Letra fría | Bogotá 2024

24/02/2024.- Este viaje fue como raro, aunque muy plácido también. Traía una agenda full y llena de entusiasmo. Luego de resolver el tema de la Embajada, esa misma tarde del jueves marchamos de Bogotá a Villa de Leyva con mi pana Octavio Martínez, maestro escultor, egresado de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional y también condiscípulo nuestro en la Universidad Javeriana. Devino una gran amistad desde entonces. En honor a ella, marchamos a su museo-galería en La Villa y ahí entrevisté al poeta Jotamario Arbeláez, quien vive allí, y al propio Octavio, para mi programa en Radio Nacional. Por diversas razones, hubo un cambio de planes: él debió marchar al divino pueblo, por diligencias concertadas, y yo me quedé en Usatama, compartiendo el espectacular apartamento arrendado por mi hija en Airbnb con Dilcia y Matías, esposa y nieto respectivamente.

El cambio de planes fue oportuno porque Octavio vino regresando el jueves, una semana más tarde, y el miércoles debimos retirar el pasaporte de la embajada. Si no, todo habría sido un enredo. Como siempre, mi inteligencia emocional del "esto es lo que hay" me permitió entender que tenía la oportunidad de convivir con mi "exposa" y mi nieto Matías, por quince días, lo que terminó siendo muy grato, aparte de poder disfrutar cocinando desayuno, almuerzo y cena, eventos que para mí son la gloria total.

Me lancé un intensivo de familia. No llego a confesar por completo que era lo que me hacía falta, porque vivo feliz con mi soledad, la escritura, la cocina, el bolero y el ron, pero no puedo negar que fui feliz en esa quincena maravillosa. Compartí con el primer amor de mi vida (cero en la boleta, Benito, así que ni preguntes. Ella sigue renuente, ja, ja, ja). Debo celebrar, además, que ser testigo durante ese tiempo de un fragmento del crecimiento de mi nieto de veinte años, mejor cómplice de la vida, fue algo definitivamente invalorable.

También quería entrevistar a Luis Ángel Parra, de la Galería Sextante, pero el Catire Hernández de Jesús me alertó de que no estaba en Bogotá, sino en Santa Marta. Al tocayo Humberto Hinestrosa Pocaterra, mi médico de cabecera en el club de fumadores, ni lo toqué, porque trasladarse de la 114 al centro, con esos endemoniados trancones de Bogotá, era como mucho pedir. Lo mismo que con mi hermano de la Javeriana, el doctor en Literatura José Antonio Carbonell, quien tuvo la intención de verme, pero todo quedó en una llamada perdida que no escuché. Sin embargo, alcancé a enviarle mis investigaciones de Fellove, y él está muy motivado con el personaje. De las entrevistas fallidas quedó mi hermano querido, el actor Armando Lozada, pero no tenía su número telefónico. Solo un par de días antes de mi retorno pude hablar con él, sin chance de encontrarnos.

Esta historia continuará…

 

Humberto Márquez


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