una decisión de esa magnitud, a través de una bula “menor”, que trata unos asuntos “entre otros”. Sin duda habría que considerar un montón de cosas, entre otras el tamaño de la arrogancia que entraña el gesto: el jerarca de una iglesia que abarcaba una pequeña parte del mundo se arrogaba, sin preguntar a ninguno de los habitantes de esta mitad del planeta, su propiedad y el poder de otorgarla a otros. Nótese que no la entrega a España (que por lo demás no existía entonces como entidad política), ni siquiera a Castilla y Aragón (que ya sería una desproporción), sino a Fernando e Isabel, y a sus herederos.

Más allá de otras razones, el tema se despeja cuando uno advierte que Alejandro VI, se llamaba Rodrigo Borgia (sí, precisamente de la familia de César Borgia y de todos esos acaudalados comerciantes), que era sobrino de otro papa, Calixto III, también Borgia. Que gracias a la influencia de su tío, Rodrigo había sido nombrado cardenal. Que el apellido original de la familia era Borja, porque provenían de un pueblo llamado así, ubicado en Aragón, la tierra de Fernando. Que ya Rodrigo Borgia había apoyado a Fernando e Isabel, al conseguirles otra bula papal para permitirles casarse siendo primos (primos segundos en verdad). Que, en agradecimiento, Fernando le había dejado acaparar los cargos eclesiásticos en Castilla y Aragón. Que también nombró a Pedro Luis, hijo mayor de Alejandro VI, como el primer duque de Gandía (1845). Que la cosa no se quedó ahí y después César Borgia, también hijo de Alejandro, fue nombrado arzopisbo de Valencia (1492). Que Fernando, además, otorgó la mano de su prima María Enríquez a Juan de Borja, hermano de César.

Así pues, se conocían bien y se debían favores. Y vaya que los correspondían.

América, nuestra Abya Yala, fue invadida bajo el pretexto de los títulos divinos de los Reyes Católicos. Un caso para los investigadores del tráfico de influencias.

La bula del papa Alejandro VI no le gustó mucho al rey Juan II de Portugal. Los portugueses eran entonces grandes navegantes y se habían reservado África para sí. Pero la cosa se resolvió con el Tratado de Tordesillas, firmado en junio de 1494. Con ese tratado se corrió un poco la línea de las posiciones de los Reyes Católicos, para darle “derechos” a la monarquía portuguesa no solo sobre África, sino también sobre Brasil.

 

Humberto González Silva

 


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