Palabr(ar)ota I La caída del sexto mandamiento

22/02/2024.- Cuando éramos niños, en las clases de catecismo nos enseñaban el más importante de los mandamientos —o al menos el que más nos importaba—: "No fornicarás".

El asunto era de gran dramatismo, porque una vez que entendíamos qué era eso de fornicar, captábamos también que el tal mandamiento era absolutamente incumplible. Por suerte, la santa madre iglesia tiene un depósito infinito de perdones, de modo que, después de la inevitable caída en el pecado, se tiene siempre la opción de ir donde un sacerdote para que nos lave el alma con el detergente de la confesión.

Los abnegados confesores, en pro de nuestra salvación eterna, no escatimaban esfuerzos en indagar si nos habíamos "tocado", que era como angelicalmente se referían a la masturbación. Y para que el perdón que estaban a punto de otorgar fuera lo más completo posible, indagaban detalles y minucias: ¿cómo lo hiciste? ¿Dónde lo hiciste? ¿Te gustó?; y un largo etcétera, que dependía de la acuciosidad y la piedad del confesor.

Digo todo esto con no poco rencor, pues en estos días el sexto mandamiento ha sido poco menos que anulado; tan así que bien podríamos empezar a hablar de los nueve mandamientos de la Iglesia católica.

Nadie les dice a los muchachos de hoy que el acné es proporcional al número de pajas que se hagan, ni que se van a quedar enanos si siguen en eso, ni que daña el carácter, ni que produce impotencia. Y ya no se diga de la amenaza del fuego eterno como resultado de unas cuantas tocaditas.

Lo que sobrevive del sexto mandamiento es una prohibición inocua y restringida de lo que se solía llamar pecados contra la castidad. El asunto se ha reducido a "No cometerás adulterio", con lo que se lanza la bola al campo de juego de los casados y deja al resto de la humanidad en una gloriosa libertad que ya hubiéramos deseado tener en nuestra infancia.

Ha de ser por estar incluidos en ese resto de la humanidad no sometida al matrimonio que los propios curas se han lanzado a una desenfrenada lujuria que ya nadie oculta y que no produce efecto alguno en su orden sacerdotal ni en su ámbito laboral. Ni siquiera el Papa hace ya alusión al sexto mandamiento como pecado mortal.

El diario El País, por ejemplo, reseñaba en días pasados que un cura y su novio habían sido apresados por la venta ilegal de Viagra y, textualmente, "otras potentes sustancias afrodisiacas", lo que revela no solo una personal inclinación a los placeres de la carne, sino la vocación explícita de darle a tal inclinación carácter ecuménico. La noticia añade, como guinda, que la relación homosexual del párroco era conocida por toda la feligresía que, digo yo, habrá duplicado las limosnas, pues hay otra boca que mantener.

Así las cosas, la Iglesia católica debería declarar oficialmente anulado el sexto mandamiento y, en el mismo comunicado, como un acto de justicia, pedir perdón a todos los que durante la adolescencia fuimos sometidos a un sentimiento de culpa que dio origen a pajas hechas con mala conciencia, tocaditas inconclusas y masturbaciones que nunca se materializaron a fin de no aumentar nuestro caudal de méritos para el fuego eterno.

 

Cósimo Mandrillo


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